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Empezó a sudar, dándose cuenta de lo bien que lo conocía aquella mujer. Grace había dicho que sus fotos eran un reflejo de sus sentimientos por lo que la rodeaba, y Ben tenía la prueba en sus manos. Lo que sentía por él se podía palpar en cada instantánea, y al verse a sí mismo a través de sus ojos, tomó conciencia de lo muy profundo que era ese sentimiento. Tan profundo como el suyo, que ya estaba enamorado…

Musitó una maldición. Jamás había pensado en la posibilidad de que Grace llegara a enamorarse de él. Había estado demasiado ocupado pensando en la imposibilidad de su relación y en las abismales diferencias que los separaban. Diferencias que aún persistían. Con el corazón acelerado, se dio cuenta de lo apurado de su situación. Amor, cariño… todo eso era lo que sentía por Grace, pero… ¿le perdonaría ella su engaño? La mujer que había intentado labrarse una vida propia al margen del apellido Montgomery, ¿comprendería que él le había estado ocultando una verdad tan trascendental como que, durante todo ese tiempo, había estado trabajando para Emma Montgomery?

Ben volvió a dejar las fotografías tal y como las había encontrado y se levantó. Después de lanzar una última mirada a la cama donde había pasado los mejores momentos de su vida, se dirigió hacia la puerta. No quería estar allí cuando volviera Grace, porque necesitaba tiempo para pensar. La verdad, el único medio que podía garantizar el futuro de su relación, también podía separarlos para siempre. Pero por mucha necesidad que tuviera de contárselo a Grace, su ética profesional y su respeto hacia Emma exigían que hablara primero con la anciana.

Si Emma se ponía furiosa, y tenía razones suficientes para hacerlo, podría reclamarle el dinero que ya se había gastado en el caso… y Ben necesitaba pensar en su madre antes de tomar cualquier decisión. Si la decisión sólo hubiera dependido de él, habría estado dispuesto a devolverle hasta el último céntimo, pero también era responsable de su madre.

Y sin embargo su madre, Ben estaba seguro de ello, lo comprendería. Bien podía aligerar esa carga de sus hombros. Al haber vivido ella misma la experiencia del amor, no podría negarle a su hijo lo mismo, incluso aunque ello significara retrasar su traslado a una residencia en mejores condiciones. Además, ya encontraría otra manera de financiar la atención que necesitaba, aceptando quizá más casos y trabajando más horas. La posibilidad de conservar a Grace a su lado hacía que mereciera la pena cualquier sacrificio.

Pero quedaba el mayor riesgo de todos, el único que le asustaba más que cualquier otra cosa, y ese riesgo era Grace. Cuando se destapara el engaño, muy bien podría expulsarlo para siempre de su vida.

Grace salió a toda velocidad del estudio. No sabía por qué, pero sentía la imperiosa necesidad de volver a casa… casi como temiendo que no estuviera Ben si no se daba la prisa suficiente. Así que corrió, prometiéndose que tan pronto como lo viera, tan pronto como lo tuviera delante, pronunciaría aquellas dos palabras que temían la mayoría de los hombres. La palabra con la que ella misma temía ahuyentarlo.

Sin embargo, no estaba dispuesta a dejarse llevar por el miedo. Antes de conocer a Ben, había querido salir de su caparazón, de la protección y de la falsa seguridad que le habían ofrecido el apellido y el dinero de los Montgomery. Se había despojado de todas aquellas trampas, pero hasta que se encontró con Ben no llegó a descubrir la esencia de la mujer que llevaba dentro. A Grace Montgomery no le impresionaban ni la posición social ni el dinero, así como tampoco se dejaba influir por las apariencias. Le interesaba más lo que había en el corazón de una persona que lo que llevaba en su cartera, y era la sinceridad lo que valoraba por encima de todo.

Si encontraba tan atractivo a Ben no era sólo por su inherente sensualidad, aunque tenía que admitir que era su apariencia lo que le había deslumbrado al principio. Ben Callahan representaba la antítesis de todo aquello con lo que había crecido… porque era un hombre abierto, honesto y verdadero. Incluso cuando le había confesado su aversión al compromiso, había confiado lo suficiente en ella como para decirle la verdad.

Y antes de nada, lo que Grace le debía era precisamente la verdad. Lo amaba y tenía toda la intención de revelarle sus verdaderos sentimientos. Incluso aunque eso le costara perderlo para siempre.

Entró en su apartamento, sorprendida al encontrar la puerta abierta.

– ¿Ben? -aunque le había dejado su llave para que recogiera el equipo de Marcus, no podía imaginárselo siendo tan poco cuidadoso como para dejar el apartamento abierto-. ¿Todavía sigues aquí?

– ¿Que si sigo todavía aquí? Acabo de llegar ahora mismo. Ha sido el viaje más largo del mundo. Por supuesto, si tu padre no me hubiera retirado el carné de conducir, a mis ochenta y cinco años, habría conducido yo. Imagínate lo aburrido que es estar tres horas sentada en una limusina mientras el chófer va a noventa todo el rato.

– ¿Abuela? -inquirió Grace, corriendo hacia el salón.

– ¿Qué otra persona tiene la llave de tu apartamento? -le preguntó Emma, de pie en el centro de la habitación, con los brazos bien abiertos.

– Primero Logan y Cat, ahora tú -la abrazó, emocionada-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– No pensaba dejar pasar otro cumpleaños tuyo sin visitarte -la miró de cerca, examinándola con atención-. Estás preciosa. Te haría falta engordar un poco, pero sigues siendo la Gracie de siempre.

Observó a su vez a su abuela, admirada.

Emma seguía conservando su majestuosa y hermosa apariencia de siempre, con su cabello blanco recogido y su elegante vestido de diseño, inmaculado a pesar del largo viaje a Nueva York.

– Tienes un aspecto maravilloso, abuela.

– Pues claro que sí -sonrió la anciana-. Y puedes dar gracias a Dios de que tú lleves mis genes. Pero estás eludiendo mi pregunta, jovencita. ¿Quién más tiene la llave de tu apartamento?

Grace tomó a su abuela de la mano y la llevó a sentarse al sofá.

– Tenemos que hablar de un montón de cosas -de repente aquellos meses de silencio le parecieron una carga, y ansió desahogarse con la única persona con la que podía hacerlo.

Emma no le echaría nada en cara, porque ella misma la había educado para ser independiente y tomar sus propias decisiones. Pero cuando conociera a Ben, a buen seguro que lo sometería a una especie de proceso inquisitorial. Grace esperaba o bien poder advertir antes a Ben, o bien poner a su abuela sobre antecedentes para reducir el impacto de su interrogatorio.

– Hay un hombre de por medio -empezó a decir Grace, decidida a no ocultarle nada-. Le amo.

Como si hubiera sido a propósito, en aquel momento se oyeron unos golpes en la puerta, seguidos del ruido de una llave en la cerradura. Era Ben. Aquél era el momento menos oportuno de todos. No había tenido tiempo de informar a Emma de lo más básico, ni de poner a Ben sobre aviso.

– Supongo que es él, ¿no? -inquirió Emma.

– Pues sí, y procura comportarte, por favor -Grace sabía que, cuando quería, Emma podía ser la interlocutora más desagradable del mundo.

– Yo siempre me comporto. ¿Se trata del vecino que conoció tu hermano?

– Sí -se apresuró a responder Grace. Sólo esperaba que su hermano hubiera sido discreto.

– ¿Grace? -la voz de Ben resonó en el apartamento, mientras se acercaban sus pasos-. Tenemos que hablar.

– Parece que todo el mundo aquí necesita hablar -comentó la anciana con una carcajada.