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La oscuridad la invadió. Sintió una terrible y al propio tiempo serena debilidad. Al pánico le sucedió una especie de calma. Cesó de luchar como atontada por un anestésico y se sumió por fin en un sueño del que jamás despertaría.

2. El cuerpo flotante

M tenía demasiados problemas pendientes de solución para perder el tiempo hablando con el agente de la Sección Especial, y su leal miss Moneypenny lo sabía perfectamente. En el edificio que albergaba la Sede Central, con vistas a Regent's Park, se estaban llevando a cabo una serie de desagradables y prolongados trabajos de limpieza y reacondicionamiento. Los auditores llevaban allí una semana, ocupando un espacio que se necesitaba para otras cosas, mientras se dedicaban a comprobar minuciosamente las cuentas de cada departamento y acaparaban la atención y el tiempo de buen número de funcionarios superiores.

Aquellas auditorías que tenían lugar cada dos o tres años representaban un muy grave trastorno para todos. Una vez terminadas, los auditores regresarían a su lugar de procedencia; es decir, a lo que M llamaba su escondrijo de piedra cercano al Long Water en los jardines de Kensington. Pero aquello no significaba que los problemas hubieran terminado.

En el plazo de tres meses los informes serían estudiados con todo detalle por un selecto grupo de personas entre las que se incluían el ministro de Hacienda y el de Asuntos Exteriores, quien luego presentaría las cifras para el voto secreto ante los miembros del gabinete y ante la tesorería.

Dicho voto secreto era un elemento vital para M, ya que de él dependía la asignación que se otorgara a su departamento y de la que dependía la vida de éste. Era el dinero con el que pagarlo todo, desde los salarios de los empleados bajo su mando a la formación de agentes, los gastos adicionales, la investigación, y un centenar de otras cosas, incluida la compra de clips sujetapapeles y de las grapas que usaban en el piso octavo, donde M tenía su suite y sus oficinas.

Una auditoría representaba sufrir días de tensión a la que ahora se añadía la producida por el anuncio de unas elecciones generales. En menos de un mes, M estaría trabajando para idénticos amos en el Ministerio de Asuntos Exteriores, porque los gobiernos se hacen y deshacen, pero los mandarines de Whitehall son siempre los mismos. Pero podía ocurrir que la actitud respecto a la tarea desempeñada por el servicio dirigido por M variase quizá drásticamente si el gobierno que ocupase el poder era de un color político distinto. Estos cambios de gobierno, o incluso sólo la posibilidad de que ocurrieran, ponían al jefe del Servicio Secreto al borde de un ataque de nervios. Aquel día su horario estaba colmado, incluyendo cinco reuniones de alto nivel y una comida en el Blades con el presidente del Comité de Inteligencia Conjunta.

El agente de la Sección Especial había dicho que lo que tenía que comunicar era urgente, sólo para conocimiento personal de M. La señorita Moneypenny consultó su reloj y pudo comprobar que el agente llevaba ya casi una hora esperando. Se había presentado, sin previo aviso, sólo diez minutos después de que M regresara de comer. Moneypenny hizo una aspiración profunda y llamó por el intercomunicador.

– Diga -gruñó M.

– No habrá olvidado usted que el superintendente jefe Bailey está esperando, ¿verdad? -repuso ella tratando de adoptar un tono desenvuelto, de persona eficiente.

– ¿Quién ha dicho usted que está esperando? -preguntó M, quien de un tiempo a esta parte había vuelto a adoptar su viejo hábito de obviar ciertos asuntos pretextando tener una memoria como un colador.

– El agente de la sección -repitió ella con tacto.

– Que yo sepa, no estábamos citados -replicó M.

– No, señor. Pero he dejado en su mesa el memorándum de su jefe, antes de que usted regresara de comer. Su petición es urgente.

Se produjo una pausa durante la cual Moneypenny pudo oír el crujir del papel conforme M leía el memo.

