Aunque estaban casi bajo cero, a Keely no le importaba.
– Rafe, llevamos cuatro días y es la primera vez que salimos de la habitación -dijo ella. Rafe había alquilado la suite más lujosa del castillo Waterford y se habían pasado la mayor parte de los días acurrucados en el sofá, frente a la chimenea, y haciendo el amor por las noches en una cama gigantesca-. Es el mejor sitio donde podíamos estar.
– ¿Entonces estás loca de alegría?
– Totalmente. He tenido la boda con la que siempre había soñado, estoy casada con el hombre al que amo y mi familia se ha reunido. ¿Qué más puedo pedir?
– Se me ocurren algunas cosas -dijo Rafe.
– ¿Por ejemplo?
– Me gustaría tener niños.
– ¿De verdad? -Keely sonrió-. No lo habíamos hablado. Supongo que había dado por sentado que esperaríamos.
– ¿Quieres esperar?
– No necesariamente. Quiero tener una familia grande. He crecido como si fuera hija única, igual que tú, y siempre quise tener tres o cuatro hermanos… o cinco.
– Serás una madre estupenda. Y yo un padre terrible. Ya solo nos falta el bebé. Keely rió y le dio un abrazo.
– Tu dinero puede acelerar la preparación de una boda. Rafe, pero por mucho que te empeñes, los bebés tardan nueve meses.
– Entonces tendremos que ir poniéndonos manos a la obra -Rafe agarró la cremallera del abrigo de Keely y empezó a bajarla.
– ¿Qué?, ¿aquí?
– ¿Por qué no? -Rafe miró a su alrededor-. Hemos hecho el amor en el baño del avión mientras veníamos. Y fue idea tuya, por si no lo recuerdas. Este sitio es mucho más íntimo. Solo hay alguna vaca y un par de gaviotas. ¿No te estarás volviendo tímida ahora que estás casada?
Keely lo agarró por el abrigo y tiró hacia ella.
– ¿Me está desafiando, señor Kendrick?
– Es posible, señora Kendrick.
– Pues ten cuidado, porque si me buscas, me vas a encontrar -Keely le dio un beso y después le pegó un empujón y echó a correr, escondiéndose y dejándose ver entre las piedras del círculo.
Al marcharse de Irlanda la primera vez, Keely se había preguntado si su vida volvería a ser igual, si llegaría a saber quién era de verdad. Era la mujer que amaba a Rafe Kendrick y que lo amaría el resto de la vida. Era la hija y la hermana que había reunido a su familia después de tantos años de separación. Y, algún día, pronto, sería una madre.
Pero, sobre todo, era una Quinn, descendiente de una larga rama de increíbles Quinn, valientes e inteligentes. Keely sabía que, a lo largo de los años, seguiría volviendo a Irlanda de tanto en tanto para empaparse de la magia de una tierra que había aprendido a amar.
Sí, era una Quinn. Y allí, en ese lugar, en ese instante, se sentía la más increíble de toda la familia Quinn.
Kate Hoffmann