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– Sí, ya lo he visto -murmuró Ferme-. Quise que fuese al médico y se enfadó muchísimo. Me hizo prometer que no contaría nada a la familia y se puso tan furioso que tuve que aceptar.

– Se marcha solo -dijo Hope-. Por favor, Ferne, ve con él.

– ¿Pero qué podría hacer? No soy una enfermera.

No, pero estarás ahí, cuidándolo. Y si ocurre algo preocupante, no lo dejarás pasar como haría un desconocido. Podrás pedir ayuda y puede que salvarle la vida. Incluso podrías convencerle de que no tiene por qué vivir así.

– No me escuchará -dijo Ferne-. Seguramente sospechará de mí desde el principio.

– No, porque te ha invitado a acompañarle y le parecerá normal. Por favor, te lo ruego.

Ferne supo que la decisión estaba tomada. Aquella mujer que tanto había hecho por ella le había pedido tan poco a cambio se lo estaba implorando.

– No tienes que rogarme nada -dijo Ferne finalmente-. Lo haré. Tenéis que contármelo todo sobre la enfermedad para que pueda seros útil.

Por toda respuesta, Hope abrazó a Ferne agradecida. Toni estuvo más contenido, pero posó la mano sobre su hombro y lo apretó con fuerza.

Pero Ferne temblaba, preguntándose en dónde se había metido.

CAPÍTULO 6

UN SONIDO proveniente del interior de la casa les hizo levantar rápidamente la vista, pero era Primo, que había venido a darles las buenas noches antes de llevar a Olympia de vuelta a casa. Ferne aprovechó la ocasión para perderse entre los árboles. Necesitaba apaciguar sus pensamientos y más aún sus emociones.

Había deseado descubrir el secreto de Dante y lo había descubierto. Podía morir en cualquier momento y aquélla era la realidad con la que él convivía, la que se negaba a eludir, de la que se reía. Era el quickstep que estaba bailando con el destino.

Entonces comprendió por qué había regresado a la casa en llamas cuando nadie en su sano juicio lo hubiese hecho. De haber muerto aquel día, habría sido una bendición comparada con el destino que temía: una incapacidad permanente, convertirse en un ser tan dependiente como un niño, provocar lástima. Con tal de evitarlo habría hecho cualquier cosa, hasta internarse en las llamas.

Por eso no había tenido relaciones serias. No podía permitirse enamorarse ni correr el riesgo de que una mujer se enamorase de él. Con ella estaba tranquilo porque ella lo había esquivado riéndose y no parecía albergar sentimientos serios por él, lo que era justo lo que a él le gustaba: lo más seguro para ambos.

Pero Ferne pensó angustiada que Dante había cometido un error de cálculo. Cuando supo que estaba en peligro el corazón se le inundó de sentimientos por él.

De pronto supo que no podía mantener la promesa que le había hecho a Hope. Había sido una loca al decir que sí y estaba a tiempo de arreglarlo. Volvería para decirle…

– Estás aquí -dijo Dante-. ¿Por qué te escondes? Ferne se giró y vio cómo se le acercaba con ojos todavía adormilados.

– Salí a tomar el aire -dijo ella-. Esto está precioso por la noche.

– ¿Estás bien?

– Sí, muy bien -respondió ella a toda prisa-. ¿Y tú, qué tal tu cabeza?

– A mi cabeza no le pasa nada. ¿Por qué lo preguntas?

– Al ver que te acostabas tan temprano, Hope pensó…

– Se preocupa demasiado. Mi cabeza está bien.

¿No sonaba demasiado serio? No debía haber sacado el tema. Había sido un error y debía tener más cuidado. Deseaba tomar su rostro entre las manos, besarlo y rogarle que se cuidase. Pero todo eso estaba prohibido. Si se quedaba, tendría que cuidar cada palabra, vigilarlo y protegerlo en secreto, engañándolo constantemente. Cuanto antes se alejase de allí, mejor.

– Dante -le dijo sin poder contenerse-. Hay algo que debo…

– Ah sí, esta tarde intentabas decirme algo y no te dejé hablar. Estaba demasiado ocupado conmigo mismo, para variar. Cuéntame.