– ¡Ah ya! Como el jefe de la sección no puede venir personalmente, ha mandado a un lacayo -gruñó M-. Pero ¿por qué hemos de ser nosotros? Por regla general incordian a nuestros hermanitos del Cinco. Podía haber dirigido sus pasos hacia Curzon Street o a dondequiera que se haya instalado estos días dicho servicio.

Aunque la Sección Especial trabaja con el M15 (Servicio de Inteligencia Militar) siempre que éste se lo pida, no actúa como defensor sistemático del mismo, e incluso se sabe que a veces han rechazado alguna petición del Cinco porque tienden a obrar con cierta precaución. Son responsables no ante un ser sin rostro radicado en Whitehall, sino directamente ante el comisario de la Policía Metropolitana. Sólo en raras ocasiones la sección recurre al Servicio Secreto de Inteligencia, que era el feudo de M.

– No tengo la menor idea de por qué recurren a nosotros, señor. Sólo sé que el jefe de la sección quiere que reciba usted a este funcionario LAP.

M produjo un extraño sonido chasqueando la lengua.

– ¡Una expresión muy curiosa, Moneypenny…! LAP quiere decir «lo antes posible», ¿verdad? ¿Cómo ha dicho que se llama?

– Bailey, señor. El superintendente jefe Bailey.

– ¡Ah, bueno! -Otro suspiro-. Más vale que me lo pase.

Bailey resultó ser un caballero alto y bien vestido, de treinta y tantos años que llevaba un traje caro, de corte clásico.

M notó en seguida que lucía la corbata de un prestigioso colegio de Cambridge. Los modales de Bailey eran sumamente agradables. Hubiera podido pasar perfectamente por un joven médico o abogado. M se dijo que no hubiera desentonado ocupando una plaza en el Cinco.

– No nos habíamos visto hasta ahora, señor. Mi nombre es Bailey -el funcionario de policía fue directamente al grano, tendiendo su mano a M-. El HOB le pide disculpas, pero va a estar ocupado todo el día con los jefes del A11 y del C13.

Al A11 se le suele conocer como Diplomatic Protection Group, y es el que proporciona guardaespaldas a los políticos y a los miembros de la realeza, ya sean visitantes o del país. La C 13 es la Brigada Antiterrorista, que guarda estrecha relación con el MI5 y el Servicio Secreto de Inteligencia, así como con la C 7 su propia Sección de Apoyo Técnico, y la D 11 o «Boinas Azules» el departamento de armas de fuego de Scotland Yard, donde una brigada de especialistas de élite está siempre dispuesta para intervenir en caso de incidentes graves.

– Andamos un poco de coronilla desde que el primer ministro se fue al campo -explicó Bailey sonriendo.

– A los demás nos pasa igual -observó M con cara de circunstancias. Esta no es su zona de operaciones habitual, ¿verdad, superintendente jefe?

– No. No lo es, señor. Pero se trata de un caso especial. El HOB quiso que me entrevistara con usted personalmente.

M guardó silencio, mirando a su visitante sin que en su rostro se pintara la menor expresión. Finalmente hizo un ademán señalando una silla.

Bailey se sentó.

– Bueno. Vayamos al grano -empezó M con calma-. A ninguno de los dos le sobra el tiempo. ¿Cuál es el motivo de su visita?

Bailey carraspeó. Ni los más experimentados funcionarios de la policía pueden evitar dicho hábito, nacido de haber tenido que prestar declaración en tantos tribunales.

– A primeras horas de esta mañana se ha descubierto lo que en mis primeros tiempos en la policía se llamaba un «cuerpo flotante».

– Un cadáver encontrado en el agua -murmuró M.

– Exacto, señor. Lo recogió la patrulla fluvial cerca de la Aguja de Cleopatra. No se ha notificado todavía a la prensa, pero llevamos trabajando toda la mañana en el caso. Está involucrada gente importante. El propio jefe de la sección lo ha comunicado a la familia. La víctima es una joven de veintitrés años, la señorita Emma Dupré, hija del señor Peter Dupré.