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" -No sé mucho sobre raíces, pero reconozco cuando alguien las tiene buenas. Peabody las tiene.

El humor de Phoebe cambió a un desconcertado placer. -Oh, gracias. Es un hermoso regalo para llevar con nosotros. Ten cuidado, tanto cuidado como puedas. -agregó ella y retrocedió. -Vamos a pensar en ti a menudo.

– Eso estuvo bien hecho. -dijo Roarke cuando quedaron solos.

– No soy una completa cretina. -Tiró para abrir la puerta del lado del conductor de su vehículo, y se detuvo. Se calmó y lo estudió mientras él la estudiaba a ella sobre el techo. -Que te parece si me refiero a ti como el civil Roarke? Ya sabes, como un título.

– Tal vez si lo mejoras un poco. Como el Terrible y Todopoderoso Civil Roarke. Suena bien.

Ella se estiró sobre el techo para tomarle la mano. -Pensé en eso.

Ella comía, bebía, dormía, respiraba el operativo. Podría haber dibujado un mapa detallado del Hotel Gran Regency dormida. Había hablado con toda la gente clave de Roarke. O los había capturado como pescados, como él apuntó durante uno de los varios acalorados desacuerdos en cuanto al procedimiento operacional.

También había corrido minuciosos y profundos chequeos de antecedentes de ellos, y si bien debía sentirse impresionada por cuan cuidadosamente Roarke elegía su gente clave de seguridad, no creía que fuera sabio mencionárselo.

Dormía poco, a menudo despertando en el medio de la noche con el angustiante sentimiento de haber descartado un detalle crucial. El mínimo detalle que perdería a Julianna.

Estaba malhumorada, irascible, y continuamente alimentada de caféina.

Estaba llegando al punto en donde era difícil para ella pasar cinco minutos en una habitación consigo misma, pero seguía firme.

La noche antes de la operación, permanecía en su oficina, estudiando la imagen del salón en pantalla una vez más mientras el gato se refregaba afectuosamente entre sus piernas. Calculando los ángulos que ya había calculado, acomodaba, y reacomodaba los movimientos sugeridos a los hombres que había asignado al piso.

Cuando la pantalla se puso en blanco, ella pensó que finalmente le habían estallado los ojos.

– Es suficiente. -Roarke se detuvo detrás de ella. -Ya eres capaz de construir una maldita réplica del hotel con tus propias manos.

– Siempre hay una forma de deslizarse a través de una grieta, y es buena en eso. Quiero darle otro repaso.

– No, no. -repitió mientras le masajeaba los hombros. -Es momento de que lo pongamos a un lado hasta mañana. Dar un paso a la vez. -El le frotó la nuca. -Feliz aniversario.

– No lo olvidé. -lo dijo rápidamente, culpable. -Sólo pensé que tal vez podríamos… No lo sé, dejarlo para después de mañana. Hasta después de que termine todo. -Maldijo en voz baja. -Y cuando el infierno esté todo claro, es estúpido. Pero no lo olvidé.

– Está bien, y tampoco lo hice yo. Ah. Ven ahora, tengo algo que mostrarte.

– Estoy un poco sorprendida de que me hables. No he sido un manojo de alegría en el último par de días.

– Querida, realmente te quedas corta.

Ella entró en el elevador con él. -sí, bueno, pero tú tampoco has sido el Sr. Tranquilidad, amigo.

– Indudablemente cierto. No me gusta que alguien cuestione o contradiga mis órdenes y disposiciones, y tampoco a ti. Podemos hacer una tregua?

– Supongo que puedo aceptar una. Adonde vamos?

– Atrás. -dijo él y cuando las puertas se abrieron la empujó afuera.

La holo-sala era un amplio espacio lipio y espejado en negro. Cuando el elevador se cerró detrás de ellos, él la llevó hasta el centro. -Comenzar programa designado, escenario doble.

Y el el negro reverberó, ondulando con colores y formas. Ella sintió el cambio en el aire, una suave y fragante calidez que tenía un tenue rastro de lluvia. Escuchó la lluvia golpear suavemente contra las ventanas que habían aparecido, en el piso de un balcón donde las puertas estaban abiertas para darle la bienvenida.

