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– ¿Qué baile es ése? -preguntó Dante acercándose-. ¿Podrías enseñarme?

– Es un quickstep -le dijo Mark-. Se hace así. Entonces Dante tomó su puesto para demostrarle lo bien que lo había aprendido.

Ferne tuvo que admitir que con Dante como pareja de baile, los pasos más difíciles se tornaban fáciles. Tenía la sensación de que era imposible equivocarse mientras él la sostuviera.

Así se tomaba él la vida, de eso estaba segura. Si le acechaban los problemas, bailaba alrededor de ellos, o por encima, o pasaba de largo y se desvanecía en las sombras dejando a todo el mundo preguntándose si alguna vez estuvo allí, lo que le convertía en una persona encantadora y peligrosa al mismo tiempo.

Finalmente, Toni cambió de cinta y se escuchó un vals.

– Estoy impresionada -dijo ella-. ¿Habías bailado esto antes?

– No, pero me encanta bailar. Cuanto más rápido, mejor.

– El vals te resulta demasiado aburrido, ¿no es así?

– Mucho. ¿Quién lo necesita? Hay que mantener muy cerca a la pareja.

– ¿Como estás haciendo conmigo?

– Claro. Y tienes que dedicarle halagos, como por ejemplo que es la mujer más bonita del salón.

– Pues eso no lo estás haciendo!protestó ella indignada.

– ¿Para qué aburrirte con algo que has oído cien veces? Además -añadió lentamente-, lo sabes perfectamente.

Tenía razón. Ferne se había tomado su tiempo para arreglarse y estaba encantada con el resultado. Su pelo rojo combinaba perfectamente con su vestido de colores otoñales. Era de largo hasta la rodilla y dejaba al aire unas piernas largas y estilizadas y unos tobillos perfectos. Además, mantenía un equilibrio natural sobre sus sandalias de tacón, unas sandalias que muchas mujeres no se habrían arriesgado a ponerse.

Puede que lo sepa y puede que no -le incitó ella.

– Entonces, ¿quieres que te diga que eres una belleza, ana diosa de la noche?

– ¡Oh, cállate! -rió ella.

– Sólo intento hacer lo apropiado en esta situación.

– -¿Eres siempre tan educado?

– Bueno, alguien me dijo una vez que no reconocería el decoro aunque me golpease en la nariz. Aunque ahora mismo no recuerdo su nombre.

– ¡Ah! Una de esas mujeres que se olvidan enseguida. Seguramente intentaba provocarte para llamar tu atención.

– Ojalá pudiese creer que quería toda mi atención.

– O igual estaba jugando contigo al ratón y al gato.

– También me gustaría creer eso. No sabes lo divertido que puede llegar a ser ese juego.

– ¿Crees que no lo sé? -preguntó ella alzando las cejas sardónicamente.

Claro que lo sabes. Seguramente podrías enseñarme un par de cosas.

– No, creo que no podría enseñarte nada sobre juegos.

– El juego del amor tiene muchas facetas distintas -sugirió él.

– Pero no estamos hablando de amor -susurró ella-.

Éste es un juego diferente.

Era un juego que le aceleraba el pulso y hacía reaccionar su cuerpo al contacto con el de él. La razón le decía que se debía al movimiento del baile, pero guardaba silencio ante el placer que le producía sentir sus manos alrededor de la cintura y la proximidad de su boca.

– ¿Y cómo se llama este juego? -susurró él.

– Estoy segura de que cada uno de nosotros le ha puesto un nombre.

– Dime el tuyo.

Ella levantó la vista y dijo en voz baja:

– Te lo diré si tú me dices el tuyo.

– Yo pregunté primero.

Ella no respondió, pero lo miró pícaramente.

– Me estás incitando, ¿verdad? -dijo él-. Eres mala.

– Lo sé. Practico mucho.

– No te hace falta. Posees un cierto tipo de maldad innata.

– Así es. Es uno de los grandes placeres de la vida -excitada, lo provocó aún más-. Casi tan divertido como el juego del ratón y el gato.

– El ratón y el gato. Me encantaría saber cuál de ellos soy yo.

