– Muchos de vosotros conocíais a Erik mucho mejor que yo, lo sé. Por eso quiero dejaros tiempo para que todos podáis decir algo. -Michael casi había olvidado el nombre de pila de Danzing. Un apodo o un apellido solía bastar en ese aire colegial de la estación-. Pero nunca he conocido a nadie tan echado para delante y animoso, bueno, tal vez si exceptuamos a Lawson.
Hubo algunas risitas y el aludido, que estaba recostado contra la pared junto a Michael, Charlotte y Darryl, sonrió con timidez.
– Y en cuanto a esos perros, muchachos, él los adoraba como si fueran sus hijos. -Agachó la cabeza y la sacudió con tristeza-. No sé qué se torció ni lo que le pasó a Kodiak, si fue un tumor cerebral, unas fiebres, no lo sé, pero tengo la absoluta seguridad de que Danzing, digo Erik, lo entendería incluso ahora. Esos perros le querían tanto como él a ellos. -Hundió los dedos en el pelo y se pasó la mano por la cabeza-. Por esa razón vamos a encontrar al resto del tiro. Os lo prometo. Vamos a localizarlos por él.
– ¿Cuándo…? -gritó uno de los reclutas.
– Tan pronto como sea seguro -replicó O´Connor-, y en cuanto sepamos que no están infectados como Kodiak.
A Michael no se le había pasado por la cabeza la amenaza del contagio. ¿Y qué ocurría si los demás huskies habían contraído el mismo mal que el líder? ¿Y si todos se habían convertido en asesinos?
Murphy se miró el dorso de la mano para leer la chuleta del discurso.
– Ignoro cuánto sabéis sobre la vida de Danzing en el mundo real, pero para que quede constancia, me gustaría decir que estaba casado con una gran mujer, María, forense del condado… -La ironía inmediata del asunto le obligó a detenerse durante unos instantes-. Ella vive en Florida.
«En Miami Beach», recordó Michael.
– Ya he hablado con ella en un par de ocasiones y le he contado cuanto debe saber. Me pidió que bendijera en su nombre a cuantos estáis aquí abajo, en especial a Franklin, a Calloway y al tío Barney, por su maña en los pucheros al prepararle esos desayunos de sémola de maíz… Y a todos en general por vuestra amistad. Me dijo que jamás le había visto más feliz que cuando vino aquí abajo, a ponerse detrás de un trineo a tropecientos bajo cero. -Volvió a lanzar una mirada nerviosa a sus notas-. Ah, sí, y también me encomendó darle especialmente las gracias a la doctora Charlotte Barnes por lo duro que luchó para salvar a su marido…
Todos se volvieron hacia Charlotte, que apoyaba el mentón encima de los brazos entrecruzados sobre el pecho. Ella asintió de forma apenas perceptible.
– … y a Michael Wilde.
Aquello pilló fuera de juego al destinatario.
– Al parecer, Erik hablaba mucho sobre ti y lo famoso que ibas a hacerle.
– Haré cuanto esté en mi mano -contestó Michael lo bastante alto para que todos pudieran oírle.
– Le explicó a María que les estabas haciendo fotos a él y a los perros, a los últimos perros que van a verse por aquí, no necesito recordárselo a nadie, para publicarlas en esa revista tuya, Eco-World.
La cabecera era Eco-Travel, pero Michael no estaba dispuesto a corregirle.
– Así será -contestó Michael, apropiándose de la prerrogativa del editor. De hecho, tenía en mente intentar convencer a Gillespie de que pusiera una fotografía de Danzing y sus perros en la portada. Era lo menos que podía hacer por él.
Michael sólo era capaz de mantener la cabeza gacha y sumirse en sus propios pensamientos mientras Murphy desgranaba algunos detalles más sobre la vida de Erik Danzing, pues, al parecer, había tenido un millón de trabajos diferentes, desde apicultor y empleado en una perrera hasta conductor de vehículos en una funeraria; «allí fue donde conoció a María», explicó el jefe O´Connor.
