– ¿Qué acabas de decir?
– Ese hombre, ese tal Popplecart [7]…
– Popplemore.
– Eso. Le ha faltado poco para ponerse a babear cuando te ha visto el vestido pegado al cuerpo de una forma que sólo se puede describir como indecente.
A Hayley se le encendió el rostro.
– Seguro que le has malinterpretado. Jeremy nunca me ha faltado al respeto.
– Ya lo creo que lo ha hecho. Te ha desnudado con los ojos hace apenas cinco minutos. -«Y, maldita sea, yo también lo he hecho.» Su irritación dio paso a la ira-. Tu forma de vestir dista poco de lo escandaloso. Si no te exhibes en pantalones de montar hiperceñidos…
– ¡Exhibirme! -exclamó Hayley irritada.
– … vas calada hasta los huesos y… -indicó su estado con un movimiento de mano- bueno, calada. Tu comportamiento dista muy poco de lo escandaloso.
Los ojos de Hayley echaban chispas azules.
– ¿Ah, sí? Entonces, dime, ¿qué es exactamente lo que encuentras tan ofensivo?
– ¡Todo! -dijo furioso. Toda la frustración que había ido acumulando en su interior explotó y salió a bocajarro-. La forma en que montas a caballo, a horcajadas. Que leas revistas de hombres. Que siempre lleves el pelo suelto. Por el amor de Dios, sólo las niñas y las cortesanas llevan el pelo de ese modo. -Empezó a dar vueltas nerviosamente delante de ella-. Siempre estás tocando a la gente. ¿Tienes alguna idea de lo inapropiado que fue que me afeitaras? ¿Pasear a solas conmigo por el jardín? ¿Dejar que te besara?
Stephen hizo una breve pausa para tomar aire y prosiguió:
– Y luego está la forma en que llevas la casa. Tus hermanos deberían estar en un internado, Callie necesita una institutriz y a todos les iría bien un poco más de disciplina y unas normas estrictas a seguir. Las clases se dan entre cuatro paredes, no sobre una colcha apolillada. Los niños y el personal de servicio no comen en el comedor ni en la misma mesa que los adultos. -Hizo una pausa en su invectiva y se pasó los dedos por el pelo mojado-. Winston necesita pulir su lenguaje y Pierre controlar su genio. Tu casa está a un paso del caos, y el comportamiento de toda tu familia a menudo roza los límites de la decencia.
Hayley seguía echando fuego azul por los ojos.
– ¿Ya ha acabado el señor?
Stephen asintió tensamente.
– Sí, creo que eso lo abarca prácticamente todo.
– Excelente. -En vez de amedrentarse en vista del enfado de Stephen, como él esperaba, Hayley dio un paso hacia él y le golpeó fuertemente con el índice en el pecho. Stephen retrocedió sorprendido-. Ahora es usted quien me va a escuchar y a entender, señor Barrettson. Puede decir cuanto quiera sobre mí, pero no ose insultar a mi familia. -Volvió a golpearle en el pecho, esta vez más fuerte-. Tal vez nos salgamos un poco de lo habitual, pero sugerir que no somos decentes es un grave error. Todos y cada uno de los miembros de mi «caótica» familia, desde Winston hasta la pequeña Callie, son acogedores, afectuosos, amables y generosos, y yo estoy sumamente orgullosa de todos ellos. No permitiré que ni usted ni nadie digan una sola palabra en su contra.
»Y en lo que se refiere a sus otras quejas, no tuve otra elección que montar a Pericles a horcajadas cuando le rescatamos, puesto que usted no llevaba ninguna silla lateral en su caballo, y no creo que el Parlamento haya decretado que leer revistas de hombres sea ningún crimen. Sólo llevo pantalones de montar por las noches en la intimidad de mi propiedad, nunca en el pueblo. Que usted me viera con pantalones fue un accidente. Raramente pierdo el tiempo intentando «domar» mi pelo porque, me haga el recogido que me haga, siempre se me acaba soltando. Y, en lo que se refiere a tocar a la gente, no es más que mi forma de mostrar afecto. Mi madre y mi padre siempre tenían una caricia para cada uno de nosotros. Ellos me inculcaron esa tendencia con su ejemplo, y yo espero inculcársela también a mis hermanos en ausencia de mis padres. Si hubiera sospechado que lo encontraba tan desagradable, jamás le habría puesto una mano encima.
