Выбрать главу

– Me paga para ser cínico. Lo que me recuerda… ¿somos o no sus abogados matrimonialistas? Porque a pesar de lo mucho que me gusta estar aquí, no puedo permitirme el lujo de quedarme ocioso mucho más tiempo.

– Relájese, Jack. Como usted ha dicho, le pago para que disfrute del ocio. Nos veremos luego.

Jack gimió. Lo que necesitaba era largarse de ese centro y regresar al mundo real. Pero con Lederman al mando, no iba a suceder. No obstante, había otros modos de aliviar su fiebre de la cabaña.

La pelota volvía a su lado de la pista. Mallory estaba preocupada y él conocía la solución. La llevaría al mundo real… donde él podría ver lo poco que tenían en común y donde recordaría lo mucho que odiaba la sensación de estar atado a cualquier mujer.

Incluida alguien tan especial como Mallory.

Mallory se hallaba en la tienda de regalos del hotel buscando gafas. Se había probado unas de Fendi de montura dorada, unas negras y gruesas de Gucci y unas de Prada sin montura. Todas se hallaban más allá de su presupuesto.

– ¿Ha tomado alguna decisión? -preguntó la vendedora.

Mallory movió la cabeza.

– Me encantarían estas -se puso las de Prada, tan distintas de las que usaba a diario, y se plantó ante el espejo. Se sintió más ligera y libre.

– El tono lavanda realza el color de su piel.

No sabía si era verdad o un truco de venta, pero no importaba.

– Por desgracia, están más allá de mi alcance -había gastado el dinero que le sobraba en la cabaña para Jack y ella. Los recuerdos que habían creado allí durarían mucho más que unas caras gafas de sol o la ilusión de feminidad y libertad que proporcionaban.

Lo único que necesitaba era mirarse en el espejo sin sus gafas para ver la verdad. Se las quitó y se las devolvió a la vendedora.

– Gracias de todos modos.

– Aquí tiene mi tarjeta por si cambia de parecer.

– Se lo agradezco -sonrió. Salió de la tienda dándose cuenta de que había caído en un círculo vicioso de «pobrecita» que resultaba patético e innecesario.

Había elegido su vida y no pensaba lamentarlo solo porque se había enamorado de Jack.

Fue hacia los sillones distribuidos en el centro del vestíbulo y se dejó caer en uno de ellos. Se había enamorado de Jack. La revelación no debería representar una sacudida. Era justo lo que había temido al embarcar en ese viaje, aunque no había manifestado ese temor en voz alta.

Lo superaría. Por una vez, el pasado iba a trabajar a su favor. Si había podido aprender a vivir sin el amor de sus padres, bien podría aprender a vivir sin el de Jack.

– ¿Señorita?

Al oír la voz de la vendedora, se volvió.

– ¿Me llama a mí? La mujer rubia asintió.

– Son para usted -le entregó un estuche con el logo plateado de Prada en la tapa. -No entiendo.

– Un hombre atractivo de pelo oscuro me pidió que le dijera que había una nota dentro. Es tan afortunada… Me parece un gesto tan romántico…

– Bueno… -atónita, aceptó el estuche. Cuando la vendedora se retiró, permaneció sentada para poder leer las palabras de Jack.

¿Para qué sirven unas gafas de sol sin un descapotable? Reúnete conmigo para el paseo de tu vida. En quince minutos ante la entrada. Si te atreves a salir a plena luz del día.

Se puso las gafas y la adrenalina comenzó a bombearle. No era alguien que se regodeara en la autocompasión. Era una superviviente que aprovechaba lo que le enviaba la vida.

Y sin importar el tiempo que les quedara, el destino le había enviado a Jack. Lo amaba y tal vez no pudiera tenerlo para siempre… pero sí en ese momento.

Logró cambiarse y bajar a tiempo. Salió fuera, vio el descapotable rojo brillando bajo el sol y se enamoró… en esa ocasión del coche estilizado y de la llamada de la libertad. Por no mencionar al hombre sentado al volante.

