– A través del consulado británico -anunció Dante, sacando su teléfono móvil.
En unos minutos tenía el número de emergencias del consulado en Milán, lo marcó y le pasó el teléfono a Ferne.
El joven que estaba al cargo del servicio era muy eficiente. Rápidamente buscó los números de las compañías de crédito, le asignó un número de referencia y le deseó buenas noches. Cancelaron las tarjetas por teléfono y encargaron otras nuevas. Por el momento, no se podía hacer otra cosa.
– No sé qué habría hecho sin vosotros -les dijo a sus nuevos amigos-. No quiero ni pensar qué habría sido de mí.
– No lo pienses -le aconsejó Hope-. Todo irá bien. Ah, aquí llega el camarero. Mmm, los dulces y el vino son estupendos, pero me gustaría tomar un té.
– Té inglés -Toni le dio instrucciones al camarero; que asintió solemnemente.
– ¿Cuándo comiste por última vez? -preguntó Hope.
¿Una comida decente? Hace bastante. Me fui sin pensarlo, tomé el tren de Londres a París y luego de París a Milán. No me gusta volar y quería tener la libertad de detenerme a explorar siempre que quisiera. Pasé unos días en Milán, de compras y de visita turística. Pensé quedarme allí a pasar la noche y salir mañana, pero de repente cambié de idea, hice las maletas y eché a correr.
– iAsí es como debe ser! -exclamó Dante-. Hoy aquí, mañana allí y que la vida decida -asió la mano de Ferne y habló con fervor teatral-. Signorina, es usted una mujer con la que me identifico. Más que una mujer, una diosa con una visión especial de la vida. Le aplaudo… ¿por qué te ríes?
– Lo siento -dijo Ferne partiéndose de risa-. No puedo escucharte decir tantas sandeces con la cara seria.
– ¿Sandeces? ¿Sandeces? ¿Es una nueva palabra inglesa?
– No -le informé Hope, divertida-. Es una palabra inglesa antigua que significa que necesitas mejor guionista.
– Pero sólo para dirigirte a mí -rió Ferne-. Seguro que con otras funciona maravillosamente.
El rostro de Dante se tornó airado.
– ¿Otras? ¿No se da cuenta de que es la única que ha conseguido que ponga mi corazón a sus pies? La única… Bueno, la verdad es que normalmente me funciona.
Su vuelta al mundo real hizo que todos se echaran a reír.
– Es muy agradable conocer a una mujer que disfruta de la vida como de una aventura -añadió-. Pero supongo que sólo será mientras estás de vacaciones. Volverás a Inglaterra, a tu aburrida vida de nueve a cinco y a tu aburrido novio de nueve a cinco.
– Si tuviese novio, ¿qué estaría haciendo aquí sola? -preguntó ella.
El hizo una pausa, pero sólo por un instante.
– Te engañó-dijo él dramáticamente-. Le estás dando una lección. Cuando vuelvas, estará celoso, sobre todo cuando vea las comprometedoras fotos en que apareceremos juntos.
– ¿De verdad? ¿Y de dónde saldrán esas fotos?
– Se pueden amañar. Conozco muy buenos fotógrafos.
– Apuesto a que ninguno es tan bueno como yo -replicó ella.
– ¿Eres fotógrafa? -preguntó Hope-. ¿Periodista?
– No, trabajo en el teatro Some -un instinto inexplicable le hizo decirle a Dante-: Y no era aburrido. De todo menos eso.
Él no contestó, pero su expresión era de ironía y curiosidad. Como el modo en que asintió.
– Deja que la pobre coma tranquila -le reprendió Hope.
Finalmente, anunció que era hora de irse a la cama.
Los cuatro volvieron por el pasillo y se desearon las buenas noches.Ferne y Hope se metieron en un compartimento y Toni y Dante en el contiguo.
Cuando Ferne colgó los pantalones, unas monedas cayeron al suelo.
– Había olvidado que tenía algún dinero en el bolsillo.
– Tres euros -observó Hope-. No hubieses llegado muy lejos.
Se sentaron en la cama, bebiendo a sorbos el té que se habían traído del vagón restaurante.
– Dijiste que eras inglesa -recordó Ferne-. Y hablas inglés como si hubieses vivido allí.
– Unos treinta años.
– ¿Tienes hijos?
