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Dado que regresó rápidamente y sin despotricar, él decidió que había hecho el recorrido sin incidentes. Ella le alcanzó un paquete cubierto con papel reciclado marrón.

El identificó por la forma que era una especie de pintura o cuadro. Curioso, ya que Eve no era crítica de arte, rompió la envoltura.

Era una pintura, una en que los dos estaban parados bajo la pérgola florecida donde se habían casado. Sus manos estaban entrelazadas, los ojos del uno en los del otro. El pudo ver el brillo de los anillos nuevos, nuevos vínculos en el dedo de ella y en el de él.

El recordaba el momento, lo recordaba perfectamente. Era despùés de haberse prometido el uno al otro y de haber intercambiado el primer beso de esposo y esposa.

– Es maravilloso.

– Lo saqué del disco de la boda. Me gustó este momento, así que lo congelé, lo imprimí y se lo di a un artista conocido de Mavis. Es un artista de verdad, no uno de esos tipos que ella conoce que sólo pintan cuerpos. Tú probablemente conoces alguno mejor, pero…

Ella se cortó cuando vió que él levantaba la mirada hacia ella, cuando vió sus emociones crudas dejándolo mudo de placer. Era difícil dejar mudo al hombre sin recurrir a un bate de acero. -Supongo que te gusta.

– Es el regalo más precioso que me podías haber dado. Me gusta este momento también. Mucho. -El se levantó, poniendo la pintura cuidadosamente a un lado. Deslizó sus brazos alrededor de ella y la atrajo hacia sí, frotando su mejilla con la clase de exquisita ternura que hacía que el corazón de ella saltara fuera de su pecho. -Gracias.

– Está bien. -Ella suspiró contra él. -Feliz aniversario. Necesito un minuto para tranquilizarme, o tal vez otro trago. Luego despejo la mesa.

El le pasó una mano por el pelo. -Es un trato.

CAPITULO 22

Eve podía no dar dos créditos por la moda, pero eligió cuidadosamente su traje para la operación. Ella ya estaba cableada, en más de una forma.

La energía burbujeaba a través de ella, demasiado rápido, demasiado caliente. Y esto, lo sabía, debería ser enfriado antes de dar un paso fuera de la habitación. Feeney ya le había fijado el transmisor en el pecho, y el receptor en la oreja.

Parada desnuda en el dormitorio, se estudió críticamente a si misma y apenas pudo ver el cambio de los tonos de la piel entre los pechos, donde descansaba el micrófono.

No era algo para preocuparse. El traje estaba diseñado para no mostrar ni un pedazo de piel.

Lo cual era bueno, ya que parte de ella todavía estaba moreteada. No tan mal, pensó mientras hundía un dedo en la decoloración de su cadera. Y sólo le dolía un poco si se olvidaba de sentarse más a menudo.

La cara? Volvió su cabeza, moviendo la mandíbula. Era difícil de notar, y ella había aflojado y colocado algo de maquillaje para cubrir lo que aún se mostraba.

Este proceso le había llevado alrededor de diez minutos y causado alguna simbólica frustración con la pintura de labios. Esa estúpida cosa nunca se veía bien en ella, pensó mientras regresaba al dormitorio para vestirse.

Había elegido negro. Los centelleantes hilos de plata brillando a través del traje modificado no le interesaban. La cómoda caída de la tela era la clave. Su arma principal acomodada en el hueco de su espalda, disimulada en lo que parecía un decorativo cinturón plateado. Había recurrido a Leonardo para ese pequeño accesorio. El lo había hecho rápido y eficientemente. Y ella suponía que elegantemente, pero eso era difícil de aceptar viniendo de ella.

Ya que prefería llevarla al costado para sacar, practicó por unos minutos hasta que el movimiento la salió como algo más natural.

Satisfecha, deslizó el arma de repuesto en una pistolera de tobillo, y un pequeño cuchillo de combate en una funda en el otro tobillo. Sobre estos se puso blandas botas negras, y una vez más estudió los resultados. Pasaría, decidió, luego se agachó y sacó ambas armas.

