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Debía mantener la calma. Mostrarse complacida, pero no demasiado.

– Creo que puedo quedarme. En realidad no he terminado todo lo que he venido a hacer.

– Estupendo -dijo Rafe-. Entonces te llamaré cuando vuelva y saldremos.

Le apretó la cintura y la atrajo hacia él con delicadeza. Keely supo que estaba a punto de besarla, de besarla a fondo, pero solo podía pensar en no volver a vomitarle encima de los zapatos.

– Espera -dijo a la vez que ponía las palmas de las manos en el pecho de Rafe.

– ¿Sí?

– Tengo… que hacer una cosa -se excusó Keely-. En seguida vuelvo. Dame solo un momento.

Se dio la vuelta, abrió la puerta y la cerró, dejándolo en el pasillo. Luego corrió al baño y se dobló sobre el servicio. Las fresas le daban vueltas en el estómago. ¡Santo cielo!, ¡solo iba a darle un beso!

Respiró hondo y esperó hasta que se le pasó la náusea. Luego se enjuagó la boca, se echó un poco de agua a la cara y se miró al espejo.

– Tranquila y diviértete -se dijo-. Y, por Dios, no vuelvas a vomitar. Será atractivo, pero no creo que le vaya la marcha tanto como para encontrar eso atractivo dos veces en una misma noche.

Rafe se quedó plantado en el pasillo, mirando la puerta cerrada de la habitación. No era exactamente lo que había planeado. Se acercó a la mirilla, pero no consiguió ver nada. ¿Se encontraría mal otra vez? En el bar parecía bien. Quizá algo nerviosa en el ascensor, pero, en general, había tenido la sensación de que la noche había avanzado en la dirección correcta.

Rafe se pasó la mano por el pelo. Había sido una noche ciertamente rara. Nunca había conocido a una mujer como Keely McClain. No estaba seguro de qué la hacía tan intrigante. Quizá se debía a que era tan… auténtica, sin disfraces. Lo que probablemente estaba relacionado con el modo en que se habían conocido. Le habría resultado muy difícil darse aires de nada después de lo que había pasado delante del Pub de Quinn.

Debía reconocer que le gustaban las mujeres así: era sincera y directa, dulce y divertida. Era natural y, con ella, se sentía relajado, podía bajar la guardia, olvidarse de todas sus responsabilidades y divertirse. Ni siquiera había pensado en los Quinn desde que la había encontrado.

La puerta se abrió y Keely reapareció con una sonrisa ganadora:

– Perdona. Tenía que… da igual. Rafe sonrió, la rodeó de nuevo por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo.

– ¿Puedo besarte?

– Creo que sí -dijo Keely. Se lo pensó-. Sí, estaría muy bien.

Rafe no se molestó en preguntar dos veces. Le puso los dedos bajo la barbilla y le levantó la cara hacia él. Su piel era delicada como porcelana. Y, por primera vez, tuvo ocasión de apreciar de verdad el color de sus ojos, una extraña mezcla de verde y dorado.

– Eres muy bonita -murmuró mientras posaba la boca sobre la de ella.

Fue un contacto eléctrico, muy intenso, mucho más que el beso fugaz que se habían dado en el bar. Rafe sintió una llamarada de calor por todo el cuerpo, el corazón se le aceleró, la sangre se le subió a la cabeza. Por lo general, besar a las mujeres era más bien una obligación, un requisito que tenía que cumplir para poder llevársela a la cama. Pero besar a Keely, tan profundamente, era lo único que ocupaba la cabeza de Rafe en esos momentos. Y estaba disfrutando.

Emitió un gemido ligero antes de poner las manos en sus mejillas, mientras pasaba la lengua entre los labios de Keely. Sabía dulce, a fresas. Y quería más. Solo un poquito más. Cuando abrió la boca, Rafe aceptó la tácita invitación y la saboreó como habría hecho con un buen Burdeos.

Después, cuando Keely introdujo las manos bajo su chaqueta y deslizó los dedos por el pecho, Rafe comprendió que había estado engañándose. No se quedaría satisfecho nada más que besándola. Quería tocarla, explorar su cuerpo, aprender más de aquella mujer intrigante. Era como si hubiese descubierto un tesoro escondido y quisiera apoderarse de él antes de que alguien más se diera cuenta de lo que había encontrado.

