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– Y?

– Thomas Carter no era el objetivo. Thomas K. Carter, un traficante de ilegales de segunda línea con adicción al juego lo era. El cretino del asesino alquilado le pegó al hombre equivocado. -Ella miró hacia Roarke que seguía sonriéndole. -Y sí, recuerdo como me sentí cuando me pusieron en las manos el archivo y lo cerré.

– Eres una buena entrenadora, Eve, y una buena amiga.

– La amistad no tiene nada que ver con esto. Si no creyera que ella puede manejar el caso, no se lo hubiera dado.

– Esa es la parte del entrenador. La amistad es la parte que viene ahora.

– Cena. Que demonios vamos a hacer con ellos cuando no estemos comiendo?

– Eso se llama conversación. Socializar. Algunas personas en realidad tienen el hábito de hacer de ambas una práctica diaria.

– Sí, también algunas personas están locas. Probablemente te van a gustar los Peabody. Te dije que cuando volví a la Central, ellos estaban alimentando al corral con masas y galletas? Y pastel.

– Pastel? Que clase de pastel?

– No lo sé. Para el momento en que llegué todo lo que quedaba de él era la bandeja y pienso que alguien se la comió también. Pero las masas eran asombrosas. De todas formas. Peabody se metió en mi oficina y dijo todas esas cosas raras sobre su madre.

El jugaba con las puntas del pelo de Eve ahora, divirtiéndose con los mechones rubios. Entendía perfectamente la afirmación de Boyd Stibbs de no poder sacar las manos de encima de su mujer. -Supongo que aceptaron complacidos la invitación.

– Sí, se veían felices. Pero ella dijo que necesitaba advertirme que su madre tenía poderes.

– Wiccan?

– Uh-uh, y tampoco es la cosa del vudú Free-ager, sin embargo creo que ella dijo que su padre es un sensitivo. Dijo que su madre puede hacerte hacer cosas que necesariamente no harías o decir cosas que te guardarías para ti mismo. De acuerdo con Peabody, yo sólo le pregunté si querían cenar esta noche porque fui atrapada por La Mirada.

Intrigado, Roarke inclinó su cabeza. -Control de la mente?

– Me choca, pero ella dijo que era sólo una cosa de madre, y su madre era particularmente buena en eso. O algo así. No me hizo sentir nada a mi.

– Bueno, ninguno de nosotros sabe mucho sobre cosas de madres, no? Y como ella no es nuestra madre, imagino que estamos perfectamente a salvo de sus poderes maternales, o lo que sea que tenga.

– No estoy preocupada por eso, sólo te pasaba la advertencia.

Summerset, el mayordomo de Roarke y la plaga en la existencia de Eve, llegó a la puerta. Levantó la nariz, su rostro huesudo lleno de líneas de desaprobación. -Ese Chippendale es una mesa de café, teniente, no un apoyapié.

– Como puede usted caminar con ese palo en el culo? -Ella dejó sus pies donde estaban, apoyados confortablemente en la mesa. -Debe ser doloroso, o es lo que le hace andar de prisa?

– Sus invitados a cenar -dijo él, curvando sus labios. -han llegado.

– Gracias, Summerset. -Roarke se puso de pie. -Vamos a tomar los hors d’ouevres aquí. -Le tendió la mano a Eve.

Ella esperó, deliberadamente, hasta que Summerset saliera antes de bajar sus pies al piso.

– En interés de la buena camaradería, -empezó Roarke mientras se encaminaban hacia el vestíbulo, -podrías no mencionar el palo en el culo de Summerset por el resto de la noche?

– Ok. Si él me maltrata sólo se lo voy a sacar y le voy a pegar en la cabeza con él.

– Eso podría ser entretenido.

Summerset ya había abierto la puerta, y Sam Peabody le estrechaba la mano, sacudiéndosela en un amistoso saludo. -Es grandioso conocerlo. Gracias por recibirnos. Soy Sam y ésta es Phoebe. Es Summerset, no? DeeDee nos dijo que usted se encarga de la casa, y todo lo que hay en ella.

– Es correcto. Sra. Peabody. -dijo, asintiendo hacia Phoebe. -Oficial. Detective. Puedo ocuparme de sus cosas?