Y frente a ella, la suntuosa belleza brilló a su alrededor y tomó forma.

– Es el lugar en París. -murmuró ella. -Donde pasamos nuestra noche de bodas. Estaba lloviendo. -Salió por las puertas abiertas, sacó la mano, y sintió la humedad besarle la palma. -Llovía en verano, pero yo quería las puertas abiertas. Quería escuchar la lluvia. Me quedé aquí, justo aquí, y yo… Yo estaba tan enamorada de ti.

Su voz tembló cuando se volvió, mirándolo. -No sabía que podría estar aquí un año después y amarte aún más. -Se secó con las manos las mejillas húmedas. -Sabías que esto me volvería totalmente sensiblera.

– Tú estabas ahí, justo ahí. -Caminó hacia ella. -Y yo pensé, Ella es todo lo quiero. Y ahora, un año después, eres aún más que eso.

Ella se arrojó en sus brazos, aferrándose con los brazos a su cuello, haciéndolos reir a ambos cuando él se vio forzado a retroceder dos pasos para mantener el equilibrio.

– Debería haber estado en guardia. -El rió contra los labios de ella. -Creo que hiciste lo mismo hace un año atrás.

– Sí, y también hice ésto. -Ella separó la boca para pasar sus dientes suavemente por la garganta de él. -Estoy segura de que entonces empezamos a desgarrarnos la ropa el uno al otro camino al dormitorio.

– Entonces en interés de la tradición… -El aferró dos puñados de la espalda de la camisa de ella y tirando con fuerza en direcciones opuestas desgarró la tela.

Ella le hizo lo mismo desde el frente, tironeando hasta que los botones saltaron, hasta que puso las manos en la carne. -Entonces nosotros…

– Ya lo estoy recordando todo. -El pivoteó, apoyándola contra la pared, capturándole la boca mientras le rasgaba los pantalones.

– Botas. -Ella contuvo el aliento, mientras sus manos se afanaban. -No tenía botas.

– Vamos a improvisar.

Ella luchó para sacárselas, mientras sus ropas, o los pedazos de ella, la colgaban como harapos.

Dejó de escuchar la lluvia. El sonido era demasiado sutil para competir con el pulsar de su sangre. Las manos de él eran ásperas, demandantes, corriendo sobre ella en una suerte de posesión feral hasta sólo pudo sentir su piel gritando.

El la condujo hacia la cima donde se encontraron, una cima brutal y cegadora que le aflojó las rodillas. Su boca estaba en la de ella, tragando sus gritos como si pudiera alimentarse de ellos.

Bañada en fuego, ella cayó contra él. Y lo arrastró al piso.

Se volvieron salvajes juntos, rodando sobre el delicado estampado floral de la alfombra, exprimiendo todas las necesidades hasta el dolor y luchando por más.

No había ninguna otra. Ninguna para él más que ella. En la forma en que su piel se humedecía cuando la pasión la arrollaba. En la forma en que su cuerpo se levantaba, se retorcía, se deslizaba. El sabor de ella le llenaba la boca, entrando en su sangre como una violenta droga que prometía el acerado filo de la locura.

El le saqueó los pechos mientras sentía que el corazón de ella galopaba bajo sus labios hambrientos. Mía, pensó ahora como había hecho entonces. Mía.

El tiró de ella para ponerla de rodillas, el aliento tan rasgado como sus ropas. Sus músculos temblaban por ella.

Ella cerró sus puños en el cabello de él. -Más. -dijo, y lo arrastró contra ella.

Ella cayó con él, buscando el botín. Su cuerpo era un pantano de dolores y gloria, demasiado sacudido por sensaciones para separar el dolor del placer. Chocaron uno contra el otro, igualados en codicia.

Ella se dió un banquete con él, con el cuerpo duro y disciplinado, con la boca de poeta, con los hombros de guerrero. Sus manos se ensañaron sobre él. Mío, pensó ahora como había pensado entonces. Mío.