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Sadrac sale del Refugio del Khan y se dirige a su habitación, pasando por su oficina, atravesando el Vector de Comite Uno y luego el Vector de Vigilancia Uno, donde se detiene por un momento, como es su costumbre, para contemplar el luminoso espectáculo de las pantallas. Todo duerme en la Gran Torre del Khan. La oscuridad de la noche baña el continente asiático, pero en todo el planeta, en la Sala de Traumas, la vida sigue, y también la muerte. De pie ante la multitud de pantallas, Sadrac contempla el alocado vaivén de imágenes, el sufrimiento, la lucha, el agotamiento, la muerte. Los muertos en vida que vagan por las calles de Nairobi, Jerusalén, Estambul, Roma, San Francisco, Pekín; caminan con paso vacilante a través de todos los continentes, como en una procesión camino a la condena, a la perdición, a la tortura, al castigo. Allí, en algún lugar de la tierra está Bhishma Das, Mesach Yakov, Jim Ehrenreich. Sadrac les desea alegría y salud por el resto de sus vidas. ¡Alegría a todos! ¡Salud a todos!

Piensa en la risa de Genghis Mao ¡Qué alegre la mirada del Khan al escuchar el anuncio de Sadrac! ¡Qué expresión de alivio, casi, al ser despojado de su poderosa autoridad! Sin embargo, resulta imposible llegar a percibir los verdaderos sentimientos del Khan: es un ser extraño, misterioso, insondable, de conducta inescrutable. Sadrac no sabe con certeza qué es lo que sucederá. No logra imaginar qué contratreta puede llegar a concebir Genghis Mao, qué trampas ya estará maquinando. Sadrac actuará con cautela y esperará lo mejor. Ha alojado una bomba en el cerebro de Genghis Mao, sí, pero también ha tomado a un tigre por la cola y por lo tanto, debe tener mucho cuidado, no sea que tropiece entre las metáforas y termine destruido.

Contempla como hipnotizado la danza resplandeciente de las pantallas del Vector de Vigilancia Uno. Hoy es miércoles 4 de julio de 2012. Gotas de lluvia mansa bañan la ciudad de Ulan Bator, que, desde la próxima semana, se llamará Altan Mangú en honor al virrey asesinado, a quien la humanidad ya ha dejado caer en el olvido. Esta noche la muerte vagará por el planeta, recogiendo a sus miles de víctimas, pero mañana, jura Sadrac, todo comenzará a ser distinto. Sadrac extiende la mano izquierda y la mira como quien analiza una valiosa pieza de jade. Flexiona ligeramente los dedos, cuidando de no cerrar el puño. Sonríe y llevándose la mano a los labios, besa en un soplo a toda la humanidad.

FIN