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Y en la casa rectoral de Poikkijärvi, al otro lado del río que bajaba de Jukkasjärvi, seguía su marido. Estaba de baja por enfermedad y sin capacidad para arreglar los temas de la herencia. Sven-Erik volvió a sentir el desagrado que le había invadido al hablar con el hombre. «Usted otra vez. ¿Nunca tiene suficiente?» Todas las conversaciones habían sido como reabrir un agujero en el hielo destrozando la nueva capa que se había formado durante la noche. El dolor volvía a surgir. Los ojos cansados de tanto llorar. Sin hijos con quien compartir el sufrimiento.

Aunque Sven-Erik tuviera hijos -una hija que vivía en Luleå-, sabía reconocer perfectamente aquella maldita soledad. Estaba divorciado y vivía solo. Pero, claro, tenía al gato y nadie había asesinado a su esposa ni la había colgado de una cadena.

Habían investigado todas las cartas de los muchos locos que se declaraban culpables del crimen, pero sin dar con nada, evidentemente. No eran más que desechos humanos que casualmente se veían invadidos por una febril exaltación cuando leían los titulares en la prensa.

Porque titulares no habían faltado. La televisión y los periódicos se volvieron como locos con el suceso. Mildred Nilsson fue asesinada en mitad de la sequía de noticias del verano y, además, no hacía ni dos años que otro líder religioso, Viktor Strandgård, figura prominente de la parroquia Fuente de Nuestra Fortaleza, había sido asesinado en Kiruna. Habían especulado sobre las similitudes, a pesar de que el asesino de Viktor Strandgård ya estuviera muerto. Aun así, el vínculo estaba establecido: un hombre de la Iglesia, una mujer de la Iglesia. Ambos asesinados con extrema brutalidad en sus respectivas parroquias. Los sacerdotes se expresaron en los medios a nivel nacional. ¿Se sentían amenazados? ¿Pensaban mudarse? ¿Era la roja ciudad de Kiruna un lugar peligroso para vivir siendo sacerdote? Los suplentes de verano de los periódicos llegaron en avión para revisar la investigación de la policía. Eran jóvenes y estaban ávidos de noticias: no se contentaban con un «por razones técnicas de la investigación… ningún comentario respecto a esta fase». El interés de la prensa había persistido durante dos semanas.

– Es como si tuvieras que darle la vuelta a los zapatos y sacudirlos antes de ponértelos -le había dicho Sven-Erik al comisario de la Criminal-. Porque puede que algún maldito periodista aparezca con la espada en ristre.

Pero como la policía no había solucionado nada, al final los buscadores de noticias se habían ido de la ciudad y dos personas que habían muerto aplastadas en un festival pasaron a ocupar el espacio mediático.

La policía se pasó todo el verano trabajando con la teoría del imitador. Que alguien se había dejado inspirar por la muerte de Viktor Strandgård. Al principio, la Policía Judicial se había mostrado muy escéptica a la hora de elaborar un perfil del presunto asesino. Por el momento nadie podía asegurar que se tratara de un asesino en serie. Ni tampoco era seguro que estuvieran buscando a un imitador. Pero las similitudes con el asesinato de Viktor Strandgård y la presión de los medios de comunicación hicieron que al final una psiquiatra del grupo de elaboración de perfiles de la Judicial interrumpiera sus vacaciones para ir hasta Kiruna.

Estuvo con los de la policía local una tarde a principios de julio. En total eran diez y pasaron la tarde sudando en la sala de reuniones. No querían arriesgarse a que alguien de fuera oyera lo que hablaban, así que mantuvieron todas las ventanas cerradas.

La psiquiatra judicial era una mujer que rondaba los cuarenta. Lo que le había chocado a Sven-Erik era que hablaba de locos, asesinos en masa y asesinos en serie con una calma y comprensión inauditas para él, casi con amor. Cuando ponía ejemplos de la realidad decía a menudo «el pobre hombre» o «tuvimos a un chico joven que…» o «por fortuna para él mismo fue detenido y juzgado». Y les habló de uno que después de estar unos cuantos años de internamiento psiquiátrico recibió el alta, con la medicación adecuada, vivía una vida planificada, trabajaba media jornada en una empresa de pinturas y tenía perro.

– Ni que decir tiene -les había dicho- que es tarea de la policía decidir con qué teoría vais a trabajar. Si vuestro asesino es un imitador, puedo daros una descripción aproximada, pero no es seguro que lo sea.

Hizo una presentación con PowerPoint y les animó a interrumpirla con preguntas.

– Es varón. Edad, entre quince y cincuenta. Sorry.

Esto último lo añadió al comprender las sonrisas que todos habían esbozado.

– Preferiríamos algo así como «veintitrés años y tres meses, trabaja repartiendo periódicos, vive con su madre y tiene un Volvo rojo» -bromeó alguien.

Ella le había seguido el hilo:

– Y calza un cuarenta y dos. Bueno, los imitadores son especiales en el sentido de que pueden debutar con delitos de una violencia brutal. Quiero decir que no tiene que haber sido necesariamente juzgado antes por otro delito con violencia de mayor gravedad. Lo digo a sabiendas de que habéis encontrado huellas pero no habéis dado con ninguna coincidencia en el registro.

Los presentes asintieron con la cabeza.

– Puede que aparezca en el registro de sospechosos o que haya sido juzgado por delitos menores, que son típicos de una persona que no conoce los límites. Vejaciones tipo manía persecutoria, insistentes llamadas telefónicas o quizá pequeños hurtos. Pero si se trata de un imitador habrá estado encerrado en su cuarto leyendo sobre el asesinato de Viktor Strandgård durante un año y medio. Es una ocupación apacible. Era el asesinato de otro autor y hasta el momento le bastaba con eso, pero a partir de ahora querrá leer sobre sí mismo.

– En realidad los asesinatos no se parecen -objetó alguien-. A Viktor Strandgård lo golpearon, lo apuñalaron, le sacaron los ojos y le cortaron las manos.

La psiquiatra asintió.

– Es cierto. Pero la explicación a eso puede ser que se trata de su primera vez. Apuñalar, cortar y hurgar con un cuchillo da más…, cómo decirlo…, más proximidad que un arma larga como la que parece que se ha utilizado en esta ocasión. Es otro límite que hay que rebasar. Quizá no le guste el contacto físico.

– Pero la llevó a cuestas hasta la iglesia.

– Sí, cuando ya había acabado con ella. Entonces ya no era nada, sólo un trozo de carne. Vale, vive solo o bien tiene acceso a un espacio totalmente privado, por ejemplo una habitación para sus aficiones en la que no puede entrar nadie, o un taller o, bueno, cualquier lugar que se pueda cerrar con llave. Allí tiene recortes de prensa, probablemente a la vista, preferiblemente colgados. Está aislado, pocos contactos sociales. No sería de extrañar que hubiera recurrido a algo físico para mantener a las demás personas alejadas, como una mala higiene, por ejemplo. Preguntad sobre eso si dais con algún sospechoso, preguntad si tiene amigos, aunque no los tendrá. Pero, lo dicho: no tiene por qué tratarse de un imitador. Puede que se trate de alguien que se ha visto superado por un ataque de ira puntual. Si tenemos la mala suerte de que nos caiga otro asesinato, tendremos que volver a vernos.