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– Sss -Grace apretó los dientes. Aunque no podía estar más contenta de ver a su abuela, estaba empezando a lamentar aquella sorpresiva visita.

– Espero que ésta sea una buena ocasión para… -Ben se interrumpió nada más entrar en el salón y verla en compañía de su huésped.

– Hola, Ben -lo saludó Grace.

Se había quedado helado. No era de extrañar.

– Quiero presentarte a mi abuela -se levantó del sofá, y ayudó a Emma a hacer lo mismo-. Te he hablado tanto de ella que supongo que ya es como si la conocieras…

A Ben se le había quedado congelada la sonrisa, y Grace supuso que no debía de estar muy contento por aquella repentina reunión familiar. Aun así, la entusiasmaba la perspectiva de presentar a las dos personas que más quería en el mundo.

– Ben, ésta es mi abuela, Emma Montgomery. Abuela, éste es mi… nuevo vecino, Ben Callahan.

Dado que la posesión de la llave por parte de Ben ya evidenciaba el tipo de relación que mantenían, Grace optó por presentarlo como vecino suyo para ahorrarle cualquier mal trago. Emma podría sacar las conclusiones que quisiera.

– Es un placer -Emma saludó a Ben con expresión radiante.

Grace pensó que, evidentemente, el hecho de haber visto a un hombre en su apartamento debía de haber complacido mucho a su abuela. Después de tanto tiempo sin recibir noticias suyas, la anciana debía de estar frotándose las manos ante el interrogatorio que se avecinaba. Le tendió la mano y él se la estrechó suavemente, con formal cortesía.

– El placer es mío.

– Yo esperaba un saludo más cordial por parte del hombre al que ha escogido mi nieta.

Grace fue incapaz de reprimir una carcajada. Ben, ruborizado, le estrechó la mano con algo más de calidez.

– Así está mejor. Ahora sentémonos para que pueda escuchar todos los detalles. A mi edad, no corro el riesgo de que se me alboroten demasiado las hormonas -se dirigió a Grace.

– Por favor, compórtate un poco, abuela…

– De acuerdo. Bueno, sentaos de una vez. ¿Me permitiréis o no que disfrute de un joven amor como el vuestro?

– Señora Montgomery…

– Llámame Emma -lo interrumpió la anciana-. De verdad que me alegro muchísimo de verte aquí. Si le caes bien a mi nieta, con eso es suficiente para mí. Gracie, abre una botella de vino.

Grace empezó a sospechar. Había contado con la aprobación de Emma, aunque sólo fuera por respeto al buen juicio de su nieta. Pero también había esperado que lo acribillara a preguntas antes de darle su pleno visto bueno.

Y la molestaba que su abuela se mostrara tan complaciente. No porque quisiera ver a Ben sometido a un proceso inquisitorial, sino porque no conseguía comprender por qué Emma no se mostraba más insistente e inquisitiva.

– ¿Por qué no charláis un rato los dos y os conocéis un poco mientras yo intento encontrar una botella de vino decente? -se le ocurrió que, quizá si los dejaba solos, Emma podría hablar con más libertad. Y quizá entonces desaparecería la molesta sensación que ella misma estaba sintiendo en el estómago.

– Buena idea -asintió la anciana-. Toma asiento, Ben.

Grace suspiró de alivio: todavía había esperanza para ella. Ben se sentó lentamente a su lado, como si estuviera a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento en vez de a una abuela de ochenta y cinco años.

– No te dejes intimidar por ella, Ben -le aconsejó antes de desaparecer en la cocina.

Grace se dedicó a buscar una botella de vino en los armarios, sin éxito, y al cabo de un rato se levantó para echar un vistazo al salón por la puerta entreabierta. Emma y Ben ya se habían abismado en una conversación. Parecían dos conspiradores.

Sin saber por qué retornó la molestia que antes había sentido, a modo de mal presagio. Cuando volvió a reunirse con ellos, se hizo de repente el silencio. Un silencio tan extraño a un carácter como el de Emma que Grace sintió un estremecimiento.

– No hay vino.

Emma se encogió de hombros.

– Supongo que las dos tendréis que hablar de un montón de cosas, así que…

Pero Grace lo detuvo poniéndole una mano en el hombro.

