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– Tienes que volver, tienes en ciernes un gran trabajo, de alto nivel.

Le explicó brevemente en qué consistía y realmente era «de alto nivel». Siguiendo el ejemplo de Sandor, un actor importante de Hollywood acababa de firmar un contrato para actuar en una obra del West End.

– La dirección quiere sólo las mejores fotos y, cuando di tu nombre, se mostraron interesados.

– Me sorprende que me quieran contratar después de lo que pasó la última vez.

– Valoran tu «abnegada honestidad». No te rías, te viene bien. Considera la oportunidad, cariño. Tengo que dejarte.

Y colgó.

Ferne miró en silencio al teléfono pensando que ahí estaba: habían tomado por ella la decisión. Se despediría de Dante y regresaría a Inglaterra, feliz de haber escapado.

¿Pero escapado de qué?

Tenía que aprender a dejar de pensar en ello.

El teléfono volvió a sonar: era él.

– ¿Dónde estás? -le preguntó con voz agitada. Ella se lo dijo y él respondió:

– No te muevas, estaré ahí en un momento.

Cuando se detuvo en el bordillo de la acera, ella lo esperaba, perpleja.

– Perdona que te moleste -dijo al entrar-, pero necesito urgentemente que me ayudes. Me ha llamado el propietario de una villa que está a varios kilómetros de aquí porque quiere que la venda. Voy a visitarla ahora mismo y necesito un buen fotógrafo así que había pensado en ti.

– Me siento halagada, pero soy especialista en espectáculos, no en inmobiliarias.

– El proceso de venta de una casa puede convertirse en una especie de espectáculo, sobre todo si se trata de una casa como ésta.

Una hora más tarde, llegaron a la villa, situada sobre una colina y con un diseño muy extravagante, como decorado de ópera. Por dentro, el lugar estaba muy ajado y contaba con escasas comodidades modernas. El propietario, un hombre regordete de mediana edad, les acompañó destacando lo que él consideraba los principales atractivos, pero Ferne lo dejó atrás enseguida. El entorno empezó a apoderarse de ella.

Le llevó tres horas. De camino a casa, se detuvieron a comer y compararon sus anotaciones.

– Mi texto y tus imágenes -dijo-. Formamos un gran equipo. Volvamos a casa y publiquémoslo todo en mi página web.

– Vale, pero tengo que decirte una co…

– Pronto me iré a recorrer la zona, buscando oportunidades de negocio. Ven conmigo. Juntos los dejaremos boquiabiertos -al ver que dudaba, tomó sus manos entre las suyas-. Dime que sí. Ha llegado el momento de que te diviertas un poco en la vida.

Era el Dante que había conocido al principio, el oportunista que afrontaba la vida con una sonrisa. Era como si los momentos oscuros que había presenciado no hubiesen ocurrido nunca.

– No sé -dijo ella lentamente.

Estaba más tentada de lo que se atrevía a admitir. Sólo por pasar con él un poco más de tiempo…

– Escucha, sé lo que estás pensando -dijo él intentando persuadirla-, pero te equivocas. He aceptado tu rechazo -su voz se tomó melodramática-, por muy amargo y doloroso que me resulte.

Ella torció la boca.

– ¿De verdad me pides que crea que vas a portarte como un perfecto caballero en todo momento?

– Bueno, puede que no pensara llegar tan lejos -dijo él cubriéndose cautelosamente-. Pero no haré nada que pueda ofenderte. Todo se hará amistosamente, lo prometo.

– Me lo pensaré -dijo ella.

– No te tomes mucho tiempo.

Regresaron a la villa y pasaron una hora frente al ordenador uniendo el texto de él y las fotos de ella. Dante envió una copia al propietario, que no tardó en escribir un correo electrónico en el que expresaba su satisfacción.

Al final de la tarde, Ferne salió a la terraza y se puso a contemplar las estrellas, preguntándose qué iba a hacer. Debía de ser una decisión fácil. ¿Cómo iba a competir un hombre con una oportunidad laboral como la que se le ofrecía?

Sabía lo que iba a ocurrir. Dante la habría visto salir y la seguiría, intentando engatusarla para que hiciese lo que él deseaba.

Amistosamente, seguro. ¿A quién quería engañar? Podía oírlo acercarse. Sonriendo, se volvió.