– Tendrás que averiguarlo tú solo.

Dante soltó una carcajada que atrajo todas las miradas y empezó a hacerla girar más aprisa hasta sacarla a la terraza, donde ella se apartó de él y salió corriendo por las escaleras hasta internarse en la arboleda. Se sentía muy excitada y le encantaba oír sus pasos tras ella. Aceleró, desafiándolo a seguirla, y él aceptó el reto.

– ¿Te has vuelto loca? -preguntó él, rodeándole la cintura con suavidad no exenta de firmeza-. ¿Cuánto crees que un hombre puede soportar?

Ella no respondió con palabras, sino con unas risas que se elevaron hasta la luna hasta que él silenció su boca con un beso. De algún modo, las risas continuaron, porque estaban en el beso, pasando de ella a él y viceversa. También estaban en los hábiles movimientos de las manos de Dante, que sabían sonsacar sin exigir, persuadir sin insistir.

Tenía un don del que muchos hombres carecían: el de besar con dulzura. El beso con que ella respondió fue alegre, curioso y un poco incitante.

– No estoy loca -susurró ella-. Y a los hombres les vendría bien un poco de autocontrol.

– No mientras se lo pongas difícil -gruñó él, descendiendo por su cuello.

Ella no pudo decir más, porque Dante encontró con sus labios su punto más sensible. Escalofríos la recorrieron, desafiando sus esfuerzos por controlarlos mientras él acariciaba suavemente con la boca la base de su cuello.

Él era malo. Aunque todo su cuerpo le gritase lo contrario, él lograba hacer que ella lo deseara. Las manos de Ferne se movieron a voluntad. Le agarraron la cabeza, acercándolo para que él pudiese seguir besándola. Pensaba rechazarlo luego, pero, pasado un minuto…

Se dio cuenta de que estaba echada sobre el suelo. No sabía cuándo él la había arrastrado hacia abajo, pero se encontraba entre sus brazos y él la miraba con una expresión que ella no pudo adivinar en la oscuridad.

Pensó febrilmente que era muy propio de él, siempre guardando en secreto una parte de sí mismo. Y en ese momento quería conocerlo a fondo, sentir las manos de él sobre su cuerpo, por tordas partes, quería todo lo que es posible desear.

Él introdujo los dedos en el escote de su vestido e intentó bajárselo un poco. Le descubrió un hombro y posó los labios sobre él. Ella sentía cómo su pelo le rozaba la cara y se lo acarició, suspirando satisfecha.

Pero entonces un ruido le heló la sangre: unas risas suaves y alegres se acercaban desde la distancia. La familia había salido al jardín y se aproximaba a ellos.

CAPÍTULO 4

– DANTE -siseó ella-. ¡Dante! Levántate.

Ella lo empujó frenética y él se apartó frunciendo el ceño. -Vienen hacia nosotros -dijo ella-. No deben encontrarnos así.

Rezongando, se retiró con desgana y le puso en pie tirando de ella.

Los otros los estaban llamando. No había más opción que dar la cara del modo más alegre y natural posible. Ferne tenía la sensación de que le temblaba la voz y que su sonrisa se veía forzada. Pero es que además temblaba por dentro. Se sentía como alguien que se había encontrado de pronto al borde de un precipicio y se había echado atrás sin saber cómo había llegado hasta allí.

La familia se acomodó para tomar una última copa bajo las estrellas.

– Estoy un poco cansada -dijo Ferne en cuanto pudo hablar con normalidad-. ¿Os importa que me retire?

Huyó escaleras arriba, incapaz de mirar a Dante a los ojos. Una vez en su habitación, se sometió a una ducha fría para recuperarse.

Él había insistido en rondar su mente a pesar de haberle pedido que la dejase. Pero así era Dante: una persona difícil. Al salir de la ducha, se vio reflejada en el espejo y le pareció que él estaba allí, contemplando con nostalgia su desnudez, haciendo que ella se arrepintiese de no haberle permitido verla, porque a él le hubiese encantado. Alguien llamó suavemente a la puerta.

– ¿Quién es?

Soy yo dijo Dante.