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¿Qué quieres?

¿Puedo pasar? Tengo que hablar contigo un momento.

Ferne se apartó para dejarlo pasar, asegurándose primero de tener la bata bien atada. Aun así, se sentía como si la ropa que llevaba fuese transparente.

Él todavía llevaba camisa y pantalón, pero se había abierto la camisa y su pecho asomaba unos centímetros. A ella le resultaba atractivo, pero intentó ser cautelosa. Aquella noche casi perdió la cabeza en sus brazos.

¿De qué quieres hablar? preguntó ella recatadamente.

De nosotros contestó él enseguida. Y de lo que estás haciendo conmigo. Creo que no podré soportarlo mucho más.

Entonces Ferne se alegró de haberse dado una ducha fría, porque su cuerpo había recuperado el equilibrio y podía pensar con normalidad.

– Sino puedes soportar estar conmigo, no ha sido muy inteligente por tu parte aparecer por aquí.

– No hablaba de eso contestó él, imitando su tono de argumentación razonada. Es el «tan cerca y sin embargo tan lejos» lo que me inquieta. Debería ser o una cosa u otra y creo que deberíamos discutirlo y llegar a una decisión sensata.

La inocencia de su rostro habría engañado a cualquiera menos acostumbrado a sus estratagemas que Ferne. Pero en aquel momento ella había recuperado el control.

– Estoy de acuerdo dijo ella con seriedad. Una o la otra. Y, dado que me marcharé pronto, creo que deberíamos optar por la segunda opción. Creo que lo más sensato es que te marches de mi habitación.

– Sería sensato, ¿verdad? Si fuese un hombre sensato, me marcharía y nunca volvería a mirar atrás. Pero nunca lo fui.

– Pues entonces, ésta sería una buena forma de empezar a serlo.

Él deslizó la mano alrededor de su cintura.

– Sé que no debería haber venido susurró. Pero tenía que hacerlo. Esta noche estabas maravillosa. Con sólo mirarte supe que tenía que bailar contigo… y cuando lo hice supe que tenía que abrazarte, besarte, amarte…

La atrajo hacia él mientras le hablaba, en un gesto amable e implacable al mismo tiempo.

¿No es esto ir demasiado lejos? preguntó ella suavemente.

– Pero quiero ir demasiado lejos contigo. ¿Cómo podría desear otra cosa siendo tú tan hermosa y excitándome como me excitas? Quiero ir demasiado lejos y más allá.

Dante, me gustas mucho, de veras, pero no soy una niña tonta a la que puedes impresionar con tus encantos. No olvides que me ha seducido un experto.

– ¿Sugieres que yo no soy un experto? preguntó él enfadado.

Bueno, en este momento no se te está dando muy bien.

Dante suspiró y la miró compungido, como un colegial descubierto haciendo novillos. Entonces ella estuvo a punto de rendirse, pero por suerte consiguió mantenerse firme.

Merecía la pena intentarlo, ¿no es así? se burló ella.

– No sé lo que quieres decir.

– ¡Y un cuerno que no! Entraste aquí diciéndote a ti mismo: «Venga, inténtalo. Puede que diga que sí o puede que diga que no y puede que me dé una bofetada. Averigüémoslo».

La expresión avergonzada de Dante confirmó sus sospechas.

– Y ya lo he averiguado, ¿no? -dijo él-. Y al menos no me has abofeteado.

– Ésa es la siguiente fase. Y márchate ahora que todavía somos amigos.

– ¿Amigos? ¿Es eso todo lo que tu…?

– ¡Vete!

Y se marchó. A toda prisa.

Como mujer atractiva que trabajaba en el mundo del ocio, Ferne tenía mucha experiencia en rechazar a caballeros demasiado entusiastas y había descubierto que se podía aprender mucho de un hombre por su comportamiento en la cita siguiente, si es que la había. Algunos se comportaban bien, otros mal y algunos fingían que no había pasado nada.

Dante, por supuesto, tenía que ser original, y se dedicó a seguirla saltando de árbol en árbol cuando ella paseaba por el jardín, escondiéndose cuando ella se giraba, hasta que Ferne gritó desesperada:

– ¡Sal de ahí, idiota!

