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—Sadrac —dice. Su voz es grave, desafinada, de poco alcance dinámico. No es en realidad la voz de un demagogo—, ¿cómo estoy esta mañana?

Esta broma es una vieja costumbre entre ambos. El Khan festeja la gracia, no así Mordecai, quien logra sonreír, pero su sonrisa no es sincera.

—Fuerte y descansado. El nivel de glucosa sanguínea es un poco bajo, pero dentro de lo previsible. Warhaftig lo está esperando. Quisiera que usted esté en la Sala de Cirugía a las nueve. Mangú está en el escritorio de comando del Vector de Comité Uno. Hasta ahora, es un día tranquilo.

—Éste será mi cuarto hígado.

—El tercero, señor —responde Mordecai, amable—. He estado consultando la historia clínica: el primer transplante fue en el año 2005, el segundo en el año 2010, y ahora…

—Recuerde, Sadrac, que nací con un hígado. Debemos tomar en cuenta eso, porque no debemos olvidarnos que soy humano, ¿no es así? Tenemos que tener presentes los órganos con los que nací.

Esta respuesta incomoda a Mordecai, que no puede eludir la mirada de Genghis Mao. Claro, es humano, nunca nos debemos olvidar de que el presidente es humano. Humano, a pesar de que el páncreas es un diminuto disco plástico, y el corazón está constantemente estimulado, a través de finísimas agujas de plata, por bombeos eléctricos, y los riñones pertenecen a otro ser humano y los pulmones y las córneas y el colon y el esófago y la faringe y el timo y la arteria pulmonar y el estómago y el… claro, claro, es humano, sí, humano, pero a veces cuesta tanto recordarlo. Y a veces, al mirar esos ojos fríos, aterradores e irresistibles, en lugar de ver la luz providencial de la autoridad suprema, se ve una figura opaca sumergida en la fatiga, o tal vez en el terror, una figura que, al tiempo que revela un temor espeluznante por la muerte, le ofrece una cálida bienvenida. Genghis Mao está obsesionado con la muerte, por cierto. Un hombre tan aferrado a la vida, después de nueve décadas, que es capaz de someterse a cualquier tormento físico con tal de comprar otro mes, otro año. Sus ojos reflejan a gritos el enfermizo pavor que siente por la muerte. Sin embargo, al mismo tiempo, ama a la muerte, obsesionado con un final que constantemente trata de posponer, en la misma medida que un hombre obsesionado con el orgasmo lucha con gran vehemencia para retrasarlo. Mordecai ha escuchado a Genghis Mao hablar de la pureza de no ser. No es que Genghis Mao espere la llegada de la süsser Tod, no, nunca… y, sin embargo, con qué placer saborea la dulzura tentadora al tiempo que aleja sus labios de ella. Mordecai piensa que sólo un hombre como él, obsesionado por la muerte, encantado por la muerte, puede desear ser el dueño y señor del corrupto mundo de hoy. Pero, ¿cómo es posible que Genghis Mao, que se cobija como en sueños bajo la exquisita belleza de la muerte, desee con tanto fervor vivir para siempre?

—Venga a buscarme a las nueve —le dice el presidente. Mordecai asiente con la cabeza a una imagen sin vida.

CAPÍTULO 3

En el tiempo que le queda antes de ir a buscar al Khan, Mordecai cumple con una de sus responsabilidades burocráticas ordinarias: recibir el informe diario redactado por los directores de los tres grandes programas de investigación a través de los cuales Genghis Mao reúne los recursos necesarios para el desarrollo gubernamental, el Proyecto Talos, el Proyecto Fénix y el Proyecto Avatar. En su carácter de médico del Khan, Sadrac es el director principal de los tres proyectos. En función de ello, todas las mañanas dialoga con los encargados de cada uno de los proyectos, cuyos laboratorios están ubicados en los pisos inferiores de la Gran Torre del Khan.

Primero aparece en la pantalla Katya Lindman del Proyecto Talos.

—Ayer codificamos los párpados —explica Katya—. Esto es uno de los mayores adelantos en nuestro programa de conversión del modo analógico al digital. Ya tenemos la representación gráfica y los equivalentes de siete de los trescientos rasgos cinéticos básicos del presidente.

