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– El párroco y su esposa debían de tener unos doscientos libros -alardeó ella.

‹¿Qué pensaría si viera una librería de la cadena Barnes & Noble?›, se preguntó él.

– Quise reunirme contigo ahí fuera -comentó ella con una nota de tristeza en la voz.

– ¿Dónde?

– En el patio, cuando estabas dando de comer a Ollie.

Estuvo a punto de preguntar por qué no lo había hecho, pero cayó en la cuenta de que ella era virtualmente una prisionera. Su nerviosismo y su palidez lo evidenciaban. Michael echó un vistazo al cuarto, pero sólo había un libro y algunas revistas.

– Tal vez esta noche a última hora podamos colarnos un rato en el salón de entretenimiento para otro recital de piano.

– Eso me gustaría -contestó ella con menos entusiasmo del esperado.

– ¿Y qué otra cosa te gustaría hacer? Por un lado, voy a hacer una ronda a ver si te encuentro alguna lectura decente.

Ella vaciló unos segundos, pero luego se inclinó hacia delante y preguntó:

– ¿Puedo decir lo que quiero de verdad? ¿Algo por lo que daría cualquier cosa?

Michael permaneció a la espera con recelo. Temía que guardara relación con Sinclair Copley. ¿Cuánto tiempo sería capaz de guardar el secreto?

– Me gustaría dar un paseo por el exterior, me da igual el frío, y levantar el rostro para que lo caliente el sol. Sólo tuve ocasión de disfrutarlo durante la visita a la factoría ballenera. Lo que más deseo es verlo de nuevo, sentir su calor.

– Sol, lo que se dice sol, sí tenemos -concedió Michael-, pero no es que caliente mucho, francamente.

Michael permaneció inmóvil en su asiento mientras sopesaba las palabras de la joven y le daba más y más vueltas a la descabellada idea que acababa de ocurrírsele. Las consecuencias serían muy malas para él si le pillaban y el jefe O’Connor le arrancaría la piel a tiras, pero se estremeció sólo de pensarlo hasta el punto de no ser capaz de resistirse. Se preguntó qué pensaría Eleanor de llevarla a cabo.

– Supongamos que puedo concederte tu deseo -repuso él con cautela-, ¿estarías dispuesta a seguir mis instrucciones al pie de la letra?

Eleanor apreció perpleja.

– ¿Puedes sacarme a hurtadillas de aquí?

– Esa parte es fácil.

– ¿Y hacer que el sol caliente incluso en un lugar como éste?

Michael asintió.

– ¿Sabes qué…? Sí puedo.

Se había estado preguntando qué clase de regalo navideño podía hacerle al día siguiente; bueno, pues ahora lo sabía.

– ¿Eso…? -inquirió la doctora Barnes, mirando el tanque del acuario, donde varios especímenes flotaban en el agua-. Ahí sólo tienes peces muertos.

– No, no, no, esos no -contestó el biólogo-. Esos son los fallos. Échale un vistazo al Cryothenia hirschii y a los demás peces de hielo, los comodones que están tan panchos en el fondo del tanque.

Cuando la doctora estiró el cuello hacia delante pudo ver unos peces plancos, casi traslúcidos, de unos noventa centímetros, cuyas agallas se movían lentamente en el agua salada.

– Vale, ya los veo -informó ella, poco impresionada-. ¿Y qué?

– Esos peces podrían ser la salvación de Eleanor Ames.

Charlotte se mostró interesada al oír eso.

– He mezclado muestras de sangre de los nototénidos con la de Eleanor. Alguno de ellos lleva sangre mezclada -anunció con una sonrisa-, y como puedes ver están bien.

– Pero Eleanor no es un pez -le recordó la doctora.

– Estoy al corriente de eso, pero lo que vale para uno quizá valga para todos… -dijo, y señaló mediante señas la mesa del laboratorio, encima de la cual descansaba un microscopio con una lámina portaobjetos ya preparada.

El monitor ofrecía una imagen notablemente amplificada de plaquetas y células sanguíneas. Era la clase de cosas que retrotraían la mente de Charlotte a los tiempos de universitario en la facultad de Medicina.