Hayley hizo ademán de volver a golpear a Stephen en el pecho, pero él se apresuró a dar un paso atrás. Ella seguía echando fuego por los ojos.
– Y, cuando me ofrecí a afeitarle, sólo estaba pensando en su comodidad. Según recuerdo, usted también participó en lo que ocurrió en el jardín. Estoy de acuerdo en que cometí un grave error al permitir que me besara, pero tenga por seguro que no se volverá a repetir, sobre todo teniendo en cuenta que usted lo encontró tan detestable.
– Hayley, yo…
– Todavía no he acabado -dijo, y su mirada sumió a Stephen en el más sepulcral de los silencios-. No dispongo de suficiente dinero ni para contratar a una institutriz ni para enviar a los chicos a un internado, pero quiero dejarle algo muy claro, aunque lo tuviera, jamás se me ocurriría enviar a Andrew y a Nathan lejos de casa.
»Tenemos muchas normas sobre las tareas domésticas y el comportamiento. Tal vez no estén a la altura de sus elevados estándares, pero eso no las convierte en inadecuadas. Imparto disciplina a mis hermanos con firmeza y afecto al mismo tiempo, y creo que son unos chicos estupendos. Revoltosos, sí, pero a mí me preocuparía mucho más que se estuvieran sentados, con la boca cerrada y las manos quietas.
Hayley frunció los labios y se golpeó el mentón con los dedos.
– Hummm… ¿Qué más ha encontrado ofensivo el señor?
Antes de que Stephen pudiera abrir la boca, ella se apresuró a añadir.
– Ah, sí. Nuestra colcha apolillada. Nos gusta hacer clase al aire libre. Me sorprende que, siendo usted tutor como es, no lo haga también con sus alumnos, pero es obvio que discrepamos bastante en la mayoría de las cuestiones. Los niños y los «sirvientes» comen en el comedor porque forman parte de la familia, un concepto sobre el que es obvio que usted no sabe absolutamente nada. Y, si Pierre despotrica de vez en cuando y a veces Winston habla de una forma un tanto grosera, yo los acepto tal y como son porque les quiero, otro tema del que usted parece saber bien poco, y por eso me da lástima.
Stephen la miró fijamente. Lo había dejado sin palabras. No le habían echado semejante rapapolvo en toda su vida. Hacía cinco minutos, se sentía dominado por una ira que él consideraba plenamente justificada. Ahora se sentía como un chiquillo ruborizado en pantalones cortos después de haber recibido un duro sermón.
Se sentía como un imbécil. Al dejarse dominar por el enfado, la frustración y, ¡maldita sea!, los celos, sólo había conseguido enfadar a Hayley, aparte de un pecho dolorido. Se frotó la piel que le palpitaba bajo la camisa. Desde luego, Hayley tenía fuerza en el dedo.
Dirigiéndole una última mirada que a Stephen se le clavó como una espada, Hayley empezó a subir el camino que llevaba a la casa. Stephen sintió una tremenda vergüenza, junto con una desazón que le agarrotó las entrañas.
Aceleró el paso para alcanzarla y la cogió por el brazo.
– Hayley, espera.
Ella se detuvo y miró inequívocamente la mano de Stephen sobre su brazo, y luego le miró directamente a los ojos.
– Por favor, déjeme. Acaba de dejar bastante claro lo mucho que detesta el contacto físico.
Él retiró lentamente la mano mientras se le revolvía el estómago. El problema no era que le desagradara su contacto, sino que le gustaba demasiado.
– Te debo una disculpa.
El silencio y una ceja levantada fueron toda la respuesta de Hayley ante aquella declaración.
– Estaba enfadado y me he pasado. -Y luego añadió-: Lo siento.
Ella lo miró fijamente durante un minuto largo. Luego ladeó afectadamente la cabeza y dijo con frialdad:
– Acepto sus disculpas, señor Barrettson. Ahora, discúlpeme, por favor, debo cambiarme de ropa, no puedo seguir vestida con este «escandaloso» atuendo.
Dio media vuelta y siguió caminando hacia la casa, arrastrando el vestido.