Katya es una sueca de baja estatura, cabello negro y hombros anchos. Es una persona sumamente inteligente, que se irrita con facilidad, una mujer de belleza considerable, a pesar de, o tal vez, por su boca amenazadora, singularmente salvaje, los labios delgados y dientes filosos. El proyecto que tiene a su cargo es el mas complicado de los tres, un intento de crear un Genghis Mao mecánico, una entidad análoga a través de la cual el Khan seguirá gobernando después de su muerte, una marioneta, un simulacro que llevará una vida similar a la de Genghis Mao. La tecnología para crear un autómata de ese tipo ya existe, desde luego, pero el problema es crear algo que sea superior a los robots de Walt Disney que Mordecai recuerda de su juventud, como el de Abe Lincoln, Tomás Edison y Cristóbal Colón, tan reales en el color de la piel, los movimientos y la manera de hablar. Las máquinas de Disney no bastan para satisfacer las necesidades actuales. Un Abe Lincoln de Disney sería capaz de pronunciar, sin interrupción, el discurso de Gettysburg ocho veces en una hora, pero nunca podría llegar a lidiar con una delegación de reconstruccionistas del Congreso. Un Genghis Mao de metal y plástico podría, por otra parte, recitar los principios de la depolarizacion centrípeta con una elocuencia cautivante, pero, ¿de qué serviría al tener que enfrentarse con una sociedad desafiante y multifacética? No, deben capturar la esencia de Genghis Mao en vida, codificarla, haciendo de ella un programa que continuará desarrollándose y respondiendo a estímulos. Sadrac Mordecai tiene dudas en cuanto al éxito de este proyecto. Como lo hace periódicamente, Sadrac le pregunta a Katya cómo marcha en su departamento la tarea de reducir a números dígitos los procesos mentales de Genghis Mao, proceso mucho más complicado que el de elaborar programas digitales de su expresión facial y sus posturas habituales. Esta pregunta, una amenaza para Katya, hace brillar sus ojos por un instante. Sin embargo, todo lo que responde es: —Seguimos insistiendo sobre ese problema. Los miembros mas capacitados de nuestro personal se están dedicando a ello sin descanso.

—Gracias —concluye Sadrac. Casi simultáneamente cambia de contacto para comunicarse con el canal de Irayne Sarafrazi, la conductora del Proyecto Fénix. Es una joven gerontóloga persa, una. persona menuda, casi frágil, de grandes ojos pardos, labios anchos y majestuosos, de cabello negro estirado hacia atrás. La función de su grupo es elaborar una técnica de renovación física que permita el rejuvenecimiento de las células vivas de Genghis Mao, de manera que puedan reproducirse en su propia piel cuando ya no tenga la fuerza y resistencia para aceptar transplantes de órganos. El factor principal que obstaculiza la labor de este grupo es la falta de disposición del cerebro para regenerar las células que día a día desecha. Invertir el proceso de deterioro de los demás órganos y rejuvenecerlos requiere la tarea relativamente fácil de reprogramar el ácido nucleico, pero nadie ha encontrado la manera de detener la muerte constante del cerebro y lograr que éste se reintegre por sus propios medios. En los años que Genghis Mao lleva de vida, el peso estimado del cerebro ha disminuido en un diez por ciento con la correspondiente pérdida de la memoria y del tiempo de respuesta neuronal. No es senil, de ningún modo, pero si sigue viviendo uno o dos siglos más, como es su deseo, con el mismo conjunto cerebro-cerebelar, tiene todas las sibilidades en su contra para ser víctima de cualquier deficiencia mental. Cientos de simios desgraciados se han entregado a Irayne Sarafrazi quien: conservando los cerebros en campanas de vidrio en la repisa de su laboratorio, somete a investigación el contenido craneal de los mismos. Los cerebros, así conservados, continúan con vida respondiendo a distintos estímulos, pero, aunque Irayne busca día a día distintas maneras de regenerar las neuronas, hasta el momento no se han obtenido resultados positivos. Esta mañana la doctora Sarafrazi está desanimada: sus ojos, siempre luminosos, hoy se ven opacos y cansados. EL cerebro de Pan, un chimpancé, se desintegrado de pronto, justo cuando algunas células comenzaban a regenerarse.