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Volver a ceder a sus fantasías, nada menos que a plena luz del día, haría que le costara mucho dejarlas atrás una vez terminado ese viaje. A Mallory la soñadora no le importaba.

Pero Mallory la realista sabía que no podía cruzar un límite sin una red de seguridad. Y esa red era la distancia y el control.

CAPITULO 06

Besarla en ese momento destruiría cualquier posibilidad de sorprenderla luego con la guardia baja. De modo que se contuvo.

– ¿Lista para volver? -preguntó.

Parpadeó, evidentemente sorprendida por ese cambio. No lo molestó desconcertarla para variar. Ella se lo había hecho muy a menudo.

Mallory movió la cabeza.

– Ve tú. Creo que yo me quedaré en la playa un rato más. Al menos hasta que el sol esté demasiado caliente.

Los dos habían retrocedido a rincones neutrales. Sin necesidad de explicárselo, Jack entendía muy bien qué pasaba por esa mente analítica. La dicotomía en su personalidad se manifestaba con claridad a la luz del día, con unas consecuencias que ella no estaba dispuesta a encarar.

Besarse bajo el sol de la mañana significaría reconocer que había cruzado la línea entre demostrarle una cosa concreta la noche anterior a aceptar que había algo entre los dos. Jack estaba de acuerdo.

Experimentó una profunda decepción, pero aceptó los parámetros. Era el único modo que tenía de ver otra vez a Mallory, la sexy seductora.

– Ten cuidado de no quemarte -aconsejó.

Un destello de consternación cruzó por las facciones de ella y le oscureció los ojos azules. «Bueno, algo es algo», pensó Jack al alejarse.

El deseo de regresar era fuerte, pero sabía reconocer que separarse en ese momento era lo mejor. Aunque su mente aceptaba la necesidad de irse, el cuerpo no era tan comprensivo y en él vibraba un deseo palpitante y no satisfecho.

La dejó de pie en la playa. La imagen del viento agitándole el cabello y de los grandes ojos azules mirándolo mientras se iba estaba grabada en su memoria. Temía que se abriera paso hasta su corazón si no tenía cuidado.

Pero cuando se trataba de mujeres siempre era cuidadoso, y Mallory no representaba ninguna excepción. No podía permitir que se convirtiera en algo más que una aventura.

Aceleró el paso y entró por la puerta de atrás del restaurante… el modo más rápido de salir de la playa y de la línea de visión de ella. Atravesó el comedor y luego pasó por delante de la recepción. Giró la esquina hacia los ascensores, pero de camino se detuvo en el gimnasio.

Lo habían impresionado las instalaciones cuando Lederman se las mostró antes de ir a la sauna. Todo estaba supervisado por varios instructores y médicos.

Se asomó por la ventana y vio la instalación casi vacía. No había mejor manera de aliviar la tensión que sudando un poco, y ningún modo mejor de obtener información que hablando con los empleados del hotel. Con un poco de suerte, ambas cosas lo distraerían de Mallory y harían que volviera a concentrarse en el trabajo.

Firmó en el registro y sacó una toalla del anaquel.

– ¿Puedo ayudarlo en algo? -una mujer de pelo oscuro y con músculos que estaría orgullosa de poseer se acercó a él.

Se pasó la toalla alrededor del cuello.

– Quería correr un poco en la cinta.

– Ningún problema. Permita que lo familiarice con el equipo y podrá empezar. Me llamo Eva -extendió la mano. -Soy la encargada.

– Jack Latham -se la estrechó.

Ella mostró reconocimiento.

– Encantada de conocerlo. Paul… quiero decir, el señor Lederman, mencionó que usted era uno de sus invitados especiales.

A Jack no se le pasó por alto la familiaridad del tono al hablar de Paul Lederman, pero lo dejó correr. Sonrió e hizo un gesto con la mano,

– No busco ningún trato especial.

– ¿Intenta que me cueste el trabajo? -preguntó con expresión risueña.

– No me imagino a Paul despidiéndola.

– Yo tampoco.