Muy a su pesar. Rafe le agarró las manos, las separó sin dejar de sostenerlas y la miró a la cara:

– Debería irme -dijo antes de robarle otro beso veloz.

– Deberías, sí -Keely se puso de puntillas y volvió a probar su boca.

Luego entrelazó las manos tras la nuca de Rafe, le acarició el pelo. Le gustó comprobar que Keely lo deseaba tanto como él a ella. La apretó contra la puerta de la habitación hasta sentir su cuerpo: los muslos, las caderas, los pechos, esas curvas cálidas y tentadoras. ¡Era una locura! ¿Por qué no la seducía sin más? Nunca se había privado de satisfacer sus deseos. ¿Por qué iba a empezar de pronto? Rafe Kendrick conseguía lo que quería y no volvía la vista atrás.

No pudo evitarlo. Bajó la mano y le agarró un muslo, lo subió hacia arriba por su cadera. La falda se le subió y Rafe metió la mano debajo, la agarró por detrás y la apretó todavía más. La hizo sentir su erección contra las bragas de encaje. Cuando Keely se frotó contra él, el fuego se avivó. Si no estuvieran de pie en un lugar público, ya le habría quitado las bragas y estaría dentro de ella. Pero dejaría que fuese ella la que llevara el ritmo. Y si Keely hacía amago de poner fin a aquel acto de seducción, haría lo posible por retirarse.

Metió los dedos bajo el elástico y le tiró de las bragas, ansioso por tocar la piel de debajo, dispuesto casi a hacerle el amor en pleno pasillo. Keely exhaló un leve suspiro bajo los labios de Rafe, echó la cabeza hacia atrás y él aprovechó para escorarse, encontró un punto erógeno en la base de su cuello. Chupó con suavidad, como si paladearla pudiera saciar su apetito de algún modo.

De pronto notó que se ponía tensa y su cerebro registró el sonido del timbre del ascensor. Le bajó la falda corriendo y dio un paso atrás, pero no se molestó en retirar el brazo de su cintura. Keely apoyó la frente en su pecho y Rafe miró a la pareja que los pasó de largo por el pasillo. Les sonrió, asintió con la cabeza y cuando desaparecieron dentro de una habitación, Keely rió con suavidad.

Rafe supuso que se había terminado. Como agua helada contra fuego rugiente, la interrupción los había devuelto a la realidad. Keely se dio la vuelta, dándole la espalda, sacó la tarjeta con la que se abría la puerta y la empujó. Cuando entró, Rafe esperó. Si entraba con ella, sabía lo que ocurriría.

Keely se giró hacia él y, cuando ya esperaba que le daría las buenas noches, lo agarró por las solapas de la chaqueta y lo arrastró dentro de la habitación. Luego cerró de un portazo. El golpe resonó en el silencio, como señalando el momento exacto en que habían eliminado el riesgo de sufrir nuevas interrupciones. Y, como siguiendo una señal para empezar, empezaron.

Le temblaban los dedos mientras trabajaba con los botones y cremalleras de Keely. No estaba siguiendo ningún método de seducción, pero no le importaba. No estaba jugando. Aquello era pura lujuria. Nada más descubrir la piel tentadora de Keely, se paró a explorar, primero su hombro, luego su cadera, su tripa. Ella hizo lo mismo. No se molestaron en desnudarse del todo, solo abrieron o bajaron lo que les estorbaba.

– Eres preciosa -murmuró contra el monte de sus pechos-. Y sabes de maravilla -añadió, sorprendido por conservar la capacidad de formar una frase coherente. La cabeza había cedido el control a los instintos y estaba deseando sentirse dentro de ella. Sabía cómo hacer que una mujer se retorciera de placer, anhelándolo, y quería que Keely lo necesitase tanto que no le quedara más remedio que rendirse.

Con suavidad, la condujo hacia la cama, enorme, y una vez allí se dejaron caer en un amasijo de extremidades y prendas a medio quitar. Solo entonces ralentizó el ritmo y disfrutó del proceso de despojarla de la blusa. Al principio la notó indecisa. Pero, a diferencia de otras mujeres con las que había estado, Rafe supo que no se estaba haciendo la tímida. Solo estaba siendo Keely McClain.