No podía verle los ojos detrás de las gafas oscuras, pero el simple hecho de mirarlo le dio más calor que el sol. Corrió hacia el vehículo y se sentó al lado de Jack. Sacó sus nuevas gafas del bolso y se las acomodó sobre el puente de la nariz.

– No te preguntaré cómo lo has sabido, pero gracias de todos modos.

– De nada. Complacerte es mi principal prioridad.

– Eso me gusta -se frotó las manos y se recordó que bromeaba. -¿Adónde vamos?

– Ya lo verás -sonrió.

– Estoy impaciente -se quitó las sandalias y acomodó los pies bajo las piernas.

Él la estudió.

– Se te ve sexy con esas gafas.

– Gracias -los dedos de él le rozaron el hombro desnudo y tembló.

– Ese top también te queda bien. ¿O debería decir que lo espectacular es el cuerpo que hay debajo?

– Puedes decir lo que quieras -rio-, mientras no dejes de hacerme cumplidos.

– No será difícil, cariño.

Sintió un nudo en la garganta. No podía permitir que esas palabras dulces se le subieran a la cabeza.

– ¿No crees que deberíamos ponernos en marcha antes de que alguien nos vea comportamos y mirarnos de manera tan poco profesional?

– Como siempre, tienes razón -Jack puso primera, pisó el acelerador y salieron a la carretera. -Y hablando de negocios, ¿cómo marchan las cosas con Rogers?

– Cree que está a punto de descubrir algo -se encogió de hombros. -Estará en contacto,

– Espero que pronto. La indecisión de Lederman me está volviendo loco. John Waldorf dice que en el bufete todo sigue igual y que llevan sus negocios más recientes… y no hay nada de Nantucket, aunque quizá sea demasiado nuevo. Ya veremos. Así que olvidémonos de ello, por el momento, ¿te parece?

– Sí -sonrió. Un día a solas con Jack. Le gustaba.

Ella apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y se entregó a la sensación del viento y de los dedos de Jack jugando sobre su pelo y su piel.

– Esto es el Cielo -comentó en voz alta.

– Espera que lleguemos adónde vamos.

Casi cuarenta minutos de felicidad y cómodo silencio más tarde, se metieron por un camino que corría paralelo a la playa, con enormes mansiones que daban al agua.

Con el sol alto en el cielo y ninguna nube a la vista, el agua parecía continuar hasta la eternidad.

– ¿Te has preguntado alguna vez lo que sería vivir en una de esas casas? -preguntó.

– Yo crecí en un apartamento de dos dormitorios en la ciudad. Estas casas jamás entraban en el reino de la posibilidad.

Apretó la mandíbula y ella pensó que había tocado un punto sensible. De inmediato cambió de tema.

– Bueno, yo crecí en los suburbios. Durante los veranos solíamos ir un par de semanas a Cabo Cod y a Rhode Island -se incorporó para mirar hacia el océano. -Mis padres me dejaban en la casa de mi tía mientras ellos se iban de compras o a hacer turismo. «Tú quédate en casa, Mallory Eres demasiado joven para apreciar las antigüedades» -imitó la voz de su madre.

– Suena encantadora.

– Después de dejarme, se iban a dar esos paseos románticos por la playa o el pueblo. Lo sé porque es de lo único que hablaba mi madre cuando llegaban horas más tarde… a veces días, si les daba el capricho.

– Odiabas que te dejaran al margen.

Ella cruzó los brazos ante los recuerdos que emergían con la misma fuerza que una corriente oceánica.

– Odiaba ser la rueda de repuesto, que no importara que me llevaran con ellos o me dejaran atrás.

– ¿Cómo lo superaste?

– Soñando que vivía en un castillo donde todo el mundo hacía lo que yo quería. En especial mis padres, que no soportaban verse separados de su única hija -emitió una risa cínica.

Jack odiaba que alguien pudiera hacer que se sintiera tan aislada y sola.

– ¿Y ahora? Le mencionaste un problema del corazón a Lederman. ¿Lo superaste bien?

– Resultó bastante fácil superar el incidente si tenemos en cuenta que no me llamaron hasta después de que le dieran el alta del hospital, y solo entonces por cortesía de devolver mi llamada. Como de costumbre, se olvidaron de mí.