– ¿Y cómo es que la tienes? No recuerdo habértela dado.
– No, me metí en tu ordenador. Era la mejor, así que la imprimí para conservarla -se detuvo y la contempló durante un momento, recordando-. Nunca te quise tanto como entonces. La noche anterior había estado a punto de contártelo todo. Me eché atrás en el último momento, pero cuando vi estas fotos y la forma en que me mirabas supe que tenía que decírtelo porque eras la única persona en quien podía confiar. De pronto lo vi claro y supe que podía contarte cualquier cosa.
– Oh, no -susurró ella, dejando caer la cabeza sobre sus manos-. Y entonces descubriste aquel archivo y supiste que te había traicionado. No me extraña que estuvieses tan dolido.
– No me traicionaste. Lo sabía desde hacía tiempo, pero estaba en tal estado de confusión que no pude esperar a apartarte de mí. Me hiciste pensar y no quería hacerlo. Sólo cuando te fuiste me di cuenta de lo que había hecho: escoger una vida segura y predecible. Conservé la fotografía para que me recordase lo que había perdido.
– ¿Y por qué no me llamaste para pedirme que volviese? -preguntó ella.
– Porque pensé que no tenía nada que ofrecerte y que estabas mejor sin mí.
– Eso nunca será verdad. Quiero que estemos juntos toda la vida.
– Ojalá.:. -dijo él con añoranza.
– Amor mío, sé que lo que te estoy pidiendo es difícil, pero hazlo por mí. Por nosotros.
Sin hablar, él se arrodilló y posó la cabeza sobre ella, tocándole suavemente el vientre. Ferne lo acarició, también en silencio. No hizo falta nada más. Dante le había dado su respuesta.
Hope estaba contentísima cuando llegaron a la villa aquella noche y los recibió a ambos, sobre todo a Feme, con los brazos abiertos.
– Bienvenida a la familia -dijo-. Sí, ahora eres una Rinucci. Vas a tener un hijo Rinucci y eso te convierte en uno de nosotros.
Al día siguiente, ella se encargó de las citas para las pruebas de Dante, llamando a un contacto que tenía en el hospital. Éste se movió deprisa y a Dante lo admitieron ese mismo día para una punción lumbar y un escáner.
– Las pruebas muestran que sufrió una pequeña hemorragia no hace mucho -dijo el médico-. Ha tenido suerte y la ha superado. Pero puede que siga ahí o que tenga otra mayor en unas semanas e incluso muera.
Dante no contestó, se quedó sentado totalmente inmóvil como si ya estuviese muerto. Después de evitar aquel momento durante toda su vida, se había visto obligado a enfrentarse a él.
– ¿Y no se podría arreglar con una operación? -la voz de Ferne era casi un ruego.
– Ojalá pudiese decirle que es tan sencillo como eso -contestó el médico-. Es una operación muy difícil, con un alto índice de riesgo de defunción. Pero si entra en coma antes de operarse, el índice es incluso más alto -y añadió dirigiéndose a Dante-: lo mejor que puedes hacer es hacerlo ahora antes que las cosas se pongan peor.
Dante había estado sentado con la cabeza hundida entre las manos. Entonces levantó la vista.
– Y si sobrevivo -dijo-, ¿puede garantizarme que seré una persona normal?
El doctor negó con seriedad.
– Siempre hay riesgo de complicaciones -dijo-, ojalá pudiese ofrecerle garantías, pero no puedo.
Se marchó dejándolos solos y los dos se abrazaron en silencio.
– ¿Qué voy a hacer? -preguntó él, desesperado-. Hubo un tiempo en que no me importaba morir, pero ahora estás tú… y ella. ¿Quién iba a pensar que podría asustarme tanto tener una razón para vivir? He usado mi enfermedad como excusa para evitar responsabilidades y ahora me parece una cobardía. Toda mi vida ha sido una farsa porque no he sido capaz de enfrentarme a la realidad -la miró angustiado-. ¿De dónde sacas tu valentía? ¿No podrías cederme un poco a mí? Porque yo carezco de ella. Una parte de mí me sigue diciendo que me marche y deje que las cosas sigan su curso.
¡No! -dijo ella con vehemencia-. Te necesito a mi lado. Tienes que aprovechar todas las oportunidades que se te ofrezcan para seguir vivo.
