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Las carcajadas de Dante golpearon el techo y resonaron por todo el vagón, despertando al camarero.

– ¿No serías capaz?

– Lo hice. Eran unas fotos maravillosas. Hice tantas como pude de tantos ángulos como me fue posible. Luego salí de allí hecha una furia, fui directamente a la sede de un periódico especializado en ese tipo de cosas y les vendí el lote completo.

– ¿Qué pasó? -preguntó él, todavía fascinado.

Se formó un lio muy gordo, pero no por mucho tiempo. Las entradas se habían estado vendiendo bastante bien, pero después de aquello se agotaban Ella ofreció una entrevista sobre lo irresistible que era él y a él le ofrecieron un papel importante en una nueva película, así que dejó la obra, lo que molestó mucho a Josh, el director, hasta que el suplente se hizo con el papel y obtuvo muy buenas críticas. Además, era el novio de Josh, así que todos contentos.

– Todos menos tú. ¿Qué sacaste de todo aquello?

– El periódico me pagó una fortuna. Por entonces ya me había calmado un poco y me pregunté si había ido demasiado lejos, pero llegó el cheque y…

– Hay que ser realista -sugirió él.

– Exacto. Mick, mi agente, me dijo que hay personas que esperan toda una vida un golpe de suerte como el que yo tuve. Siempre quise conocer Italia, así que planeé este viaje. Aunque tuve que esperar un par de meses, porque de pronto me salió mucho trabajo, no sé muy bien por qué.

– Se corrió la voz de que tenías habilidades fuera de lo común -reflexionó él.

– Sí, eso debe de ser. El caso es que hice un hueco en mi agenda, porque estaba decidida a venir, lo eché todo en una maleta y salté al siguiente tren a París y desde allí tomé el de Milán. Pasé unos días visitando la ciudad y de pronto decidí viajar a Nápoles. Ya era casi de noche y cualquier persona sensata hubiese esperado al día siguiente, así que yo no lo hice.

Dante asintió solidariamente.

– ¡La alegría de hacer las cosas en el calor del momento! No hay nada como eso.

– Siempre he sido una persona organizada, quizá demasiado. Me sentó maravillosamente volverme un poco loca -emitió una risilla burlona-. Pero no se me da muy bien y lo eché todo a perder, ¿no es verdad?

– No importa. Mejorarás con la práctica.

– ¡Oh, no! Ha sido mi última aventura.

– Tonterías, sólo eres una principiante. Deja que te muestre el placer de vivir cada momento como si fuese el último de tu vida.

– ¿Es así como vives?

De primeras, él no respondió. Empezó a inclinarse sobre la mesa, mirándola directamente a los ojos. Luego volvió a echarse hacia atrás.

– Sí, así es como vivo -dijo-. Le da un sabor a la vida imposible de obtener de otro modo.

Ferne sintió una inquietud momentánea. Resultaba inexplicable, excepto por el hecho de que el tono de su voz no concordaba con lo desenfadado de su conversación. Él la había ahuyentado hacía tan sólo un momento y algo le decía que podía volver a hacerlo. Se habían acercado a terreno peligroso, lo que sorprendentemente parecía ocurrir con facilidad estando con aquel hombre.

De nuevo, se preguntó qué había detrás de ese lugar prohibido. Intentando sonsacarle, hizo una reflexión:

– No saber nunca qué pasará después… supongo que soy la prueba viviente de que eso puede hacer la vida muy interesante. Cuando me desperté esta mañana, nunca imaginé esta situación.

Él volvió a sonreír. El momento había pasado.

– ¿Cómo ibas a imaginar que conocerías a uno de los héroes de este país? -preguntó él irrefrenablemente-. Un hombre tan importante que su efigie está acuñada en las monedas.

Disfrutando del desconcierto de Ferne, sacó una moneda de dos euros. La efigie, con su nariz bien definida, se parecía un poco a él.

– ¡Por supuesto! -dijo ella-. Dante Alighieri, el famoso poeta. ¿Viene de ahí tu nombre?

– Sí. Mi madre esperaba que poniéndome el nombre de un hombre importante me convertiría a mí también en alguien importante.