– Es un verdadero cuadro el que haces, teniente. -Roarke entró, con la camisa descuidadamente desabrochada. La vista de ella fue lo bastante aguda para ver que Feeney había terminado cableándolo a él también. -Seguro que tienes suficientes herramientas ahí?

– No he terminado. -Ella se enderezó, tomando un par de esposas del vestidor. Las introdujo en el cinturón, asegurándolas detrás de su cadera izquierda.

– Ponle unas espuelas a esas botas, agrega un látigo, y tendremos algo de verdad. -El caminó en un medido círculo alrededor de ella. -De ese modo estás destinada a intimidar a los otros invitados.

– Lo tengo cubierto. -Tomó una chaqueta en el mismo fluído negro y plata. La cubría hasta las rodillas.

Inclinando su cabeza, Roarke hizo un círculo con los dedos. Aunque le molestaba, ella hizo un par de rápidos giros. La chaqueta brillaba, dando provocativas pistas del cuerpo atlético dentro del traje negro y cayendo limpiamente sobre el armamento policial en su espalda.

– Definitivamente lo lograste. -decidió él. Le acarició la mejilla con los dedos, sobre los moretones que ella había ocultado. -Pero desearía que no estuvieras tan preocupada.

– No estoy preocupada. -Tomó el colgante de diamante en forma de lágrima que él le había dado una vez, pasando la cadena por su cuello. Y agregando el medallón de San Judas. -Tengo mi protección. De todas formas, si alguna puta va detrás de mi hombre, la voy a meter adentro. Es todo.

– Querida, eso es tan dulce.

Ella encontró su mirada en el espejo mientras luchaba con los aretes de la Reina del Mar, haciéndola sonreir como lo hacía él. -Sí, esa soy yo. Justo una babosa sentimental. Ponte tu traje, o vas a ir informal?

– Oh, encontraré algo apropiado para no avergonzar a mi sofisticada esposa.

Ella lo observó ir hacia el departamento personal de tiendas que él llamaba armario. -Tu transmisor está activado?

– No. Probado y puesto en espera. Feeney es muy estricto sobre las escuchas del DDE en el dormitorio.

– Okay. Mira que sé que no vas a ir desarmado. Quiero que dejes cualquier arma que estés planeado llevar.

El elegió un traje de noche negro. -Es una orden, teniente?

– No te pongas difícil conmigo, Roarke. Si llevas una de tu colección y hay alguna oportunidad de usarla, vamos a tener problemas de los que no quiero tener que ocuparme.

– Yo puedo ocuparme de mis propios problemas.

– Cállate. Deja tu arma en casa. Te voy a dar una de las mías.

El se volvió, con una camisa en su mano. -Lo harás?

– Saqué una licencia temporaria para ti, sólo por una noche. Tibble me la dio. -Ella abrió un cajón y tomó un pequeño aturdidor. -No es letal, pero te afloja bien los circuitos y no necesitas más que esto para protección personal.

– Esto dicho por una mujer que actualmente tiene más armas que manos.

– Yo tengo la placa, y tú no. No hagas de esto una cuestión de ego masculino. Sé que tú puedes manejarlo por ti mismo, y que prefieres hacerlo de esa forma. Pero esto es jugar limpio. Cualquier error y ella lo usará en la corte para ensuciar el juicio. Tú llevas algo no autorizado y le pones un arma en su mano.

El abrió la boca y ella pudo ver la irritación, la negación en su rostro. Sacudió la cabeza. -Por favor, hazlo por mi.

La iirtación cedió, con un largo siseo. Pero el extendió una mano hacia el aturdidor. -Peleas sucio. A tu manera entonces.

– Gracias.

El por favor, las gracias, en vez de la furia y las órdenes, le dijeron que ella estaba más preocupada de lo que quería demostrarle. -Ya has cubierto cada ángulo, cada contingencia, cada circunstancia. -le dijo él.

– No. -Ella abrió el bolso de noche que llevaba. Su placa, el comunicador, y todavía otra arma que ella no se había sentido obligada a mencionar ya estaban dentro. -Siempre hay algo más. Ella va a estar ahí. Lo sé. Mi estómago lo sabe. Lo vamos a terminar esta noche.