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Si fuera un hombre sensato, echaría el freno de mano. Al fin y al cabo, Keely siempre había sido una mujer impulsiva y no había mejor ejemplo que aquel. Pero Rafe quería a Keely mucho más que actuar con sensatez. Si estaba decidida a casarse en tres días, ¿quién era él para discutírselo?

Capítulo 12

Keely estaba fuera de la sala del juez de paz, apretando el ramillete de rosas blancas, tratando de serenarse. No había esperado ponerse tan nerviosa. La decisión de casarse con Rafe había sido sencilla. Pero no había tomado conciencia de la trascendencia de dicha decisión hasta ese instante. En menos de una hora sería la señora de Rafe Kendrick. El estómago se le revolvió y sintió una arcada.

– Dios -susurró Keely.

– ¿Qué pasa? -preguntó Rafe. Estaba tranquilamente sentado en un banco de madera, mirándola dar pasos de un lado a otro.

– Nada.

– Pareces un poco pálida.

– Estoy bien -insistió Keely.

– Cariño -Rafe le agarró una mano-, ¿por qué no te sientas y te relajas? Todavía falta un rato.

– ¿Que me relaje? -preguntó ella casi histérica-. Es el día de mi boda. ¿Cómo voy a relajarme? ¿Por qué no estás tú nervioso? Eres el novio. ¿No se supone que deberías estar arrepintiéndote en estos momentos? ¡Deberías vomitarme tú en los zapatos!

Rafe tiró de Keely para que se sentara a su lado.

– No, no estoy nervioso. Me voy a casar con la mujer a la que quiero. ¿Por qué iba a arrepentirme?

– ¡Porque es lo que hacen los novios! – contestó Keely justo antes de sentir otro acceso de vómito-. Dios…

Rafe maldijo con suavidad, le puso una mano en la nuca y le agachó la cabeza con delicadeza.

– Respira -dijo y soltó una risilla.

– ¿De qué te ríes? -preguntó Keely.

– ¿No fue así como empezamos? Tiene una simetría perfecta, ¿no crees? -contestó mientras le acariciaba la espalda-. Si no quieres que lo hagamos hoy, siempre podemos volver cualquier otro día. La licencia vale para tres meses.

Quizá se habían precipitado un poco. Keely siempre había luchado contra su naturaleza impetuosa, ese gen dominante que por fin entendía le venía de los Quinn. ¿Cuántas historias le habían contado en las anteriores semanas sobre las cosas tan arriesgadas e impetuosas que habían hecho sus hermanos? Y ella no hacía sino seguir el ejemplo.

Por otra parte, se estaba casando. Era la decisión más importante de su vida. Quizá debería haberse tomado algo más de tiempo para planear una boda de verdad y darse la oportunidad de acostumbrarse a la idea.

– ¿Tú quieres que nos casemos hoy? -le preguntó entonces.

– Yo quiero lo que tú quieras, Keely -dijo Rafe tras levantarle un momento la barbilla para poder mirarla a los ojos-. Tengo la sensación de que te he presionado demasiado. Quizá deberíamos esperar a que se lo hayas dicho a tus padres. Deberían estar aquí.

– Un momento estupendo para dar marcha atrás -murmuró ella-. Me he comprado un vestido, has planeado una luna de miel y…

– Puedes reservar el vestido, conservaremos la tarta en la nevera y nos iremos de vacaciones, en vez de de luna de miel. No cambiará mis sentimientos. Te quiero y estoy dispuesto a esperar si es lo que decides.

– No -Keely se incorporó, respiró profundo-. Estoy preparada. No hay motivo para esperar.

– ¿No quieres que tu madre asista a la boda y que tu padre te acompañe al altar?

Siempre había soñado con la boda de los cuentos de hadas: el vestido blanco precioso y la iglesia llena de flores, los amigos y familiares reunidos y la marcha nupcial sonando en el órgano mientras avanzaba por el pasillo hasta el altar.

– No es posible. Ya lo he aceptado.

