Выбрать главу

Se abrazaron en silencio, con fuerza, sin besarse pero aferrados el uno al otro como si buscasen un lugar en el que refugiarse.

– Pensé que no llamarías nunca -le dijo él, desesperado-. Te estaba esperando.

– ¿Sabías que iba avenir?

– Te vi abajo en la calle. Al principio no lo creí, porque te he visto muchas veces, pero siempre te desvanecías. Luego oí subir al ascensor y tus pasos… pero no llamaste a la puerta y temía que fuese otra alucinación. He tenido tantas que no podía soportar otra más.

La condujo al apartamento y volvió a abrazarla.

– Gracias a Dios que estás aquí -dijo él, y sus palabras hicieron que Ferne ascendiese hasta las nubes, pero lo siguiente que dijo la hizo bajar de nuevo-: quería verte una vez más. Nos separamos de mala manera y todo fue culpa mía. Ahora al menos podemos hacer las paces.

Así que en aquello él no había cambiado. Ya no negaba su amor, pero seguía dispuesto a mantenerse apartado de ella.

Ferne respiró hondo.

– No es así de simple -dijo ella, echándose hacia atrás y mirándolo con cariño-. Ha pasado algo y he venido a contártelo… pero luego me iré si quieres y no volverás a verme jamás.

Él torció la boca en un gesto.

– Eso no suena muy bien.

– Ya; para mí tampoco, pero cuando escuches lo que tengo que decir puede que te enfades tanto que desees que me marche.

– Nada podría hacerme enfadar contigo:

– Una vez lo estuviste.

– Dejé de estar enfadado hace mucho tiempo. Estaba sobre todo enfadado conmigo mismo. Te puse en una situación horrible, lo sé. Debía haberme mantenido apartado.de ti desde el principio,

– Es demasiado tarde para eso. El tiempo que pasamos juntos me ha dejado algo más que recuerdos -al ver que él fruncía el ceño, dijo-: Dante, voy a tener un hijo.

Durante un instante, ella vio la alegría en su rostro, pero desapareció enseguida, como si él la hubiese obligado a apagarse.

– ¿Estás segura?

– No hay duda. Me hice un test y luego vine a decírtelo, porque tienes derecho a saberlo. Pero eso es todo. No espero que reacciones de la forma convencional porque sé que no puedes.

– ¡Espera, espera! -dijo él con fiereza-. Necesito tiempo para asumirlo. No puedes… ¡Un niño! ¡Dios mío!

– Me atreví a esperar que te alegrases -dijo ella con tristeza-, pero supongo que no puedes hacerlo.

– ¿Crees que me alegra traer al mundo a otro niño que pasará la vida preguntándose qué ocurre en su interior? Pensé que tomabas la píldora, Dios, no sé lo que pensé. Pero siempre juré que nunca tendría hijos.

– Pues ahora vas a tener uno -dijo ella en voz baja-. Tenemos que seguir adelante. No puedes hacer retroceder las agujas del reloj.

– Hay un modo de hacerlo.

– No -dijo ella con firmeza-. Ni se te ocurra sugerirlo. Si crees por un momento que me desharía de nuestro hijo, es que no me conoces. Te dije que te quería, pero podría odiarte fácilmente si me pidieses que hiciera algo así.

Pero no podía permanecer enfadada viéndolo allí, sintiendo pena por la confusión que había en su rostro. Él siempre había insistido en mantener el control, bailando con el destino hasta el borde del abismo, pero estaba al borde de uno que nunca había imaginado y se sentía perdido. Aquel pensamiento le dio a Ferne una idea.

– El destino no siempre se comporta como esperamos -dijo, deslizando las manos por el cuello de Dante-. Ha esperado bastante por ti y seguramente se está riendo a tus espaldas, pensando que ha encontrado el modo de derrotarte. Pero no lo dejaremos ganar.

Él descansó la frente en la de ella.

– ¿No vence siempre el destino? -susurró.

– Depende de quién luche a tu lado -ella se apartó, tomando su mano y poniéndosela sobre el vientre-. Ya no estás solo. Ahora hay dos personas que te respaldan.

Dante estaba muy callado y ella notó que contenía la respiración mientras luchaba por aceptar ideas que siempre le habían sido ajenas.

