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– No planeé nada, metí algunas cosas en una bolsa y salí volando.

– Eso promete. Dijiste que eras fotógrafa…

– Especializada en teatro y cine. Él es actor, protagonista en una obra del West End. O al menos, lo era hasta…

– ¡No puedes dejarlo ahí! -protestó él-. Justo cuando se ponía interesante.

– Yo hacía las fotos. Teníamos algo y… bueno, no esperaba fidelidad eterna… pero sí entera dedicación mientras estuviésemos juntos, pero una actriz del reparto empezó a echarle miraditas. Creo que lo veía como un peldaño de ascenso en su carrera… Bueno, no lo sé. Para ser justos, es un hombre muy guapo.

– ¿Conocido? -preguntó Dante.

– Sandor Jayley.

Dante abrió los ojos, sorprendido.

– El otro día vi una de sus películas en la televisión -dijo-, al parecer va camino de hacer cosas más importantes -adoptó un tono declamatorio-: El hombre cuyo abrazo es el sueño de todas las mujeres… cuya simple mirada…

– ¡Oh, cállate! -dijo ella entre risas-. No puedo permanecer seria escuchando esa tontería, cosa que a él le molestaba mucho.

– ¿Se la tomaba en serio?

– Sí. Pero claro, tenía muchos puntos a su favor.

– ¿Miradas, encanto…?

– Una sonrisa que encandilaba, un encanto que era demasiado para él… o para mí. Lo típico. Nada, en realidad

– Sí, pero parece demasiada -asintió él.Hay que preguntarse por qué la gente da tanta importancia a esas cosas.

Ambos asintieron solemnemente.

De pronto, él bostezó, se giró para colocar el pie en el asiento que había a su lado y descansó el brazo en él, inclinando la cabeza hacia atrás. Ferne lo observó durante un rato, percatándose de la serena elegancia de su cuerpo grande y esbelto. Llevaba la camisa un poco abierta, lo suficiente como para revelar parte de su pecho.

Tuvo que admitir que tenía «lo típico», y en abundancia. Su rostro no sólo era atractivo, sino enigmática, con rasgos angulares y bien definidos, hermosos ojos y una mirada cargada de una enorme y divertida inteligencia.

«Extravagante», pensó ella, contemplándole desde el punto de vista profesional. Siempre a punto de hacer o decir algo inesperado. Justo lo que ella intentaría reflejar si tuviese que hacerle una fotografía.

De repente, él la miró fijamente.

– Cuéntame -dijo él.

– ¿Por dónde empiezo? -suspiró ella-. ¿Por el principio, cuando era una estúpida y una ilusa, o más adelante, cuando quedó impresionado por mi «vulgaridad sin principios»?

Dante se puso en guardia enseguida.

– Sin principios y vulgar, ¿no? Eso suena interesante. Continúa.

– Conocí a Tommy cuando me contrataron para hacer las fotos de la obra…

– ¿Tommy?

– Sandor. Su nombre real es Tommy Wiggs. Echando la vista atrás, supongo que decidió enamorarme porque pensó que eso, daría un toque especial a las fotos. Así que me llevó a cenar y me encandiló.

– ¿Y te sedujo su encanto de actor? -preguntó Dante frunciendo el ceño, como si lo encontrase difícil de creer.

– No, era más listo que eso. Me convenció de que se estaba mostrando tal y como era y me dijo que quería que lo llamase por su nombre real porque Sandor era para las masas. El hombre que había dentro de él era Tommy -al ver la cara que él ponía, añadió-: sí, a mí también me revuelve un poco el estómago, pero aquella noche me resultó encantador. El caso es que Tommy estaba hecho para el cine, no para el teatro. Impresiona más en planos cortos, cuanto más cerca, mejor resulta.

– ¿Y se aseguró de que te acercaras lo suficiente? -Esa noche no -dijo ella en voz baja-, con el tiempo. Ferne se quedó en silencio, recordando momentos que por entonces le parecieron dulces y que de pronto le resultaban ridículos. ¡Con qué facilidad se había enamorado y cuánto se alegraba de haber salido de aquello! Aunque había habido momentos que todavía le gustaba recordar, por muy equivocada que estuviera.

