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No estoy alterada

Él le tomó el rostro entre las manos, mirándola con ternura antes de besarla. Ella le devolvió el beso apasionadamente, intentando hacerle entender que era suya del modo en que él quisiera. Si lograban dar el siguiente paso.

– Soy tan afortunado por tenerte -dijo él-. Ojalá…

– ¿Ojalá qué? -repitió ella.

– Ojalá lo mereciese. Quisiera contarte muchas cosas, pero no ahora. Estoy hecho un lío… para variar -sentenció él, convirtiendo la frase en un chiste.

Pero ella no podía dejarlo ir así como así.

– Creo que en esta ocasión no se trata del lío de siempre -insistió.

– No, estoy empeorando. Ten un poco de paciencia conigo.

– Como quieras -dijo ella, intentando no parecer triste.

– Vamos a la cama -dijo él-. Mañana nos espera un largo viaje.

Ferne estaba perpleja, casi no podía creer que toda la emoción del momento se había disipado en un segundo. Habían estado tan cerca que le costó asumir que le arrebataran de aquel modo su recompensa. Pero dejó que la guiase hasta la cama sin rechistar. Una palabra imprudente y perdería para siempre su oportunidad.

Dante la tapó y se metió con ella en la cama, abrazándola un momento antes de darle un beso de buenas noches. Luego se giró y se dispuso a dormir.

Ferne se quedó tumbada en la oscuridad, intentando asumir lo ocurrido. Le había desilusionado ver cómo él se echaba atrás, pero lo entendía. Estaba convencida de que él quería sincerarse con ella, pero no lo había hecho, quizá aterrado al ver que casi abandona la prudencia con que había vivido toda su vida.

¿Desde cuándo lo amaba? ¿Desde el primer día? Tenía que haberse dado cuenta el día del incendio, cuando ella, capaz de fotografiar la traición de Sandor, había olvidado todo menos que Dante corría peligro.

Lo triste había sido quererlo y ocultárselo a él, del modo en que él se escondía de ella. Pero todo acabaría pronto y se sintió de nuevo feliz mientras le vencía el sueño.

Al día siguiente visitaron una villa para cuya venta iban a tener que poner todas sus capacidades en juego. Pero el desafío les estimulaba y regresaron a casa muy animados.

En el camino de vuelta, Dante se mostraba contento.

– Pararemos para comer -dijo él-. Pero será algo rápido. No quiero que lleguemos tarde a casa.

No comentó nada del día anterior, pero había algo en aquel ambiente tan feliz que ella se percató de que todo había cambiado. Había estado a punto de decirle aquello que por fin iba a acercarlos y era como si ya se lo hubiese dicho. Levantando la vista, Ferne observó que él la miraba sonriente, lo cual le daba la razón.

Al llegar a casa había trabajo que hacer y ambos se sentaron ante sus ordenadores.

– Juntos nos va de maravilla -dijo él, mirando por encima del hombro-. ¿Cómo habré logrado vender casas sin ti?

– No hace falta que me halagues -dijo ella con voz adormilada-, estás condenado a seguir conmigo, me quieras o no.

– Eso es lo que quería oír. ¿Por qué no te acuestas?

– Creo que lo voy a hacer -apagó el ordenador.

– Déjalo -dijo Dante-. Lo guardaré con el mío.

Ferne lo besó y se alejó bostezando.

Él la vio marcharse, preguntándose si le parecería raro que esa noche no se fuese a la cama con ella. De hecho estaba tramando un plan… sin duda censurable, pero pensaba que a ella no le iba a importar cuando se enterase.

Ferne nunca había cumplido su promesa de enviarle las fotografías que él le había hecho, así que se había propuesto hacer una incursión para recuperarlas. Esperó a que se apagase la luz del dormitorio y volvió a encender su ordenador.

Localizó el archivo sin dificultad y en unos minutos estaba contemplando las fotos. Pensaba que las conocía, pero al verlas se sintió impresionado por la cantidad de cosas que habían pasado desde que las hizo. No había tenido intención de intimar tanto con ella, pero al fin y al cabo había ocurrido. Puede que fuese el destino y él, que era un hombre que creía en el destino, debía aceptar esa posibilidad.