– No será fácil -añadió ella rápidamente, hablando con suave insistencia-. Puede que tu hijo herede la enfermedad de tu familia, pero lo averiguaremos y, si hay malas noticias, al menos tú estarás ahí para prestar tu ayuda. Puedes explicar cosas que nadie lograría explicar. Probablemente ambos forméis una sociedad exclusiva en la que no pueda entrar, pero no me importa, porque os tendréis el uno al otro y eso es lo que realmente necesitaréis.

– No -dijo él suavemente-. Nunca quedarás fuera, porque no saldríamos adelante sin ti. Pero, mi amor, no sabes en lo que te estás metiendo.

– Sí que lo sé: una vida de preocupaciones, siempre preguntándome cuánto durará mi felicidad.

– Sabiendo eso…

– Pero la otra opción sería una vida sin ti y es a ti a quien elijo. Te elijo para mí y como padre de nuestro hijo, porque nadie más podría ser un padre como el que tú serías. Nadie más conoce los secretosque tú conoces.

Él la atrajo hacia sí, hacia el lugar al que ella pertenecía donde había soñado estar durante muchas semanas de soledad. No se besaron ni acariciaron, sino que se quedaron inmóviles y en silencio, redescubriendo el calor del otro.

Finalmente, él la condujo al dormitorio y la llevó a la cama.

– No te preocupes -dijo él enseguida-, no intentaré hacerte el amor.

– Cariño, no pasa nada -dijo ella con voz trémula-. En los primeros meses es bastante seguro.

– Seguro -susurró el-. ¿Qué significa esa palabra? Uno nunca puede estar seguro y no correremos riesgos -entonces lanzó una carcajada de autocrítica-. Mírame, hablando de no correr riesgos. Pero soy un egoísta, nunca tuve que preocuparme por la salud de nadie. Supongo que tendré que ponerme manos a la obra.

Ella lo besó con pasión y ternura.

– Casi lo has conseguido -murmuró ella.

– ¿Casi?

– Hay algo que quiero que hagas -dijo ella, hablando en voz baja aunque su corazón latía con fuerza-. Vamos a averiguar cómo estás. No puedo vivir con esa incertidumbre.

– ¿Y si resulta ser lo peor? -preguntó él.

– Entonces nos enfrentaremos al problema. No ya sólo por nosotros, sino también por el bien de nuestro hijo. Éste hijo es tuyo, tiene tus mismos genes y quiero saber lo que eso puede implicar. Si no conozco la verdad, enfermaré de preocupación y no es bueno para el bebé. Hazlo por mí, mi amor.

Se hizo un largo silencio en el que Ferne detectó la agonía de Dante y lo abrazó protectoramente, intentando expresarle sin palabras su amor por él.

– Ten un poco de paciencia -le rogó él finalmente-. No me pidas que lo haga ahora.

– Tómate tu tiempo -susurró ella.

Se acostaron sin hacer el amor y cuando ella se despertó con las primeras luces del alba no le sorprendió encontrarlo sentado junto a la ventana y se reunió con él en silencio. Él no giro la cabeza, pero entrelazaron sus manos.

– Sigue esperando ahí -dijo él, señalando al volcán-. Supongo que emitió un rugido para el que no estaba preparado. Y, como siempre temí, no tengo respuesta. ¿Por qué no me dejas?

– Porque me aburriría sin ti -dijo ella, bromeando como antes-. Y si nuestro hijo preguntara dónde está su padre, ¿qué iba a decirle?

– Que lo arrojaste con el resto de la basura. O podrías reciclarme en un hombre sensato.

– ¿Entonces iba ella a reconocerte? -preguntó Feme medio riendo.

– ¿Y desde cuándo se ha convertido en una niña?

– He decidido que será niña. Debemos ser prácticos.

– ¿Necesito a otra mujer dándome la lata? -Definitivamente. Hope y yo no bastamos. Es tarea para tres.

Entonces, la sonrisa de Ferne despareció al ver algo en una mesa.

– Es una de las fotos que me hiciste cuando vine por primera vez.

– Fuimos al consulado a conseguirte un nuevo pasaporte -recordó él.