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– Muy sencillo. Porque tú la haces feliz.

Ben se dijo que quizá había conseguido hacer eso una vez. Pero ya no. Aun así, le resultaba imposible enfadarse o disgustarse con Emma Montgomery por muchos trastornos que le hubiera causado. En lo más profundo de su ser abrigaba un corazón de oro.

Como Grace. Y Ben había roto ese corazón. Sólo esperaba que pudiera deshacer parte del daño que le había infligido. Si no, dispondría del resto de su vida para lamentar las consecuencias.

Ben se le acercó por detrás. La había localizado en el parque, dando patadas a la arena en la zona de juegos para niños. A primera vista podía parecer una cría que acabara de perder a su mejor amiga, pero no. Era una mujer que acababa de perder a su amante y su fe en el hombre en el que había confiado. Aquella angustia no podía ser aplacada con un caramelo o un beso en la mejilla. De todas formas, tenía que intentarlo.

– Hola.

Grace no levantó la mirada del suelo.

– Supongo que ése es uno de los inconvenientes de ser investigador privado. La capacidad para encontrar a gente que no quiere que la encuentren.

– Si no quisieras que te encontraran, no habrías venido aquí -Ben suspiró profundamente-. Y no te he localizado por ninguna habilidad profesional. Te he encontrado porque te conozco.

– Es una pena que no pueda yo decir lo mismo -Grace soltó una carcajada cargada de amargura, tan distinta de la risa alegre que Ben siempre había asociado a su persona.

– Cuando acepté el caso, no te conocía. Trabajar para Emma sólo era una misión más.

– Muy bien pagada, sin duda.

A Ben le habría encantado negarlo, pero no podía.

– ¿Supondría alguna diferencia si te dijera que necesitaba el dinero para proporcionar una mejor atención a mi madre?

– No estoy furiosa porque aceptaras un trabajo -pronunció Grace dando otra patada a la arena-. Tenías perfecto derecho a hacerlo. Lo que no puedo entender es cómo pudiste… acostarte conmigo sabiendo que habías cobrado dinero por acercarte a mí. No entiendo cómo… cómo hicimos las cosas que hicimos juntos y ni una sola vez intentaste contarme la verdad.

Al verla enjugarse una lágrima que le corría por la cara, a Ben se le encogió el estómago de arrepentimiento y vergüenza. Y comprendió que con unas simples palabras no podría aliviar el daño que le había causado.

– Y, sobre todo -añadió ella, mirándolo con unos ojos desprovistos de la luz y de la vida que tanto había adorado ver-, lo que no entiendo es cómo me dejaste creer durante todo el tiempo que lo que compartíamos era lo único de mi vida… que no tenía que ver ni con el dinero ni con el nombre de mi familia -se le quebró la voz, pero no dejó por ello de hablar y Ben tampoco intentó detenerla-. Tú sabías lo mucho que valoraba yo mi independencia. Sabías, aunque no te lo hubiera dicho yo en voz alta, que toda mi percepción de mí misma estaba conformada por lo que la familia Montgomery podía comprar presuntamente en mi beneficio. Pero tú… jamás pensé que también a ti te podían comprar. Y eso fue exactamente lo que sucedió. Emma te compró.

– Grace…

– Compró tus servicios como investigador privado como un medio para que te enredaras conmigo. Esperaba que tú te enamoraras de mí. Porque no creía en mi propio valor como persona.

Ben sintió verdaderas náuseas al escuchar su versión de lo sucedido. Ni una sola vez se le había pasado por la cabeza que le hubieran comprado para que se enamorara de Grace.

– ¿Me toca hablar a mí ya?

– Sí. Pero como te dije antes, ya es demasiado tarde.

– Quizá, pero no cejaré hasta que me hayas escuchado.

– Adelante -musitó ella-. Este es un país libre y la libertad de expresión está garantizada. Nadie te puede impedir que hables.

– Vaya, gracias -repuso, irónico-. Pero esto es demasiado serio como para que te lo tomes a broma.

Grace ladeó la cabeza y lo miró con sus enormes ojos castaños.

– ¿Más serio que un derecho constitucional tan importante?

– Mira -le tomó una mano-, no sé si lo conseguiré o no, pero voy a intentar explicarte todo esto bien. Con toda mi alma.

