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Hayley asintió sin demasiada convicción.

– Sí, ahora sí. -Dirigió a Stephen y a su copa de brandy todavía intacta una hosca mirada-. ¿Cómo puedes beberte algo tan asqueroso? Es repugnante.

Él contuvo una carcajada.

– Se supone que debe beberse a sorbos, no de un trago.

– Y me lo dices ahora. -Le dirigió una tímida sonrisa, que se desvaneció en cuanto sintió un repentino mareo-. ¡Dios mío! Me siento bastante indispuesta.

Stephen la tomó del brazo y la guió hasta un largo sofá de brocado que había delante de la chimenea.

– Siéntate -le dijo mientras la ayudaba a sentarse, y luego se sentó a su lado-. ¿Un poco mejor?

Hayley asintió.

– Lo siento, me he sentido tan rara durante un momento… -Se reclinó sobre el respaldo y cerró los ojos. Sintió una repentina oleada de calor y mareo al mismo tiempo, que le dejó con una extraña y líquida sensación de languidez-. ¡Santo Dios!

Stephen la estudió detenidamente, recorriendo lentamente su rostro con la mirada, fijándose en la delicada piel de sus pómulos, la sensual prominencia de sus labios, la elegante curvatura de su largo cuello.

– Te has bebido de un trago una generosa copa de brandy. Y el hecho de que apenas hayas probado la cena no va a ayudarte demasiado.

Hayley miró a Stephen visiblemente sorprendida.

– ¿Cómo sabes que apenas he probado la cena?

«No podía apartar los ojos de ti.» Siguió repasándola con la mirada y se detuvo en su vestido. En vez de responder a su pregunta, le preguntó:

– ¿Acaso el marrón es tu color favorito?

Ella abrió los ojos de par en par.

– ¿Qué?

– Todos los vestidos que llevas son de color marrón. ¿Es ése tu color favorito?

Ella volvió a cerrar los ojos.

– No particularmente. El marrón está bien porque es un color muy sufrido, disimula la suciedad.

– ¿No tienes ningún vestido de otro color? -le preguntó él, imaginándose el aspecto que debía de tener con un vestido azul claro, del mismo color que sus ojos.

– Por supuesto que sí, tengo dos vestidos grises.

«Dos vestidos grises.» Aquellas palabras se le clavaron a Stephen en el corazón. Ella las había dicho con una gran naturalidad, sin el menor signo de avergonzarse de ello. Jamás conocería a nadie tan poco vanidoso. Para contener el impulso de tocarla, ahuecó las palmas alrededor de la copa de brandy y apretó con fuerza contra el cristal.

– Pamela tiene vestidos de muchos colores -señaló él.

– Sí. ¿No son preciosos? -Una tierna sonrisa iluminó su rostro-. Pamela está en una edad en que los caballeros están empezando a fijarse en ella, especialmente uno de ellos. Es importante que se arregle para estar guapa. Le aconsejaré que se ponga su nuevo vestido verde claro para ir a la fiesta que dará Lorelei Smythe la próxima semana. -Abrió los ojos y sonrió a Stephen como si estuviera soñando despierta-. A Pamela le sienta estupendamente el verde claro, ¿sabes?

Incapaz de controlarse, Stephen alargó la mano y tocó suavemente la sonrojada mejilla de Hayley.

– ¿Y tú irás también de verde claro?

Ella se rió y negó repetidamente con la cabeza.

– No. Me pondré uno de mis vestidos grises. -Como él seguía observándola, ella dejó de sonreír. Hizo un esfuerzo por incorporarse y le dijo-: Te has puesto serio. ¿He dicho o hecho algo que te haya molestado?

Él siguió recorriendo el rostro de Hayley con la mirada.

– Qué va. Sólo me estaba imaginando lo preciosa que estarías con un vestido verde claro. O azul claro, a juego con tus ojos.

A Hayley se le escapó una risita indecorosa seguida de un hipo nada femenino.

– ¡Dios mío! ¿Qué diablos lleva ese brandy? -Se apretó las sienes con las yemas de los dedos-. ¿Y bien? ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí. Vestidos. Gracias por tus amables palabras, pero hace falta algo más que un vestido de color claro para hacerme parecer preciosa.

Dejando su copa intacta sobre una mesita de caoba, Stephen ahuecó las palmas en torno al rostro de Hayley.