Michael tenía intención de conseguir la dirección postal de María antes de abandonar la base antártica. El collar de dientes seguía en su poder y deseaba enviárselo en cuanto estuviera de vuelta en el mundo civilizado. Tal vez incluso con alguna de las fotografías que le había hecho a su esposo, en todo el esplendor de su gloria, mientras guiaba el trineo en plena tormenta.
Y también tomó conciencia de que debía telefonear cuanto antes a la casa de los Nelson, en Tacoma. Deseaba tener noticias de cómo había tenido lugar el traslado y si había el menor indicio de recuperación por parte de Kristin ahora que estaba en su antigua casa. Él sabía a la perfección cuál iba a ser la respuesta, y también que sería Karen quien se la diera, pero aun así, tenía la sensación de que era su deber comprobarlo, y entonces se preguntó cuánto tiempo más iba a prolongarse todo aquello. Hasta donde él sabía de comas y estados vegetativos, Kristin podía seguir así de forma indefinida.
El tío Barney se sonó los mocos ruidosamente con un pañuelo rojo a escasa distancia de él cuando Murphy se puso a contar la historia de una colosal comida que Danzing se había metido entre pecho y espalda.
A continuación, Calloway se puso de pie para detallar una larga y divertida anécdota sobre la vez en que había intentado meter al difunto en un traje estándar de submarinismo. Betty y Tina hablaron de la gran ayuda que les había prestado mientras intentaban descargar unas muestras de hielo en medio de una tormenta furibunda.
Michael escuchó la ventisca que arreciaba y aullaba alrededor de las angostas ventanas y los ondulados muros de metal del módulo donde se hallaban. Podía amainar en una hora o prolongarse durante una semana. Algo sí había aprendido del Polo Sur: carecía de sentido apostar.
Murphy llevó la batuta al rezar un padrenuestro con voz entrecortada después de que hubieron hablado todos los presentes. Tras unos breves momentos de silencio, Franklin se sentó frente al piano de la esquina e interpretó una enardecida versión de Old time rock´n roll, el viejo éxito de Bob Seger, y uno de los temas favoritos de Danzing. Franklin logró darle a la pieza una interpretación llena de vitalidad y fueron muchos los que corearon el estribillo:
-Today´s music ain´t got the same soul. I like that old time rock ´n´ roll. Don´t try to take me to a disco… [15]
Cuando terminaron la canción, el tío Barney anunció que se marchaba a preparar una buena comida de sémola de maíz con carne en honor a Danzing. Lo serviría todo en el comedor.
Estaban saliendo cuando Murphy les hizo señales a Michael y a Lawson para que se acercaran:
– Eh, vosotros, ¿alguien ha visto a Ackerley por alguna parte?
Era muy fácil no percatarse de la presencia del Gnomo en una habitación incluso aunque estuviera presente, pues siempre se comportaba con gran sigilo y retraimiento, pero Michael debió admitir que no recordaba haberle visto.
– Probablemente les estará hablando a sus plantas y habrá perdido la noción del tiempo -replicó Lawson.
O´Connor asintió, dejando claro que pensaba lo mismo, pero dijo:
– ¿Os importaría ir a echar un vistazo y comprobar si está bien? Acabo de intentar hablar con él por el interfono, pero no lo coge.
A Michael le apetecía mucho reunirse con Charlotte y Darryl en el comedor, pues se le había ido el santo al cielo en lo tocante a las comidas tras pasarse el día entero en su cuarto tomando notas para el reportaje. Sin embargo, difícilmente podía negarse.
– No os preocupéis -apuntó Murphy-, os guardaremos algo de cena. -Se volvió hacia Lawson-. Por cierto, ¿cómo está tu pierna? ¿Aguantas bien de pie?
Michael recordó entonces las palabras de Charlotte: a Lawson se le había caído el equipo de esquí sobre el tobillo.
– Está bien, no da muchos problemas. Además, lo que no se usa, se atrofia.