– Te lo aviso, tío. Una palabra y te la pongo de nuevo.
Odín se le quedó mirando, pero no dijo nada.
Dorian asintió.
– Me da que te apetecería algo de beber. -Sacó una petaca de su bolsillo y la sostuvo entre los labios del prisionero. El Bárbaro sorbió, manteniendo un ojo puesto en la mordaza que sostenía la mano de Dorian-. Te la dejaría quitada toda la noche si pudiera -comentó Dorian, observando su mirada-, pero tengo órdenes que cumplir, ¿lo entiendes?
– Sólo unos minutos -pidió el cautivo en un susurro, sangrando por la boca-. ¿Qué daño puedo hacer?
Dorian pensó en Matt Law y en Jan Goodchild, y pareció indeciso. No estaba seguro de creerse ni la mitad de lo que el párroco le había contado, pero Tyas Miller había contemplado la espada mental con sus propios ojos, y la había visto cortar la carne como si fuera acero.
– Por favor -insistió Odín.
Dorian ladeó la cabeza para echar un vistazo hacia el exterior, donde Tyas permanecía de pie ante la puerta. «El tipo este ya está lo suficientemente encadenado -pensó-. Incluso tiene bien atados los dedos».
– Ni una palabra -le dijo.
El cautivo asintió.
– De acuerdo -concluyó Dorian-. Media hora, nada más.
Odín trabajó casi en silencio durante los siguientes treinta minutos. Su energía mágica todavía era débil, pero incluso aunque hubiera sido más fuerte, las cuerdas en sus manos habrían hecho la digitación del Alfabeto Antiguo casi imposible.
En vez de eso se concentró en los ensalmos, y le resultó duro a pesar de que esos pequeños ensalmos susurrados requerían poca energía. El agua bebida no había bastado, todavía tenía partes de la garganta secas y la boca le dolía mucho, tanto que hacía que hablar resultara difícil.
Hizo un intento por sobreponerse a las adversidades y digitó la runa Naudr invertida para soltarse las manos, pero desapareció enseguida, dejando apenas una chispa. Hizo otra nueva tentativa, forzando a sus labios partidos a formar las palabras.
Naudr gerer næppa koste;
noktan kælr í roste [9].
Quizá sería un engaño de su imaginación, pero le había parecido que las ataduras de la mano izquierda se habían soltado un poco. Sin embargo, no lo suficiente; a este ritmo tendría que lanzar una docena de ensalmos sólo para poder liberar un dedo. Después de eso intentaría hacer un movimiento, si tenía tiempo y su energía mágica lo soportaba, y si el guardia…
El reloj de la torre sonó. Las doce y media. Se había cumplido el plazo.
Capítulo 5
Mientras tanto, a menos de dos kilómetros de distancia, Maddy se iba acercando rápidamente al halcón y el águila. Se mantuvo a cierta altura por encima de las otras dos aves, bien alejada de su línea de visión, y estaba casi segura de que en realidad no la habían visto. Luego, se desvió levemente a la derecha, todavía sin reducir la altitud, y observó el pueblo con su vista de ave.
Distinguió la cárcel, una pequeña construcción rechoncha que no quedaba a mucha distancia de la iglesia. Había un guardia apostado en la puerta y otro parecía estar mirando dentro. «Sólo dos, estupendo», se felicitó.
Todo parecía bastante tranquilo en los aledaños de la cárcel. No había rastros de ninguna partida o signo de alguna otra actividad inusual. La taberna Los Siete Durmientes había cerrado esa noche y sólo una luz brillaba en el interior, donde sin lugar a duda, la señora Scattergood había encontrado alguna otra pobre desdichada para que le hiciera la limpieza.
Detrás de la tasca, una pareja de juerguistas volvían a casa dando voces y tumbos por la calle. Maddy reconoció sin vacilación a uno de ellos, Audun Briggs, un techador de Malbry, pero le costó unos momentos identificar al segundo…
… Su padre, el herrero.