– Por favor, no te vayas.

Ben se vio nuevamente obligado a sentarse con Emma.

– Tu abuela me ha dicho que en alguna ocasión le gustaría ver mi Mustang.

– ¿Ah, sí?

– Sí. Adoro los coches antiguos.

Grace entrecerró los ojos, sospechando de inmediato.

– ¿Desde cuándo? A ti te gustan los nuevos, último modelo. Cuanto más rápido, mejor. ¿No es eso lo que dijiste cundo el juez se negó a jubilar su viejo Lincoln? Le dijiste que podía enterrarse en él -musitó.

– Bueno, sí, pero tu padre es un papanatas. El coche de Ben sí que debe de tener carácter, y…

– Si apenas conoces a Ben, ¿cómo puedes decir una cosa así? -con las manos en las caderas, se encaró con su abuela-. Desde que entró por esa puerta, todavía no le has hecho ni una sola pregunta indiscreta. Eso no encaja para nada contigo, porque lo haces incluso con la gente a la que conoces bien. Tú no conoces a Ben, así que debería ser pasto de tus preguntas y… -de repente se interrumpió.

Se quedó helada. Recordó de pronto las técnicas casamenteras que su abuela había utilizado con Cat y Logan. Imposible. Su abuela y Ben no podían conocerse de antes.

En ese instante Emma le dio una palmadita a Ben en la mano.

– Es pura intuición, querida. Ben me parece un gran chico y confío en tu buen juicio. Ya lo sabes.

Grace recordó entonces otra cosa. Las palabras que le dirigió Emma durante el banquete de la boda de Logan: «Grace, tú eres mi proyecto final. Me niego a dejar este mundo sin verte felizmente casada. Creo que se impone un viaje a Nueva York». Sacudió la cabeza. «Imposible», se repitió. Pero entonces, ¿a qué se debía la expresión culpable de aquellos dos?

– ¿Qué me estáis escondiendo?

– No estamos escondiéndote nada. Sólo estoy complacida de que todo haya salido de la manera que yo esperaba… -respondió Emma.

– ¿Y cómo es eso? -le preguntó Grace, todavía recelosa.

– Ya me conoces. Sólo quiero verte feliz -Emma se removió en su asiento, incómoda.

– ¿Y qué hiciste tú para que eso sucediera? -Grace miró a una y a otro-. ¿Qué diablos habéis podido hacer los dos? Porque es evidente que estáis escondiendo algo.

– Absurdo -pronunció la anciana, pero sin atreverse a mirarla.

– ¿Ben? ¿Qué es eso que mi abuela no quiere decirme?

– Grace, ¿no podríamos hablar de esto más tarde… a solas?

– Hasta ahora lo que sentía era solamente una intuición, sin ninguna evidencia concreta. Pero dado que tú acabas de admitir que sí hay algo entre vosotros dos, necesito saberlo de una vez. Ahora mismo.

– Preferiría no hacer esto ahora -la reluctancia de Ben no podía resultar más evidente.

Emma le puso entonces una mano en el brazo, un gesto que no le pasó desapercibido a Grace.

– Me temo que nos tiene acorralados -pronunció la anciana, nada encantada con la perspectiva.

La molestia que antes había sentido Grace en el estómago se convirtió en un doloroso nudo.

– ¿Acorralados? ¿A qué diablos te refieres?

– A esta maldita farsa -dijo Ben, y se levantó para acercarse a ella e intentar tocarle una mejilla.

Pero Grace retrocedió; necesitaba espacio para pensar.

– Así que os conocéis.

– Acabamos de conocernos -terció Emma.

– No intentes distraernos, abuela. ¿Cómo os conocisteis? ¿Dónde?

Ben y Emma se miraron como cediéndose mutuamente la palabra, mientras Emma los miraba expectante, con el corazón acelerado. Finalmente fue él quien habló primero.

– Nos conocimos en la finca de los Montgomery hace unas semanas, cuando Emma me contrató -dejó escapar un gemido y se pasó una mano por el pelo, ya despeinado.

– ¿Que te contrató? -ésa era una posibilidad que nunca había contemplado.