Lo miró con lo que Jack consideró una mirada segura. Era una joven atractiva con curvas en todas las partes adecuadas y, por su postura y confianza, era evidente que lo sabía.

El silencio se extendió durante un momento que Jack aprovechó para cuestionar qué relación tendría con su cliente; luego, se reprendió por buscar fuegos allí donde no los había.

– ¿Siempre hace lo que el jefe dice? -preguntó.

– El paga las facturas -apartó la vista.

Y Jack se preguntó si había dado en el blanco.

– Apuesto a que desearía que todos sus empleados fueran tan leales como usted.

– Es un hombre que inspira lealtad, pero al ser un invitado tan especial, estoy segura de que ya lo sabe. Y ahora empecemos a trabajar -le indicó la cinta.

Jack dudó de que Paul tuviera una aventura con una mujer que trabajaba en el mismo sitio en que vivía su mujer. Lederman era muy arrogante, pero no descuidado. No cuando su imperio estaba en juego. Sus desapariciones eran más reveladoras que el apasionamiento de una joven, y si había una amante que encontrar, no estaría en el centro.

Pero tenía el pálpito de que Paul no había hecho nada por desalentar el interés de esa empleada. El coqueteo de su marido, si es que era eso, no podía satisfacer a la señora Lederman. Y una insignificancia con empleadas femeninas podía ser la prueba de la disposición del hombre a asumir riesgos mayores.

Le sonrió a la bonita encargada.

– Tienen unas instalaciones impresionantes.

– Desde luego. Soy afortunada de trabajar en un sitio como este, pero como probablemente usted ya sepa, hay una historia detrás.

Jack no lo sabía, y desde luego quería averiguarlo.

– Por supuesto. Pero no sabía que Paul había empezado con una tabla.

– El también empieza con la cinta -asintió Eva.

– Apuesto a que no me vendría mal su tabla.

Lo inspeccionó con expresión aprobatoria.

– Oh, parece que no le ha ido mal solo.

Colgó la toalla sobre una silla y subió al aparato de ejercicio. Apretó los botones que marcaban una carrera suave.

Ella lo observó con las manos en las caderas.

– Parece que sabe cómo funcionan estos aparatos. A diferencia de Paul. Debería oír la primera sesión que le di.

Jack rio.

– No iré a ninguna parte, así que ya puede empezar.

Mallory dejó la playa atrás. La arena se aferraba a los talones de sus pies, que lavó bajo una mini-ducha antes de enfundarlos en sus zapatos clásicos y recoger de la barandilla su chaqueta de persona sensata. Suspiró y se preguntó cuándo se habían vuelto tan obvias y limitadoras las trampas del convencionalismo.

«Es este viaje», pensó. «Y Jack», Cerca de Jack quería ser una mujer sexy y deseable para poder percibir la excitación en sus ojos oscuros y saber que el calor que emanaba de ellos estaba destinado solo a ella.

Se pasó la chaqueta por el brazo, dio dos pasos y decidió que ya no podía soportar el dolor. Rindiéndose, se quitó los zapatos y rezó para poder atravesar el vestíbulo y llegar a los ascensores sin que nadie se fijara en ella.

Pero no llegó más allá de la recepción.

– Buenos días, señorita Sinclair.

Sobresaltada, Mallory se volvió y vio que la señora Lederman avanzaba hacia ella.

– Veo que ya ha disfrutado de la playa.

Mallory pasó una mano con gesto tímido por el pelo revuelto.

– ¿Qué me ha delatado, el pelo agitado por el viento o el olor a salitre?

– De hecho, es el rastro de arena que va dejando -la otra mujer rio.

Mallory giró la vista hacia el rastro de arena que había dejado con cada paso. Suspiró y sintió que se ruborizaba.

– Supongo que se podría decir que no iba vestida para un paseo por la playa.

– No hay problema. Los niños corren por aquí descalzos todo el día. Es un centro recreativo, no un palacio. Espero que sea de su agrado -dijo, y en ningún momento dejó de mirarla como si de verdad le interesara su comodidad y felicidad.