Dante observó su rostro, leyéndolo sin dificultad, y su mirada se ensombreció. Alzóla mano para llamar al camarero, y cuando Ferne levantó la vista se encontró con que Dante estaba sirviéndole una copa de champán.

Pensé que lo necesitarías después de todo dijo.

– Sí murmuró ella. Quizá sea así.

– ¿Y qué hacía un actor de cine actuando en una obra de teatro? preguntó Dante.

Pensaba que la gente no le tomaba en serio.

¡Que Dios nos asista! Uno de ésos que necesitan ser respetados.

Lo tienes calado rió Ferne. ¿Seguro que no lo conoces?

No, pero he conocido a muchos como él. Algunas de las casas que vendo pertenecen a ese tipo de personas… «pagadas de sí mismas», creo que se dice en inglés.

Así es. Alguien lo convenció de que, si hacía algo de Shakespeare, todo el mundo quedaría impresionado, así que accedió a protagonizar Marco Antonio y Cleopatra.

¿Haciendo el papel de Marco Antonio, el gran amante?

Sí. Pero creo que, en parte, lo que le decidió fue el hecho de que Marco Antonio perteneciese a la antigua Roma, porque tenía que llevar túnicas cortas que mostraban sus piernas desnudas. Tiene unas piernas estupendas. Incluso pidió a vestuario que las hiciesen unos centímetros más cortas para enseñar los muslos.

Dante se echó a reír.

Me da a mí que no tienes el corazón destrozado dijo Dante, mirándola con intención.

Pues la verdad es que no respondió ella rápidamente. Era ridículo, de veras. Era el mundo del espectáculo. O la vida.

¿Qué quieres decir?

Todo es una actuación de un tipo u otro. Vivimos fingiendo que algo es cierto cuando no lo es, o que no es cierto cuando sabemos que sí lo es.

Él la miró de modo extraño, como si sus palabras le recordasen algo. Parecía a punto hablar, pero no lo hizo. Ferne tuvo la impresión de que se había levantado una esquina de la cortina de su mente para luego caer de golpe.

Pensó que era algo más que un payaso encantador. Daba esa imagen de cara al exterior, pero detrás se escondía un hombre distinto que mantenía a los demás alejados de su realidad. Intrigada, Ferne se preguntó si le resultaría fácil atravesar sus defensas.

Y entonces él le proporcionó la respuesta.

Al ver que ella lo observaba, cerró los ojos, impidiéndole todo acceso.

CAPÍTULO 2

DE PRONTO, volvió a abrir los ojos, dando signos de que la tensión había desaparecido. Era como si ese momento no hubiese pasado. Empezó a hablar como si nada.

– Te estás poniendo muy filosófica.

– Lo siento -dijo ella.

– ¿Te referías a ti misma cuando dijiste que todos vivimos negándonos a admitir la verdad?

– Bueno, supongo que sabía que había otra mujer detrás de él y tenía que haberme dado cuenta de que acabaría rindiéndose a sus halagos,por mucho que me hubiese dicho a mí unas horas antes. Pero me sorprendió un poco encontrármelos juntos cuando fui a verlo al teatro tras la actuación.

– ¿Y qué estaban haciendo… o no hace falta que lo pregunte?

– No hace falta que lo preguntes. Estaban sobre el escenario, echados sobre la tumba de Cleopatra, ajenos a todo. Ella le estaba diciendo: «¡Oh, en verdad eres Marco Antonio… el gran héroe!».

– Y supongo que estaban… seinterrumpió Dante con delicadeza- ¿desnudos?

– Bueno, él todavía llevaba puesta la túnica, pero a todas luces era como si lo estuviese.

– ¿Y qué hiciste? -preguntó él, fascinado-. No te alejaste de allí llorando. No te pega. Te acercaste y le diste un mamporro.

– Ni una cosa ni la otra. Casi no me atrevo a contártelo.

– ¿Hemos llegado al punto en el que eres vulgar y sin principios? -preguntó él, esperanzado.

– Sí.

– No me tengas en ascuas. Cuéntame.

– Pues… siempre llevo encima mi cámara.