Había que enfrentarse a la situación, pero antes de que pudiese hablar, algo la rescató en forma de alboroto. El hijo pequeño de Ruggiero, Matti, pasó corriendo entre los árboles tan deprisa como le permitían las piernas. Detrás de él se oía la voz de Ruggiero pidiéndole que volviese, cosa que el niño ignoraba.

– Yo solía escaparme así a la hora de dormir -dijo Dan, sonriendo-. Y siempre había un asqueroso aguafiestas que me atrapaba.

Agarró a Matti y lo alzó en sus brazos, riéndose en su cara.

– ¡Te atrapé! No, no me pegues, sé cómo te sientes, pero es hora de dormir.

Dante sonrió y le pasó el niño a su padre.

– Tú sí que sabes cómo tratarlo -dijo Ruggiero. Luego, temiendo que lo tachasen de sentimental, añadió-: Supongo que se debe a que eres un niño grande.

– Puede -asintió Dante.

Ferne, observándolos desde las sombras, pensó que aqello era más que una broma. Dante era en parte un niño, en parte un payaso, en parte un intrigante y en parte algo más que ella estaba empezando a descubrir. Y fuera que fuese al final, era un hombre que necesitaba su procción. En ese momento la decisión estuvo tomada.

– Volvemos a estar solos -dijo él-. ¿Qué querías decirme?

Ferne respiró hondo y lo miró de frente con una sonrisa. -Que disfruté mucho trabajando contigo. ¿Cuándo nos vamos?

«Cuidado con lo que digas en broma: puede volverse tu contra».

Aquel pensamiento persiguió a Ferne durante los días siguientes.

Ella se había burlado de Dante cuando le dijo que se comportaría como un caballero y él le había respondido con alentadora consternación. Pero conforme pasaba el tiempo, empezó a darse cuenta de que él se lo había tomado en serio y estaba siendo tal y como había prometido: amistoso.

Compró un coche y se dirigieron a Calabria, una zona montañosa al sur de la península italiana.

– He sabido que hay allí tres villas en venta desde hace tiempo -dijo-. Probemos suerte.

Y la tuvieron. Los propietarios estaban empezando a desesperarse y se mostraron ansiosos porque Dante añadiera las casas a su cartera. Pasaron varios días trabajando en un argumento de venta para cada casa, complementado con maravillosas fotografías. Cuando acabaron, Ferne estaba agotada.

– Me siento como si me hubiese pasado la vida subiendo escaleras y atravesando pasillos kilométricos -se quejó-. De haber sabido que esto sería tan agotador, no hubiese venido.

Dante no parecía cansado en absoluto y se le veía tan sano que ella se preguntó si era una locura estar allí cuidando de él. Durante, la cena le contó miles de historias que la hicieron llorar de risa y luego la tomó de la mano para conducirla arriba, donde dormían en habitaciones separadas, la besó en la mejilla y le deseó buenas noches.

Ningún otro hombre se habría portado mejor. Ninguno habría estado tan contenido y educado. Ninguno le habría resultado tan exasperante.

¿Para eso había rechazado la oportunidad de su vida? A Mick Gregson no le había hecho ninguna gracia. Habían acabado enfadados.

Y en aquel momento se encontraba de viaje con un hombre que le había prometido comportarse amistosamente y que se mostraba irritantemente dispuesto a cumplir su palabra.

No era justo.

Pero algo había cambiado, porque ya entendía las razones por las que Dante se controlaba a sí mismo. No podía intentar nada con ella porque su código de honor personal le prohibía pedir amor cuando podía morir sin previo aviso.

Y Ferne pensó que tenía razón. Si ella quería algo más de él, era su problema.

– ¿Dónde vamos ahora? -preguntó ella al ver que se dirigían de nuevo al norte.

– A un lugar cerca de Roma que he prometido visitar. Hay unas minas de dos mil años de antigüedad y una enorme villa que el propietario insiste en llamar palazzo y que «sólo» tiene seis siglos. Puede que no sea fácil colocarla. Conozco al propietario, Gino Tirelli, y me ha asegurado que está en buen estado pero puede que ésa sea su versión. Por suerte no tengo que estar allí hasta la semana que viene, de modo que podemos pasar unos días en la playa.