– ¿Aunque eso me suponga acabar como Leo? Eso me asusta más que la muerte.
Ferne se apartó y lo miró a los ojos.
– Escúchame. Me has pedido que te dé valor y deberías entender que soy yo la que necesita que tú me lo des a mí.
– ¿Yo? ¿Un payaso, un oportunista?
– Sí, un payaso, porque tú y tus bromas me protegéis del resto del mundo. Necesito que te rías de mí y que me mantengas viva, que me sorprendas y conviertas el mundo en un lugar a mi medida. Me haces sentir fuerte y completa, así que ahora mismo lo que necesito es extender la mano y agarrar la tuya para protegerme a mí misma, no a ti.
Él la miró intensamente, intentando encontrar una respuesta a aquel misterio. Finalmente, pareció encontrar lo que necesitaba, porque la atrajo hacia él y descansó la cabeza en su hombro.
Haré todo lo que quieras -le dijo-. Sólo prométeme que estarás allí.
CAPÍTULO 12
EL MÉDICO hizo hincapié en que no había tiempo que perder y fijaron una cita para el día siguiente.
Pasaron la tarde en la villa, donde la familia se había reunido para desearle buena suerte a Dante. Él parecía haber recobrado su buen humor, bromeando incluso sobre la deferencia que había tenido con Ferne.
– No puedo creer que éste sea Dante -dijo ella-. No le pega nada estar de acuerdo conmigo.
– Se está convirtiendo en un esposo Rinucci -dijo Toni-. Por muy fuertes que parezcamos ante el resto de la gente, en casa sólo obedecemos órdenes.
Nadie supo cuál de las esposas murmuró: «Eso espero», pero las demás asintieron y los maridos sonrieron.
Pero él no es esposo de nadie -indicó Hope-. Quizá ya va siendo hora de que lo sea.
– Tendrás que preguntarle a Ferne -dijo Dante enseguida. Le sonrió con un atisbo de su antiguo carácter travieso-. Yo sólo hago lo que se me dice.
– Pues serías un perfecto marido -dijo ella con voz agitada.
– ¿Pero cuándo es la boda? -preguntó Hope.
– En cuanto salga del hospital -dijo Dante.
– No -dijo Hope rápidamente-. No esperes tanto. Hazlo ya.
Todos sabían lo que quería decir. Era entonces o nunca.
– ¿Y se puede organizar con tanta premura? -preguntó Ferne.
– Déjamelo a mí -dijo Hope.
Tenía contactos por todo Nápoles y a nadie le sorprendió que tras unas llamadas anunciase que al día siguiente se podía organizar una misa de emergencia. La boda sería a mediodía y Dante ingresaría en el hospital justo después.
A Ferne le preocupaba que Dante sintiese que lo empujaban a casarse y su temor se acrecentó al ver lo callado que estaba de camino a casa.
– ¿Dante?
– Calla, no hables hasta haber oído lo que tengo que decir. Espera aquí.
Entró en el dormitorio y rebuscó en un cajón, regresando poco después con dos cajitas. Dentro de una de ella había dos anillos de boda, uno grande y otro pequeño. Dentro de la otra había un anillo de compromiso de diamantes y zafiros.
– Eran de mis padres -dijo él, sacando el de compromiso-. Nunca pensé que llegaría el día en que entregaría esto a una mujer. Pero tú no eres cualquier mujer. Eres la mujer que he estado esperando todo este tiempo.
Lo deslizó en el dedo de Ferne, agachó la cabeza y lo besó. Ferne no pudo hablar. Estaba llorando.
Y éstos -dijo él, dirigiéndose a la otra caja- son los anillos que intercambiaremos el día de nuestra boda. Mis padres se querían con pasión. Él empezó a hacer locuras y ella intentaba pasar con él el mayor tiempo posible. Tenía miedo de que desapareciese sin ella. Solía culparla por ello, pero ahora lo entiendo. He llegado a comprender muchas cosas que antes se me ocultaron.
La voz le temblaba tanto que casi no pudo acabar de hablar. Agachó rápidamente la cabeza, pero no lo suficientemente deprisa como para esconder sus mejillas mojadas. Ferne lo abrazó, con fuerza, contenta de que él se sintiese libre de llorar en sus brazos y de haber llegado también a comprender muchas cosas.