– Si me llamas idiota, ¿significa eso que me has perdonado? -preguntó él, mostrándose esperanzado ante sus ojos.

Supongo.

Por detrás de él alguien gritó:

– ¿Dante, vienes?

– Voy -respondió. Voy a la ciudad con Carlo y Ruggiero, pero no podía marcharme hasta saber que había vuelto a ganar tu favor.

– Yo no he dicho eso -dijo ella severamente-. He dicho que estás perdonado… sólo eso.

– Sí, claro, son cosas distintas. Me pondré a ello cuando vuelva. Adiós.

La besó en la mejilla y salió corriendo, dejándola riendo y preguntándose qué tenía que hacer para tener la última palabra.

Pero ¿quería tener la última palabra? Eso le parecía triste.

Pasó un día muy agradable con Hope y las otras mujeres, hablando de Inglaterra y haciendo mimos a los niños. Aquella tarde, Dante se portó con ella de modo contenido e intachable. Parecía ignorarla por completo como mujer, y Ferne intentó decirse que era lo que ella había preferido.

Ferne había dicho que siempre llevaba consigo su cámara y era cierto, así que cuando vio a Toni jugar con el hijo de Ruggiero entró en acción rápidamente y les hizo unas fotos que encantaron a todos.

– He estado pensando qué podía hacer para agradeceros vuestra amabilidad -le dijo Ferne a Hope-. Y ya lo sé. Voy a haceros fotos, montones de ellas… de cada uno por separado y por parejas, con los hijos o sin ellos. Y luego os reuniré en el jardín para haceros una foto a todos juntos.

– ¡Así podré conservar un recuerdo! -exclamó Hope, encantada-. Sí, por favor.

Ferne empezó enseguida, dando vueltas por la casa, trabajando en su idea hasta que todos tuvieron una foto en solitario, hasta el niño más pequeño. A estas fotos añadió otras que había sacado pasando desapercibida, mucho más naturales. El resultado fue una colección que hizo que Hope llorase de alegría y celebrase una cena especial en honor a Ferne.

– Ha sido un detalle maravilloso -le dijo Dante mientras se bebían el vino juntos-. Para Hope, su familia lo es todo.

El halago hizo que Ferne se sintiese avergonzada.

– En realidad lo hice por mí misma. Hacer fotos es una especie de adicción, cuando no lo hago me siento inquieta.

– ¿Por qué te restas importancia? ¿De quién te escondes?

– ¿Desde cuándo eres experto en psicoanálisis? -preguntó ella, divertida-. No me estoy escondiendo.

– Algunos dirían que te estabas escondiendo detrás de la cámara, enfocando a los demás mientras te mantenías oculta. Se me ocurre que quieres tomar buenas fotos, deberías dejar que te llevase a la ciudad para el viejo Nápoles, donde todavía se conservan edificios históricos. Encontrarás todas las fotos que quieras.

Ella aceptó de buen grado y al día siguiente fueron al centro histórico de Nápoles. Tal y como él había adivinado, ella se entusiasmó y empezó a hacer fotos, atraída por aquellas calles estrellas y sinuosas con ropa tendida de lado a lado y puestos que vendían pescado y fruta.

Acabaron desplomándose en las sillas de una cafetería y resucitaron a base de café y pasteles.

– Me alegro mucho de que hayas tenido esta idea -suspiró ella encantada-. Ha sido maravilloso: Este sitio es demasiado pintoresco para ser real.

Dante asintió.

– Nápoles tiene barrios modernos, lugares llenos de edificios insulsos y funcionales, pero también cuenta con rincones donde la gente puede todavía ser humana en lugar de engranajes de una rueda. La gente de aquí no sólo se conoce, sino que son vecinos, prácticamente familia. Muchos son parientes. Existen bloques de pisos habitados por miembros de una misma familia. Tomemos un…

Un grito resonó en algún lugar cercano, interrumpiéndole. De pronto se formó un gran alboroto. La gente corría por las callejuelas, agitando los brazos y señalando algo que había detrás de ellos.

– Incendio! -gritaban-. Incendio!

Siguiendo el lugar que señalaban, echaron a correr hasta un edificio de cinco plantas que había a un lado de una calle estrecha y escalonada. Por las ventanas salía humo y la gente salía de allí gritando.