La puerta de la sala se abrió y salió un funcionario:

– Matrimonio Kendrick y Quinn. A continuación.

Keely se puso de pie al instante, se alisó la falda. Rafe se incorporó también, le agarró la mano y se la puso en el brazo. Luego miró el vestíbulo.

– Supongo que ha llegado el momento – comentó.

Entraron y encontraron al juez Williams esperándolos. Estrechó la mano de Rafe y se presentó a Keely.

– Bueno, aquí estamos. ¿Por qué no pasáis a mi despacho?, ¿tenéis testigos?

– Teníamos -Rafe miró a Keely-. Debería llegar en cualquier momento. No sé qué le habrá pasado a Sylvie para retrasarse.

– El funcionario puede ser testigo, ¿no? – preguntó Keely-. O podemos salir y buscar a alguien fuera.

– Si queréis -contestó el juez-. Aunque podemos esperar un poco. No tengo que volver al tribunal hasta dentro de un cuarto de hora. La ceremonia solo dura tres o cuatro minutos.

Keely tragó saliva. El acontecimiento más importante de su vida se reducía a tres o cuatro minutos. De alguna manera, había esperado que fuese mucho más… grandioso, majestuoso. Contuvo la respiración. ¡Pero las cosas eran como eran! Y ya que había decidido casarse con Rafe, no permitiría que nada se lo impidiera. Ni siquiera la falta de testigos.

– No, prefiero que procedamos.

El juez Williams hizo una señal al funcionario y este volvió segundos después con una pareja de ancianos. Eran los Swanson, casados desde hacía cincuenta y dos años. La pareja se colocó en la parte del fondo de la sala y esperó. El juez abrió un libro.

– Queridos amigos, nos hemos reunido aquí en presencia de estos testigos para unir en matrimonio a este hombre y esta mujer.

Keely trató de escuchar las palabras de la ceremonia, pero todo estaba sucediendo demasiado rápido. Quiso pedirle al juez que fuese más despacio, o que parara incluso, para darle tiempo a asimilar la experiencia. ¿Pasaban todas las novias por esa sensación surrealista, como si se tratara de la boda de otra persona?

– ¿Alguien en la sala tiene alguna razón por la que estas dos personas no deban casarse? – preguntó sonriente el juez, mirando hacia los Swanson. Estos negaron con la cabeza-. Lo imaginaba.

De pronto, la puerta se abrió y Conor Quinn irrumpió en la sala.

– Yo me opongo -dijo-. ¿Es demasiado tarde?

Dylan lo seguía de cerca, vestido con el uniforme de bombero, seguido a su vez de los gemelos, y luego Liam y Brendan.

– Lo siento, juez Williams -se disculpó el funcionario-. No he podido pararlos.

– Nos oponemos a esta boda -gritó Brendan. Luego se giró a Conor-. ¿O ya te has opuesto tú?

El juez Williams frunció el ceño antes de dirigirse a Keely y a Rafe.

– Se están oponiendo.

– Siga -dijo ella-. No les haga caso. Solo son mis hermanos. Sabíamos que se opondrían. Por eso no los habíamos invitado a la boda.

– Me temo que estoy obligado a escucharlos -dijo el juez. Carraspeó-. ¿Por qué motivo se oponen?

– Porque no creo que mi hermana deba casarse hoy -contestó Conor.

– Estoy de acuerdo -dijo Fiona, haciéndose hueco de pronto entre los hermanos-. No me parece una buena idea, Keely.

– No lo es -añadió Seamus.

– ¿Qué estáis haciendo aquí? -Keely maldijo en voz baja-. ¿Cómo sabíais dónde encontrarnos?

– Llamé a tu madre anoche -reconoció Rafe-. Y hace una hora le pedí a Sylvie que avisara a Seamus y a tus hermanos.

– ¿Por qué? -exclamó asombrada Keely y le pegó con el ramillete en un hombro-. ¿Por qué has intentado arruinar nuestra boda adrede?

– Porque son tu familia, Keely, y deberían estar aquí, se opongan o no.