Pero eran Hope y Toni.

– Dante se ha ido a la cama -dijo Hope-. Él nunca lo admitiría, pero creo que le dolía la cabeza.

– ¿Ocurre algo? -preguntó Ferne. Había algo en al actitud de la mujer que la alarmó.

– Nos ha dicho que quiere que viajes y trabajes con él -dijo Hope.

– Me lo ha pedido, sí. Pero no sí si voy a aceptar. Puede que haya llegado la hora de que vuelva a Inglaterra.

– Oh, no, por favor, quédate un tiempo en Italia -dijo Hope ansiosamente-. Por favor, ve con él.

Lo primero que se le ocurrió a Ferne era que Hope estaba haciendo de casamentera, pero al fijarse en la expresión que había en su rostro encontró en él un extraño temor.

– ¿Qué pasa? -preguntó-. Es algo grave, ¿verdad?

De nuevo hubo un silencio y Hope miró a su maridó. Esta vez él asintió y ella empezó a hablar.

– La verdad es que es posible que Dante se esté muriendo.

– ¿Cómo? -susurró Feme, horrorizada-. ¿Has dicho…?

Muriéndose. De ser así, igual podríamos estar haciendo algo al respecto, pero él no quiere hablar del tema y no sabemos qué hacer.

.-No lo entiendo -dijo Ferre-. Él debe de saber si está enfermo o no.

– Por parte de su madre, es un Linelli -explicó Hope-. Y esa familia tiene un problema hereditario de debilidad en un vaso sanguíneo en el cerebro que puede romperse en cualquier momento, provocando un coma o quizá la muerte.

– Les ha ocurrido a varios en el transcurso de los años -dijo Toni-. Algunos han fallecido, pero hasta los que han sobrevivido han tenido mala suerte. Su tío Leo sufrió una gran hemorragia y salvaron su vida en el quirófano, pero el cerebro resultó seriamente dañado. Ahora es como un niño, y para Dante supone una terrible advertencia. Se niega a aceptar que puede haber heredado esta enfermedad y necesitar tratamiento.

– ¿Pero ha habido algún indicio? -preguntó Ferne-. ¿O sólo estáis asustados porque es hereditario? Después de todo, puede que no toda la familia desarrolle la enfermedad.

– Cierto, pero hace dos años tuvimos motivos para asustarnos. Sufrió un dolor de cabeza tan fuerte que se quedó confuso y mareado, lo que puede indicar un pequeño derrame. Y si se ignora, puede llevar a uno mayor, pero él insistió en que se había recuperado perfectamente y ya nunca más ha vuelto a ocurrir. Eso puede significar que no tiene nada malo o que ha tenido mucha suerte. Y puede seguir teniéndola durante años o…

– ¿Pero no sería mejor averiguarlo? -preguntó Feme.

– No lo quiere saber -dijo Toni con gravedad-. No teme a la muerte, pero sí a una operación porque tiene miedo a acabar como Leo. Ha decidido que, si tiene que morir, morirá.

– Bailando el quickstep con el destino -murmuró Ferne.

– ¿Eso qué es?

– Algo que le oí decir. Y entonces no lo entendí. Pero no puedo creer que sea tan radical. ¿No se sentiría mejor si le hiciesen un diagnóstico?

– No quiere que la familia lo presione para que se opere, incluso si no supone tanto riesgo. Las técnicas quirúrgicas han mejorado mucho desde la operación de Leo, hace treinta años, y Dante podría salir totalmente ileso, pero no está dispuesto a hacerlo. Quiere disfrutar de la vida tanto como le sea posible y luego, bueno… Ojalá lo supiéramos con seguridad, pero no hay forma de asegurarse. A menos que haya un síntoma definitivo, como un mareo. ¿Lo has visto desmayarse alguna vez?

– Sí -dijo Ferne, recordando horrorizada-. Pareció marearse cuando bajaba la escalera tras salvar al perro. Pero me pareció normal después de todo lo que había pasado… todo aquel humo…

– Seguramente fue algo normal -asintió Hope-. Igual e el dolor de cabeza de esta noche, una reacción a lo que sucedió en el incendio. Pero siempre nos queda la duda. Y es difícil comentarlo por miedo a hacerle enfadar.