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La actividad profesional de Mordecai se desarrolla en la Sala de Cirugía, separada de su oficina por la Interfaz Cinco, donde no solo se llevan a cabo intervenciones quirúrgicas, sino también otros servicios médicos que Genghis Mao requiera. La oficina de Mordecai es un lugar para investigar y meditar, solamente. A la derecha de su escritorio hay un tablero que le da acceso, al instante, al banco de memoria de textos de ciencia médica. Con sólo pulsar una tecla. o incluso decir una palabra codificada, o hacer referencia a determinada sintomatología, o al estado físico general, o a un diagnóstico presuntivo, tiene a su disposición fragmentos en forma de código de la sabiduría científica de los eones, la esencia fundamental de todos los descubrimientos, desde el Papiro de Smith, Hipócrates y Galeno hasta las últimas revelaciones de los microbiólogos e inmunólogos y endocrinólogos que trabajan en los laboratorios del Khan. Aquí está todo: encefalitis y endocarditis, gastritis y artritis, nefritis, nefrosis, neuroma, nistagmus, aspergilosis y bilharzia, uremia y xantocromía, las mil y una injurias de que la carne es heredera. ¡Qué épocas aquellas en que los médicos eran exorcistas que se vestían con plumas y se pintaban la cara y el cuerpo y alejaban los demonios batiendo tambores temerarios, y libraban solitarias batallas en contra de causas imposibles de revelar y significados indefinibles, y cortaban venas y desmenuzaban cráneos como si fuera un juego, y usaban raíces de poderes mágicos! Solos en contra de espíritus tenebrosos del mal, sin ninguna pista más que el bagaje de sabiduría sobrenatural y la intuición heredada de los antepasados. ¡Y; ahora, aquí, la máquina de las respuestas! Sólo una pulsación y ¡oh, maravilla!: etiología, patología, sintomatología; profilaxis, contraindicaciones, diagnósticos, farmacología, secuelas, la maravillosa espiral del diagnóstico y el tratamiento y la cura y la convalecencia se despliega con una sola orden. En momentos de calma, Sadrac Mordecai se divierte poniendo a prueba sus conocimientos: establece problemas hipotéticos, postula síntomas y elabora diagnósticos para luego compararlos con lo que ofrece la computadora. Hace once años que egresó de la Facultad de Medicina de Harvard y todavía sigue siendo un estudiante, siempre un estudiante.

El día de hoy no ofrece muchos momentos de calma. Hace girar su sillón hacia la izquierda y se comunica con el número telefónico de la Sala de Cirugía.

—Warhaftig —dice en tono categórico.

En un momento, la pantalla refleja el rostro plano y rústico de Nicholas Warhaftig, cirujano del Khan, veterano en cientos de transplantes cruciales. Detrás de él se ve claramente la sala de operaciones: tableros luminosos en donde funcionan cuadrantes de medición y paneles de control, el bisturí láser, la maraña ondulante del anestesiólogo, agujas, tubos y caños. Sólo. en parte se alcanza a ver la unidad quirúrgica principal, en donde tarimas y camillas y luces en instrumentos y lienzos blancos y aparatos de acero cromado aguardan al paciente imperial.

—El Khan ya se ha levantado —dice Mordecai.

—Estamos a horario, entonces —responde Warhaftig. Tiene sesenta años, el cabello cano e imperturbable. Mordecai era todavía un estudiante idólatra cuando Warhaftig ya era el máximo erudito en transplantes. Y ahora, a pesar de que Mordecai es su superior desde el punto de vista técnico, los dos saben perfectamente cuál es, en verdad, el que tiene más experiencia profesional. Esto hace que Mordecai se sienta incomodo en su relación con Warhaftig.

—¿Podrá traerlo a las nueve en punto? —pregunta Warhaftig.

—Trataré.

—Es indispensable que lo haga —responde Warhaftig fríamente, al tiempo que hace un gesto desagradable con la boca—. La perfusión comenzará a las 9.15. El hígado todavía está congelado, y el descongelamiento siempre trae complicaciones. ¿Cómo se siente?

—Como siempre, con la fuerza de diez hombres. —¿Puede darme una lectura rápida de la glucosa sanguínea y de la producción fibrinógena?

—Un momento, por favor —dice Mordecai. Estos son datos de los cuales no recibe telemedición directa. Sin embargo, ya está práctico en deducir las funciones físicas secundarias del presidente, de las claves que le ofrecen las respuestas metabólicas principales—. Los niveles de glucosa han disminuido a causa de la necrosis hepática general, pero es lo que se esperaba. No puedo deducir la producción fibrinógena con exactitud, pero creo que las proteínas plasmáticas han disminuido. El porcentaje de fibrinógeno, sin embargo, no es tan reducido como el de la heparina.

—¿Bilis?

—Se observa una disminución desde el viernes, acentuándose hoy. No obstante, no se evidencian trastornos demasiado graves.

—Bien —asiente Warhaftig. Hace un gesto brusco a alguien que está fuera de cámara. Las manos del cirujano son largas y musculosas. Los dedos, de extraordinario poder y delicadeza, se asemejan a varillas flexibles y alargadas. Las manos de Mordecai, si bien no son las de un cirujano, son fuertes y estilizadas, pero, al compararlas con las de Warhaftig, las ve grotescas y robustas, como las manos de un carnicero—. Todo marcha bien aquí. Lo espero a las nueve. ¿Algo más?

—Sólo quería avisarle que el Khan se ha levantado —contesta Mordecai en tono algo cortante. Inmediatamente corta la comunicación.

A continuación, llama a la habitación del presidente y mantiene un diálogo breve con uno de los valets del Khan. Sí, Genghis Mao ya se ha levantado. Se bañó, y ahora se está preparando para la operación. En un instante comenzará su meditación matutina, pero si el doctor desea hablar con él antes, puede hacerlo. Sí, el doctor quiere tener unas palabras con el presidente. La imagen desaparece de la pantalla, y se produce una larga pausa durante la cual Mordecai siente que el nivel de adrenalina de su cuerpo comienza a elevarse. A pesar de que hace muchos anos que Mordecai está en contacto con el Khan, el miedo y el pavor que Genghis Mao le inspira no ha mermado aún. Trata de calmarse con unos ejercicios de relajación, pero ya es tarde: en ese mismo instante, la cabeza y hombros de Genghis II Mao IV Khan se refleja abruptamente en la pantalla del videoteléfono.

El presidente es un hombre delgado, de piel curtida y cráneo triangular. Tiene los pómulos salientes, las cejas espesas, la mirada impetuosa, los labios toscos y delgados. Su tez es marrón más que amarilla, y su cabellera, negra y espesa, está peinada hacia atrás: desciende desde la frente y le llega casi a los hombros. El rostro del Khan inspira, paradójicamente, pavor y confianza al mismo tiempo. Es omniperceptivo y omnicompetente, capaz de asumir todo los problemas del mundo sin emitir la mínima queja, seguro de que los solucionará. En su aspecto, se reflejan los trastornos que su hígado sufrió en los últimos tiempos: la piel ha tomado un color amarillo intenso, aparte de su matiz natural, los pómulos están cubiertos de manchones, y los ojos tienen un brillo poco común. Sin embargo, siempre mantiene su porte de rey y su fuerza inagotable, la de un hombre ideado por la naturaleza para resistir y gobernar.