– Seis. Todos varones.
Dijo esto con tal exasperada ironía que Ferne sonrió.
– ¿Alguna vez deseaste haber tenido hijas?
Hope rió.
– Cuando tienes seis hijos, no tienes tiempo de pensar en nada más. Además, tengo seis nueras y siete nietos. Cuando se casó mi hijo pequeño, hace unos meses, Toni y yo decidimos salir de viaje. Hemos estado en Milán visitando a unos familiares suyos. Toni estuvo muy unido a su hermano Taddeo, hasta que murió hace unos años. Dante es el hijo mayor de Taddeo y vuelve a Nápoles con nosotros para devolvernos la visita. Está un poco loco, como irás descubriendo en nuestra compañía.
– No puedo seguir abusando de vosotros.
– Querida, no tienes ni dinero ni pasaporte. ¿Qué vas a hacer sino quedarte con nosotros?
– Me parece terrible que tengáis que cargar conmigo.
– Nos encantará tenerte. Podemos hablar de Inglaterra. Adoro Italia, pero echo de menos mi país y tú podrás contarme como vanlas cosas por allí.
– Si puedo hacer algo por ti, eso lo cambia todo.
– Espero que te quedes mucho tiempo con nosotros. Ahora, necesito dormir.
Se acostó en la litera de abajo y Ferne se subió a la de arriba. En unos minutos todo se inundó de silencio y oscuridad.
Ferne se quedó un rato escuchando el zumbido del tren, intentando orientarse. Le parecía que había pasado muy poco tiempo desde que decidió abandonar Inglaterra. Y se encontraba en un tren, sin dinero y dependiendo de unos desconocidos.
Mientras reflexionaba sobre el extraño giro que había dado su vida, el ritmo del tren acabó acunándola hasta dejarla dormida.
Se despertó sedienta y recordó que el bar estaba abierto toda la noche. Descendió de la litera silenciosamente y buscó a tientas su bata.
Los tres euros que había encontrado bastarían para comprar bebida. Aguantando la respiración para no despertar a Hope, salió de puntillas al pasillo y se dirigió al vagón restaurante.
Tuvo suerte. El bar estaba abierto, aunque las mesas se veían desiertas y el camarero se estaba quedando dormido.
– Una botella de agua mineral, por favor -dijo agradecida-. Ay, Dios, cuatro euros. ¿No tiene otra más pequeña?
– Me temo que he vendido la última -dijo el camarero, excusándose.
– ¡Oh, no! -gritó frustrada.
– ¿Puedo ayudarte? -preguntó una voz detrás de ella. Ferne se giró y vio a Dante.
– Tengo que gorronearte dinero -gruñó-, ¡otra vez! Necesito beber algo.
– Deja entonces que pida champán.
– No, gracias, sólo quiero agua mineral.
– El champán es mejor -dijo él en el tono persuasivo que emplean los hombres a punto de embarcarse en un flirteo.
– No, cuando se tiene sed, lo mejor es beber agua -dijo ella con firmeza.
– ¿No puedo convencerte entonces?
– No, no puedes. Lo que sí puedes hacer es apartarte de mi camino para que pueda marcharme. Buenas noches.
– Perdona -dijo él enseguida-. No te enfades conmigo, sólo estaba bromeando -se dirigió al camarero-: sírvale a la señorita lo que desee y ponga un whisky para mí.
Rodeándole la cintura con el brazo con suavidad, pero con la firmeza suficiente como para evitar que escapase, la guió a un asiento junto a la ventana. El camarero se acercó y ella asió la botella de agua, inclinó la cabeza hacia atrás y bebió largamente.
– Mucho mejor -dijo ella finalmente-. Soy yo la que debería disculparme. Estoy de mal humor y no debería pagarlo contigo.
– ¿No te gusta depender de los demás?
– No me gusta tener que pedir -dijo ella, disgustada.
– No estás pidiendo nada -la corrigió educadamente-.Sólo estás permitiendo que tus amigos te ayuden.
– Devolveré hasta el último céntimo -prometió.
– ¡Basta! Me estás empezando a aburrir.
Temiendo que él pudiese tener razón, bebió un poco más de agua.
– Parece que estás teniendo unas vacaciones un poco caóticas -observó él-. ¿Las habías planeado con mucha antelación?