– No, gracias. -Phoebe aferró la caja que cargaba. -Los jardines del frente y los diseños son hermosos. Y tan inesperados en el medio de una de las ciudades más grandes del mundo.

– Si, y estamos totalmente complacidos con ello.

– Hola otra vez. -Phoebe sonrió a Eve mientras Summerset cerraba la puerta del frente. -Y Roarke. Tenías razón, Delia, es realmente espectacular.

– Mamá. -Peabody se atragantó con la palabra y el rubor se extendió por su rostro.

– Gracias- Roarke tomó la mano de Phoebe, llevándola a sus labios. -Es un cumplido que puedo devolver. Es maravilloso conocerla, Phoebe. Sam. -Se volvió, sacudiendo la mano que Sam le ofrecía. -Ustedes criaron una deliciosa y encantadora hija.

– La amamos. -Sam apretó los hombros de Peabody.

– También nosotros. Por favor, pasen. Pónganse cómodos.

El es tan bueno para ésto, pensó Eve mientras Roarke acomodaba a todos en el salón principal. Suave con el satén, brillante como cristal. En pocos momentos, todos tenían un trago en las manos y él estaba contestando preguntas sobre varias antigüedades y piezas de arte en la habitación.

Ya que él estaba tratando con los Peabody, Eve volvió su atención a McNab. El mago de la DDE estaba cubierto por lo que, se imaginó Eve, él consideraba su atuendo más conservador. Su centelleante camisa estaba metida dentro de los pantalones sueltos y sedosos en el mismo tono. Sus botas al tobillo eran también centelleantes. Ùna media docena de bonitos aros de oro desfilaban en el lóbulo de su oreja izquierda.

Llevaba su largo cabello rubio en una cola de caballo que le colgaba a la espalda. Y su bonita cara, notó Eve, era aproximadamente del color de la langosta hervida.

– Te olvidaste el bloqueador solar, McNab?

– Sólo una vez. -Hizo rodar sus ojos verdes. -Deberías ver mi culo.

– No. -Ella tomó un profundo trago de vino. -No debería.

– Sólo estoy conversando. Estoy un poco nervioso. Tú sabes. -El cabeceó hacia el padre de Peabody. -Es realmente raro tener una pequeña conversación con él cuando ambos sabemos que soy el que se está tirando a su hija. Más aún, es síquico, entonces me preocupa que si pienso sobre tirármela a ella, él sepa que estoy pensando en tirármela. Y eso también es raro.

– No debes pensar en eso.

– No puedo evitarlo. -Chasqueó McNab. -Soy un hombre.

Ella le miró el traje. -Es un rumor de todas formas.

– Discúlpeme. -Phoebe tocó el brazo de Eve. -Sam y yo queremos darles a usted y Roarke este regalo. -ofreció a Eve la caja. -Por su generosidad y amistad de los dos para con nuestra hija.

– Gracias. -Los regalos siempre la hacían sentir torpe. A pesar de haber estado casi un año con Roarke y su hábito de darle cosas, nunca sabía como recibirlos.

Tal vez eso era porque había pasado la mayor parte de su vida sin nadie que la quisiera bastante para darle un regalo.

Ella bajó la caja, tirando del sencillo lazo doble. Abrió la cubierta, rasgando el envoltorio. Acomodados adentro había dos esbeltos candeleros decorados con brillantes piedras en verde y púrpura que se fundían juntas.

– Son hermosos. En serio.

– Las piedras son fluoritas. -le dijo Sam. -Para limpiar el aura, la tranquilidad de la mente, la claridad de pensamiento. Nosotros pensamos, ya que ambos tienen demandantes y difíciles ocupaciones, que esta piedra podría ser muy beneficiosa.

– Son adorables. -Roarke acarició uno. -Exquisito trabajo artesanal. De ustedes?

Phoebe le envió una brillante sonrisa. -Los hicimos juntos.

– Entonces son doblemente preciosos. Gracias. Ustedes venden este trabajo?

– Alguna que otra vez. -dijo Sam.- Preferimos hacerlos para regalarlos.

– Yo los vendo cuando necesito venderlos. -apuntó Phoebe. -Sam es de corazón demasiado blando. Yo soy más práctica.

– Con su permiso. -Otra vez, Summerset se paró en la puerta. -La cena está servida.