– Estás viendo una gota de plasma con una concentración alta de hemoglobina -anunció mientras se ponía unos guantes de látex-. De hecho, es mi sangre.

– Observa qué ocurre ahora.

Darryl se inclinó sobre el microscopio y retiró la bandeja portaobjetos. El monitor se quedó en blanco. El biólogo depositó una gota minúscula en la misma lámina con una jeringuilla, la mezcló y volvió a ponerla en el microscopio.

– Normalmente, la afinaría como Dios manda, pero no tenemos tiempo.

Ajustó la visión y el monitor recuperó la imagen. Todo parecía exactamente igual, salvo la existencia de más glóbulos blancos o leucocitos, las células encargadas de defender a un organismo de enfermedades e infecciones, y algunos fagocitos. Los glóbulos blancos eran más grandes y asimétricos, y se movían activamente en busca de bacterias y agentes infecciosos, como se suponía que era su cometido.

– De acuerdo, ahora todo está más revuelto -observó ella-. ¿Qué has añadido?

– Una gota de la sangre de Eleanor. Observa qué sucede.

No ocurrió nada relevante durante unos segundos, y de pronto se desató un pandemónium. Los leucocitos se quedaron sin objetivos a los que destruir y empezaron a rodear y atacar a los glóbulos rojos, portadores de oxígeno gracias a la hemoglobina. Los acosaron hasta engullirlos y no dejar ni uno. Fue una escabechina de primer orden.

Ningún ser vivo de sangre caliente era capaz de sobrevivir con lo que quedaba después de la batalla.

La doctora Barnes miró a Hirsch, aún sin salir de su asombro.

– Lo sé, pero observa esto.

El pelirrojo repitió el proceso: retiró la lámina, usó otra jeringuilla para poner sobre la lámina original otra gota obtenida de uno de los muchos viales de cristal colocados sobre la mesa de trabajo. La tapa del vial llevaba una etiqueta que rezaba ‹AFGP-5›. [20]

La imagen de la pantalla se había reducido a una ondulante masa de glóbulos blancos moviéndose enloquecida en busca de nuevas presas, pero ahora cambió poco a poco, como el oleaje del mar cuando ha amainado la tormenta. Había otro elemento nuevo cuyas partículas se movían como barcos navegando en aguas que ahora permanecían en calma.

No eran objeto de ataque alguno.

– Los nuevos invitados son las glicoproteínas -dijo Darryl son esperar las preguntas de Charlotte- obtenidas de los especímenes de Cryothenia. Las glicoproteínas anticongelantes son proteínas naturales que detectan cualquier cristal de hielo existente en la sangre y le impiden desarrollarse. Circulan por la sangre de los peces nototénidos tan libremente como el oxígeno. Es una argucia evolutiva muy limpia y tal vez salve la vida de Eleanor.

– ¿Cómo?

– Podría llevar una vida relativamente normal si tolerase su ingesta periódica, y la chica parece capaz de soportar hasta la estricnina, a juzgar por la sangre.

– ¿Dónde, Darryl? ¿En el fondo del mar?

– No -respondió Hirsch con paciencia-, aquí o en cualquier parte. Necesitaría la hemoglobina de los glóbulos rojos tan poco como esos peces, pero habría un par de efectos secundarios -añadió, encogiéndose de hombros ante lo inevitable-. Por un lado, eso la convertiría en una criatura de sangre fría, sólo capaz de calentarse de forma externa, como lo hace una serpiente o un lagarto, tendiéndose al sol.

Charlotte se estremeció sólo de pensarlo.

– La segunda supone una amenaza más inmediata.

– ¿Es peor?

– Juzga por ti misma.

Darryl tomó otra lámina limpia y la frotó con fuerza sobre el dorso de la mano de Charlotte antes de ponerla bajo el microscopio. El monitor mostró las células vivas y muertas. Entonces, él puso una gota de AFGP-5, y no pasó nada. Era la imagen de una coexistencia pacífica.

– ¿Eso es un buen indicio? -preguntó ella, buscando el rostro de Hirsch con la mirada e intentando leer la respuesta en su semblante.

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[20] Anti-Freeze Glycoprotein (glicoproteína anticongelante).