– Todos sufrimos decepciones -dijo Ferne con solemnidad

Él apreció su indirecta.

– ¿Sabes algo de Dante? -preguntó.

– No mucho. Vivió a finales del siglo mil y principios del siglo xiv y escribió una obra maestra llamada La divina comedia, que describía un viaje a través del infierno, el purgatorio y el paraíso.

– ¿La has leído? Estoy impresionado.

– Sólo era una traducción al inglés y me costó llegar al final -rió ella-. El infierno y el purgatorio eran mucho más interesantes que el paraíso.

Él asintió.

– Sí, yo siempre he pensado que el paraíso debe de ser insufrible. Con tanta virtud -se estremeció y luego sonrió-. Por suerte, es seguramente el último lugar en el que acabaré.

Con gran estruendo, un tren se cruzó con el de ellos en dirección contraria. Ferne observó cómo las luces parpadeaban sobre él y pensó que resultaba dificil imaginárselo como un maestro en artes ocultas: era encantador y bastante peligroso, porque bajo ese encanto escondía su verdadera personalidad. Había supuesto que tenía treinta y pocos años, pero con aquella luz cambió el cálculo a treinta y muchos. Su rostro delataba experiencias tanto buenas como malas.

– ¿En qué piensas? -preguntó él.

– Me preguntaba de qué parte del otro mundo has salido.

– Sin duda alguna, del séptimo nivel del purgatorio -respondió él, elevando una ceja para ver si ella lo entendía.

Y lo entendía. Era el lugar reservado a aquéllos que se han excedido en el disfrute de los pecados más placenteros.

– Justo lo que pensaba -dijo ella en voz baja-. Pero no quería sugerirlo por si te ofendía.

La ironía de su sonrisa le indicó que era la última acusación que podría ofenderle.

Bebieron champán en silencio durante unos minutos. Entonces él comentó:

– Te quedarás con nosotros, ¿verdad?

– Como dice Hope, no tengo elección, al menos por unos días.

– Más, mucho más -dijo él enseguida-. La burocracia italiana lleva su tiempo, pero intentaremos que tu estancia sea lo más agradable posible.

El tono era inequívoco. «¿Y por qué no?», pensó ella. Le apetecía flirtear con un hombre que daría tan poca importancia al asunto como ella. Era atractivo, interesante y ambos sabían lo que había.

– Lo estoy deseando -dijo ella-. De hecho, Hope quiere que le cuente cosas de Inglaterra y es lo menos que puedo hacer por ella.

– Sí, debe de sentirse un poco abrumada por los italianos -dijo Dante-. Aunque siempre ha sido una de los nuestros y toda la familia la adora. Mis padres murieron cuando yo tenía quince arios y desde entonces ella ha sido como mi segunda madre.

– ¿Vives aquí?

– No, vivo en Milán, pero me vine al sur con ellos porque creo que hay oportunidades de negocio en Nápoles. Puede que decida quedarme después de echar un vistazo.

– ¿A qué te dedicas?

– Venta de propiedades, especializada en lugares poco comunes, casas antiguas difíciles de vender.

Dante bostezó y ambos permanecieron sentados y en amigable silencio. Ella se sentía agotada y satisfecha al mismo tiempo, apartada del universo en aquel tren que atravesaba la noche.

Al levantar la vista, vio que él contemplaba la oscuridad. Podía ver su reflejo en la ventanilla. Tenía los ojos abiertos y una expresión ausente, como si pudiese ver algo en la penumbra que ella no percibía y que lo inundaba de melancolía.

Entonces Dante volvió a mirarla y sonrió, levantándose con desgana y tendiéndole la mano.

– Vamos.

En la puerta del compartimento de Ferne, el se detuvo y le dijo:

– No te preocupes. Te prometo que todo saldrá bien. Buenas noches.

Ferne se deslizó silenciosamente en el compartimento para no despertar a Hope. En un segundo había subido la escalera y estaba acostada, contemplando la noche y preguntándose acerca del hombre que acababa de dejar. Le resultaba curiosamente agradable y pensó que no le importaría pasar más tiempo con él, siempre y cuando su relación fuese estrictamente superficial.