– Al revés -dijo con dulzura mientras le acariciaba suavemente las mejillas con los pulgares-. No se me ocurre nada que, de algún modo, pueda hacer sombra a tu hermosura, incluyendo los vestidos grises o marrones.

Ella lo miró con los ojos como platos, y él enseguida leyó la confusión en su mirada.

– No es necesario que me digas cosas bonitas, Stephen.

Aquellas palabras se le volvieron a clavar a Stephen en el corazón. Era tan preciosa. Por dentro y por fuera.

– Eres hermosa, Hayley. Absolutamente hermosa.

El rubor bañó el rostro de Hayley y se dibujó una tímida sonrisa en sus labios.

– ¿Nunca te lo había dicho nadie? -preguntó él.

Su rubor se intensificó.

– Solamente mi madre y mi padre. Nunca un hombre.

– ¿Ni siquiera Poppledink? [8]

– Popplemore. Y no.

– Ese hombre es estúpido.

A Hayley se le volvió a escapar otro hipo y una risita.

– De hecho, por lo visto es poeta.

– ¿Poeta? ¿Y no te dijo nunca que eras hermosa?

– No. Al parecer, le dio por la poesía después de romper nuestro compromiso. -Se inclinó hacia delante y le confesó-: Es obvio que yo no era el tipo de mujer adecuado para despertarle la vena poética.

A pesar de su actitud aparentemente despreocupada, Stephen supo detectar cierta nota de amargura en aquellas palabras, una amargura que él se sentía impelido a desterrar.

– Te aseguro que tú podrías inspirar la vena poética en cualquier hombre.

– ¿Ah, sí? -Una chispa de malicia iluminó los ojos de Hayley-. ¿Hasta en ti?

– Hasta en mí.

– No te creo.

– Me encantaría demostrártelo… pero te costará lo que nos hemos apostado.

– ¿Te refieres a que entonces no podré obligarte a arrancar las malas hierbas del jardín?

– Exactamente.

Hayley se dio varios golpecitos en la mejilla con los dedos mientras consideraba ambas opciones.

– Está bien. -Levantando una ceja con malicia, añadió-: Así podré poner a prueba tus dotes como tutor, comprobando lo bien que manejas el lenguaje. -Se puso cómoda de una forma un tanto teatral, colocándose ruidosamente la falda alrededor del cuerpo y luego dijo-: Estoy lista. Soy todo oídos.

Stephen paseó lentamente la mirada por el rostro de Hayley, deteniéndose largamente en su boca y luego volviendo a reencontrarse con sus ojos.

Es como un rayo de luz,

con esa mirada transparente y azul.

Hay algo dulce y tierno en sus ojos,

que me hechiza y me hace sentir dichoso.

Hayley acogedora,

Hayley seductora,

Hayley angelical.

Tan imposible de definir como de ignorar.

Escapa a todo lo convencional,

pero yo no puedo evitar

querer besar la boca

de Hayley, la más hermosa.

Hayley objeto de mi deseo,

Hayley del prado de heno.

Stephen rozó suavemente sus labios con los de Hayley y luego se retiró. Ella lo miró fijamente, claramente aturdida.

– ¿Y bien? -preguntó él-. ¿He pasado la prueba?

– ¿Prueba? ¿Qué prueba?

– La de mis dotes como tutor. -Alargó el brazo y le acarició la tersa mejilla con un dedo.

Ella se quedó paralizada.

– Me has tocado.

– Sí.

– Pero creía que no te gustaba.

Él no podía dejar de mirarla.

– Sí que me gusta, Hayley. Mucho.

Los ojos de Stephen se detuvieron en un resplandeciente rizo que se había escapado del fino recogido que llevaba Hayley aquella noche. En vez de inspirarle decoro, lo único que le inspiraba aquel moño era el deseo de arrancarle todos aquellos alfileres de la sedosa melena y ver cómo se le desparramaba por la espalda. La necesidad de volverla a besar turbaba sus sentidos y le invadió el intenso deseo de fundirse con ella. Aquella mujer había tocado algo muy profundo en su interior, una parte de él que ni siquiera sabía que existía antes de conocerla.

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[8] En inglés, dink significa «tonto» o «tontorrón». La «equivocación» de Stephen contiene cierta nota irónica que no se puede traducir al español. (N. de la T)