El sol se estaba poniendo a su espalda y acababa de levantarse una brisa fresca. Aquélla era su última oportunidad. Su última posibilidad de ganar, o de perder, a la mujer que amaba. Teniendo en cuenta que parecía haberse puesto en contra suya, dudaba que cualquier cosa que le dijera significara alguna diferencia. Pero no podría vivir tranquilo el resto de su vida si no lo intentaba.

– Nunca fue simplemente un trabajo. Desde el momento en que vi tu foto…

– ¿Viste mi foto? -Grace sacudió la cabeza-. No importa. Emma le ha estado enseñando mi foto a más hombres de los que puedo recordar. Continúa.

– Desde el momento en que vi tu foto, quedé seducido. Me dije que debía retirarme, no aceptar el caso, pero no pude.

– El dinero.

– Mi madre, el dinero y tú. Los tres factores mezclados. Ahora mismo mi madre necesita más cuidados de los que yo puedo pagarle. Necesitaré aceptar un buen número de casos en poco tiempo, casos que normalmente no aceptaría, para poder financiarle una residencia con atención personalizada.

Inesperadamente, Grace le puso una mano en el brazo, haciéndolo estremecerse.

– La quieres. Eso puedo comprenderlo.

– No estoy seguro de que puedas. Creciste en una mansión. Yo crecí en el otro polo del espectro social. Sólo ahora puedo entender que, a pesar de la miseria, tuve suerte. Porque yo tuve amor y tú no -le cubrió la mano con la suya-. Tú tuviste que complacer en todo a tu padre, y aun así no conseguiste su amor. Un amor que te merecías, y que habría debido ser incondicional. Pero tenías dinero. Y criados -Ben suspiró profundamente-. Y mi madre fue uno de ellos. ¿Puedes imaginar lo que es eso? Una mujer que había pasado toda su vida trabajando en casa, de repente se encuentra sin dinero.

Así que tiene que hacer lo único que sabe: hacer de ama de casa para los otros. Y esos otros no eran tan generosos como suponía.

Grace sintió un escalofrío al recordar la actitud de su padre para con sus criados, recriminándoles siempre hasta el detalle más nimio.

– Y yo siempre supe lo mal que la trataban -continuó Ben-, y que ella lo soportaba todo para mantenerme. Pero hasta años después no pude hacer absolutamente nada por evitarlo.

Grace vislumbró el dolor que se dibujaba en sus rasgos y sintió una punzada de compasión tanto por él como por su madre, a pesar de que no la conocía. Comprendía su frustración cuando sólo había podido asistir al sufrimiento de su madre, sin poder hacer nada, impotente. Comprendía, también, que todo lo que ahora hacía era para compensar y remediar las cosas que no había sido capaz de cambiar en aquel entonces.

Pero aquello pertenecía al pasado, mientras que Grace era el presente. Y ella había sido la única que había pagado el desagravio de Ben.

– Puedo entender por qué aceptaste el caso. Lo que no consigo entender es por qué, en el preciso instante en que nuestra relación se tornó tan íntima, no me lo contaste todo.

– Ahí fue cuando se enredaron las cosas -se pasó una mano por el pelo-. Le había prometido a Emma absoluta discreción. Al haber aceptado el caso, mi ética profesional era lo primero. Sé que suena estúpido, pero es la verdad -al ver que seguía escuchándolo sin interrumpirlo, prosiguió-: También estaba lo del ataque y las amenazas. Si te hubiera contado que estaba trabajando para Emma, me habrías expulsado de tu vida. No me habrías permitido acercarme a ti lo suficiente para asegurarme de que estabas a salvo. Y no podía asumir un riesgo que afectaba a tu vida.

– Porque Emma te estaba pagando para mantenerme a salvo.

– ¡No! Porque me preocupabas demasiado para dejarte vagar por las calles sola y sin protección -replicó, suplicándole con los ojos que lo creyera.

Grace lo miró fijamente, ansiando que la estrechara entre sus brazos y no la soltara nunca más. Pero por mucho que quisiera creerlo, no podía pasar por alto el hecho de que a Ben le habían pagado por el interés que había demostrado por su vida. En último término, había sido contratado por un miembro de su familia, al que por otra parte quería más que a nadie, para que durmiera con ella. Y eso dolía.