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– Aw, estaba segura de que lo harías. Grandioso bronceado. Imagino que pasaste un poco de tiempo empapada al sol y otras cosas.

– Supongo que lo hice. Y donde conseguiste el tuyo?

– Mi que?

– El bronceado, Peabody. Te diste con una lámpara de sol?

– No, lo conseguí en Bimini.

– Bimini, como la isla? Que demonios fuieste a hacer a Bimini?

– Bueno, tú sabes, de vacaciones como tú. Roarke sugirió que, ya que tú ibas a estar fuera, tal vez yo podría tomarme una semana fuera, también, y…

Eve leventó una mano. -Roarke sugirió?

– Si, él pensó que McNab y yo podríamos usar un poco de tiempo libre, entonces…

Eve sintió que el músculo bajo su ojo empezaba a saltar. Había tomado el hábito de hacerlo cada vez que pensaba demasiado duro sobre Peabody y la moderna relación con el Detective de la División Electrónica.

En su defensa, presionó los dedos contra él. -Tú y McNaB. En Bimini. Juntos.

– Bueno, tú sabes, ya que estamos tratando de que este asunto de somos-una-pareja encaje, parecía una buena idea. Y cuando Roarke dijo que podíamos usar uno de sus transportes y ese lugar que tiene en Bimini, saltamos.

– Su transporte. Su lugar en Bimini. -El músculo saltó contra sus dedos.

Los ojos brillando, Peabody dejó de lado su empaque lo suficiente para apoyar una cadera en la esquina del escritorio. -Hombre, Dallas, era absolutamente ultra. Parece un pequeño palacio o algo así. Tiene su propia cascada en la piscina, y un todoterreno, y unos hidroskys. Y la habitación principal tiene esa cama de gel que parece de la medida de Saturno.

– No quiero escuchar sobre la cama.-

– Y es realmente privado, además piensa que está justo en la playa, por lo que sólo retozamos desnudos como monos la mitad del tiempo.

– Y no quiero escuchar sobre retozar desnudos.

Peabody abultó la lengua contra la mejilla. -A veces estábamos solo medio desnudos. De todas formas, -dijo antes de que Eve chillara- fue mágico. Y quiero darle a Roarke algún tipo de regalo de agradecimiento. Pero ya que él tiene de todo, literalmente, no tengo idea. Pensé que tal vez podrías sugerirme algo.

– Esto es una tienda para policías o un club social?

– Vamos, Dallas. Estamos al día con el trabajo. -Peabody sonrió esperanzada. -Pensé que tal vez podría darle una de las bufandas que hace mi madre. Tú sabes, ella teje, y hace unos trabajos realmente buenos. Podría gustarle eso?

– Mira, él no va a esperar un regalo. No es necesario.

– Fue la mejor vacación que tuve jamás, en mi vida. Quiero que sepa lo mucho que lo aprecio. Significa mucho para mí, Dallas, que él haya pensado en eso.

– Si, él siempre está pensando. -Pero se ablandó, podía ayudarla. -A él realmente le impactaría tener algo hecho por tu madre.

– En serio? Es grandioso. Me voy a poner en contacto con ella esta noche.

– Ahora que hemos tenido nuestra pequeña reunión aquí, Peabody, tenemos algún trabajo para hacer?

– En realidad, estamos libres.

– Entonces traeme algún caso frío.

– Alguno en particular?

– Elige alguno de traficantes. Tengo que hacer algo.

– Estoy en eso. -Ella empezó a salir, y se detuvo. -Sabes cual es una de las mejores cosas de salir de vacaciones? Regresar.

Eve pasó la mañana picando a través de caso irresueltos, buscando un hilo que no hubiera sido tirado, un ángulo que no hubiera sido explorado. El único que le interesó fue la cuestión de una mujer de poco más de veintiséis años, Marsha Stibbs, que había sido encontrada sumergida en la bañera por su esposo, Boyd, cuando había regresado de una gira de negocios fuera de la ciudad.

En la superficie, parecía ser uno de esos trágicos y típicos accidentes caseros, hasta que el reporte de los EM había verificado que Marsha no se había ahogado, sino que había muerto antes que la última burbuja del baño.