Se sintió conmovida, pero continuó volando. No podía permitirse que nada la entretuviera. Sólo esperaba que Jed tuviera el sentido común de mantenerse bien alejado en caso de que hubiera problemas. Era su padre, después de todo, y preferiría que él -en realidad no sólo él, sino todos los aldeanos- estuviese fuera del alcance de las chispas cuando éstas empezaran a saltar por todas partes.
Cuando llegó a las afueras de la villa, el halcón y el águila comenzaron su descenso a menos de noventa metros por delante de ella.
Maddy los imitó y redujo la altura, dejándose caer desde una altitud superior. Se acercó hacia la torre de la iglesia y se situó detrás de su pequeño y grueso remate; luego, aleteó sin gracia alguna para aterrizar en el patio desierto de la iglesia.
La capa de plumas era fácil de quitar. Un encogimiento de hombros y un ensalmo le bastaron para desprenderse de ella. La muchacha la sujetó al cinturón y se abrigó lo mejor posible, pues, a diferencia de lo que le había ocurrido a los otros al adoptar sus aspectos, ella sí había retenido sus ropas bajo la capa de plumas. Magnífico. Esto le daba un poco más de tiempo.
Miró a su alrededor. No había nadie por allí. La iglesia estaba sumida en la penumbra, igual que la casa parroquial. Sólo brillaba una luz bajo los aleros. «Bien», se felicitó Maddy de nuevo. Encontró el camino, no sin lamentar la pérdida de su vista nocturna de pájaro, y echó a correr con sigilo pendiente abajo, hacia la plaza de la villa, ahora desierta justo cuando el reloj marcó la media.
Era el momento.
Loki era consciente de que se le acababa el tiempo mientras sobrevolaba Malbry. Se había devanado los sesos durante todo el viaje sin haber hallado solución alguna al problema concreto que se le había presentado.
El águila le capturaría y le destrozaría con sus garras en cuanto hiciera el menor intento de huir, pero…
…si se quedaba, tendría que enfrentarse a uno o a dos de sus enemigos; ninguno de los cuales tenía razones para apreciarle. Era plenamente consciente de que su única influencia sobre Skadi duraría exactamente lo que tardara en darse cuenta de que la había engañado una vez más, y en cuanto al General, ¿qué piedad podía esperar de él?
Incluso si se las arreglaba para huir durante la pelea o aprovechando la confusión posterior, ¿cuánto tiempo le duraría esa ventaja? Si Odín escapaba, pronto saldría en su busca, y si no lo conseguía, serían los vanir los que lo hicieran.
«Qué mala pinta tiene esto», pensó mientras comenzaba el descenso. Su única esperanza era que aquella chica, Maddy, se pusiera de su parte, aunque tampoco había muchas posibilidades de que eso fuera a suceder, pero habría muerto hacía poco por segunda vez de no ser por ella, que había optado por evitarlo. No sabía lo que esto podría significar, pero quizá…
El águila profirió otro grito agudo de aviso detrás de él.
– Eh, tú, apresúrate.
Loki descendió en picado dócilmente.
Capítulo 6
«Estrellas arcanas han prendido fuego a la noche», observó para sus adentros el finismundés cuando avanzó un paso y a través del círculo mágico formado por los dedos índice y pulgar vio los tenues rastros de los miles de idas y venidas que bullían de vida a su alrededor.
«Así que esto es lo que ve el Innombrable -pensó, alzando la vista hacia el cielo iluminado-. Me pregunto cómo consigue mantener la cordura».
Se quedó algo estupefacto ante aquella nueva conciencia. Entonces vio algo que le hizo contener de golpe el aliento. Dos ligeros trazos, uno violeta y otro de color azul helado, recorrían el cielo como cometas hacia Malbry. «Más demonios. Conviene darse prisa».
Llegó a la cárcel apenas unos minutos más tarde. Se quedó satisfecho al ver que los guardias aún estaban alerta, aunque uno le mostró una mirada algo nerviosa, como si esperara alguna reconvención por su parte.