Pero lo que no entendía era por qué no se había dado cuenta antes de cómo era en realidad. Fascinado por su belleza, había pasado por alto la fuerza y honestidad que se reflejaba en su rostro. Y era aquello, tanto como su físico, lo que había acabado con sus defensas de tal modo que tan sólo un día antes había estado a punto de contarle cosas que nunca había contado a nadie, cosas que había jurado no contar nunca en su vida, por corta o larga que fuese.

Había estado a punto y luego se había echado atrás. Pero no por completo. Todavía pensaba que, si conseguía reunir el valor suficiente, le contaría todo y le pediría que arriesgase su futuro con él. Si no era ella, no sería nadie, porque no había otra persona en el mundo en la que confiase de tal modo.

Ella le sonreía desde la pantalla con ojos limpios, ofreciendole, una esperanza con que, nunca había contado antes, un futuro en donde antes sólo había habido un vacío.

Rápidamente, conectó el portátil a su impresora y sacó una copia de la fotografía.

Era suficiente por el momento. Al día siguiente le confesaría lo que había hecho y se reirían juntos, deleitándose en su mundo privado, cerrado para los demás, donde ambos se mantenían mutuamente a salvo.

Estaba a punto de apagar el ordenador cuando vio un archivo llamado «ZZZ»

Medio dormida, Ferne escuchó vagamente el sonido de la impresora procedente de la habitación contigua, luego un largo silencio y a continuación de nuevo el sonido de la impresora.

Cuando ésta se apagó, hubo otro silencio que se alargó y se alargó. Sin saber por qué, de pronto sintió miedo.

Moviéndose despacio, salió de la cama en el mismo momento en que Dante entraba en la habitación. Él también avanzaba despacio, como si luchara por recobrarse de un duro golpe. Encendió la luz y ella vio que llevaba en la mano unos papeles que arrojó a la cama. Inspiró con fuerza al reconocer algunos de los archivos sobre la enfermedad de Dante que tenía guardados en el ordenador.

Al ver su expresión llena de rabia, casi se le paró el corazón. Era el rostro de un desconocido.

– Los he sacado de tu ordenador -le dijo-. ¿Qué son?

– Sólo… algo que he estado leyendo.

¿Algo que leías por casualidad? -su voz sonaba tranquila pero fría como el hielo-. No lo creo. En ese archivo había par le menos una docena de documentos. Has estado buscando en Internet todo lo que pudiese haber sobre este tema y no ha sido fortuito -al ver que ella dudaba, añadió-: no me mientas, Ferne.

Ella deseó que volviese al ser el Dante que conocía y no aquel extraño que la asustaba. Intentó encontrar calor en sus ojos, pero sólo encontró un vacío que la llenó de terror.

No voy a mentirte, Dante. Sabía que tenías un problema.

– ¿Quién te lo dijo? ¿Hope?

– Sí, estaba preocupada por ti. Te mareaste en la escalera el día del incendio y luego te dolía la cabeza.

– Y ambas sumasteis dos y dos y el resultado fue cinco. Me mareé por el humo, pero vosotras teníais que exagerarlo.

– Vale, crees que nos preocupábamos innecesariamente pero cuando alguien te quiere, se preocupa por ti. Por eso uno sabe que es querido. Una vez me dijiste que Hope era lo más parecido a una madre que habías conocido desde la muerte de la tuya. Y las madres se preocupan. Igual deberían ocultarlo, pero es así.

– Entonces, te lo contó. ¿Y cuándo? ¿Fue antes de que nos fuésemos juntos?

– Sí.

– ¿Lo has sabido todo el tiempo? -dijo él en voz baja-. Y ahí estaba yo, como un imbécil, pensando que podía salvaguardar mi intimidad, sin imaginar que me espiabas.

– No te estaba espiando.

– Esto es espiar -su voz sonó como la rotura de una rama, haciendo que ella se estremeciese.

– ¿Tan mal está que me preocupe por ti, que desee que estés a salvo?

– Mi seguridad es asunto mío.

– No siempre -dijo ella, empezando a enfadarse-. Lo que haces afecta a otras personas. No puedes pasarte la vida apartado de los demás -respiró hondo-, pero es lo que intentabas hacer, ¿no es verdad?