Ya que se había metido en la bañera con un cráneo fracturado, ella no se había deslizado en la espuma y la fragancia por sus propios medios.

El investigador había levantado evidencia que indicaba que Marsha había estado teniendo un romance. Un paquete de cartas de amor de alguien que se señalaba a si mismo con la inicial C había estado oculto en el cajón de lencería de la víctima. Las cartas eran sexualmente explícitas y llenas de súplicas para que ella se divorciara de su esposo y se fuera con su amante.

De acuerdo al reporte, las cartas y su contenido habían shockeado al esposo y a cada entrevistado que había conocido a la víctima. La coartada del esposo había sido sólida, ya que tenía todos los comprobantes de respaldo.

Boyd Stibbs, un representante regional de una firma de artículos deportivos, era desde todas las apariencias, un clásico hombre americano, teniendo un ingreso levemente mejor que el promedio, casado por seis años con su novia del colegio quien había llegado a ser compradora para una tienda mayorista. A él le gustaba jugar fútbol los domingos, no bebía, no jugaba, ni tenía problemas con ilegales. No había una historia de violencia, y él había tomado voluntariamente una prueba de la verdad, que había pasado sin inconvenientes.

Ellos no tenían hijos, vivían en un tranquilo edificio de apartamentos de West Side, socializaban con un estrecho círculo de amigos, y hasta el momento de la muerte de ella habían mostrado todos los signos de tener un matrimonio sólido y feliz.-

La investigación había sido minuciosa, cuidadosa y completa. Todavía el primario no había podido encontrar ningún rastro del nombrado amante con la inicial C.

Eve enganchó a Peabody con el enlace interoficinas. – Ensilla, Peabody. Vamos a golpear algunas puertas. -Echó el enlace en su bolsillo, levantó la chaqueta del respaldo de su silla y salió.

– Nunca había trabajado con un caso frío antes.

– No pienses que está frío. -le dijo Eve. -Piensa que está abierto.

– Cuanto tiempo ha estado abierto este? -preguntó Peabody.

– Va para seis años.

– Si el tipo con que ella estaba teniendo el asunto extra-marital no ha aparecido en todo este tiempo, como vas a encontrarlo ahora?

– Un paso a la vez, Peabody. Lee las cartas.

Peabody las sacó de la bolsa de campo. Hacia la mitad de la primera nota, ella lanzó un Ouch! -Estas cosas son inflamables. -dijo, soplándose los dedos.

– Guárdalas.

– Estás bromeando? -Peabody meneó su trasero en el asiento. -No puedes detenerme ahora. Me estoy educando. -Ella continuó leyendo, abriendo mucho los ojos, tratando de tragar. -Jesus, creo que estoy teniendo un orgasmo.

– Gracias por compartir esa pieza de información. Que otra cosa puedes sacar de ellas?

– Una real admiración por la imaginación y la resistencia del Sr. C.

– Déjame reformular la pregunta. Que no puedes sacar de ellas?

– Bueno, él nunca pone su nombre completo. – Sabiendo que estaba olvidando algo, Peabody volvió a las cartas de nuevo. -No tienen sobre, por lo que deben haber sido entregadas en mano o por correo. -Suspiró- Me estoy sacando una D en esta clase. No sé que puedes haber visto aquí que yo no.

– Que yo no haya visto más es el punto. No hay referencia de cómo, cuando o donde se encontraban ellos. Como se hicieron amantes. No menciona donde se exprimieron el cerebro el uno al otro en varias atléticas posiciones. Eso hace que me detenga y piense.

En las nubes, Peabody meneó su cabeza. -En que?

– En la posibilidad de que nunca haya habido un Sr. C.

– Pero…

– Tienes a una mujer, -interrumpió Eve- casada por varios años, con un trabajo bueno y de responsabilidad, un círculo de amigos que mantiene, otra vez, por varios años. De acuerdo a todas las declaraciones ninguno de esos amigos tenían indicios de un romance. No en la forma en que ella se comportaba, hablaba, vivía. Ella no faltó al trabajo. Entonces cuando encontró lugar para esos atléticos jueguitos?