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– A ver si lo entiendo. No me lo dijiste porque le debías lealtad a Emma. Y porque querías protegerme de cualquier amenaza en la calle.

– Así es.

Grace dio otra patada a la arena, sin importarle lanzarla contra los pies de Ben.

– Pues no, no es así. Porque tú recibías dinero de mi abuela y tenías una responsabilidad hacia ella. Aceptaste el dinero para tu madre, con la que te sentías responsable. Tú, tu madre y mi abuela. Todos estabais en ese escenario… todos menos yo.

Odiaba el tono de autocompasión de su propia voz, cuando no era eso lo que estaba sintiendo. Lo que sentía más bien era furia y traición, dolor y angustia por un amor perdido. Un amor que, evidentemente, nunca había existido. Al menos por parte de Ben.

– No, no, no -pronunció él, hundiendo las manos en los bolsillos-. En resumidas cuentas, si quieres, tomé una decisión errónea por una cuestión ética, Gracie.

– Respeto tu ética. Lo que no respeto son las mentiras.

– Y yo no respeto el hecho de que no pudiera mantener mis malditas manos alejadas de ti -la agarró de los hombros, atrayéndola hacia sí-. Y sigo sin poder hacerlo.

– No sé muy bien si tomármelo como un cumplido o no.

– Confía en mí -gimió, frustrado-. Y si no crees en nada más, cree al menos en esto: todo este enredo no tenía nada que ver contigo, sino conmigo. Debí haberme retirado. Debí haber limitado nuestra relación a términos puramente platónicos. No debía haberme liado con la nieta de una cliente, el objeto de mi investigación…

– Bueno, pues lo hiciste -la furia que había estado conteniendo afloró de pronto, y lo apartó de sí-. Lo hiciste condenadamente bien. No sólo no me pusiste las manos encima, sino que te metiste dentro de mí, maldita sea. Yo era una mujer a la que no podías resistirte, pero no a la que respetaras lo suficiente como para revelarle la verdad.

Ben suspiró y retrocedió un paso, reconociendo finalmente la barrera que ella había levantado entre los dos.

– Comprendo que te sientas dolida, Grace, pero el dolor no cambia lo que sentías por mí antes de que descubrieras la verdad.

– ¿Y qué era lo que sentía yo por ti? -lo desafió, alzando la barbilla.

– Me amas.

Como si acabara de recibir un golpe en el estómago, casi se dobló sobre sí misma.

– Ésa es una suposición muy prepotente.

– Es un hecho. Vi las fotos que me sacaste. Nadie te había llegado tan cerca, tan profundo. Por eso te sientes tan dolida y traicionada. Es lógico. Pero cuando el dolor desaparezca, ¿qué pasará con el amor?

Grace abrió la boca, pero la cerró otra vez. Una cansada y triste sonrisa asomó a los labios de Ben.

– ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado sin habla?

– Al contrario que tú, yo soy incapaz de mentir.

– Me alegro. Porque ésa es una de las cosas que más adoro de ti -alzó una mano a modo de saludo, antes de dar media vuelta.

La dejó sola, tal y como había estado antes de que entrara en su vida. Y tal como estaría durante el resto de su vida.

Ben terminó de cargar su equipaje en el maletero de su Mustang. Debería sentirse contento por volver a su piso del Village. Nunca se había sentido cómodo en aquel apartamento de Murray Hill, propiedad del hermano de la casera. Demasiado lujoso para su gusto. Pero el hecho de tener a Grace al otro lado del pasillo había compensado esas molestias.

De hecho, el tenerla en su vida, aunque sólo hubiera sido por tan poco tiempo, había sido como un don del cielo para un hombre que no tenía derecho a recibir ninguno. Si se hubiera decidido a revelarle la verdad antes, quizá a esas alturas estaría mudándose a su apartamento, en vez de verse obligado a marcharse. Por lo demás, si le hubiera confesado su amor durante la noche anterior, como había sido su intención, posiblemente habría tenido que mascar un puñado de arena para cenar.

Ben tenía que aceptar que un futuro con Grace era algo imposible. Desde el mismo día en que aceptó dinero de Emma a cambio de vigilar a su nieta, había renunciado a la posibilidad de mantener cualquier relación duradera con ella. Haber aclarado antes las cosas con Grace no habría evitado que se sintiera traicionada. Según su punto de vista, la había manipulado y todavía le habían pagado por hacerlo.

Era por eso por lo que no se había molestado en decirle que no tenía ninguna intención de conservar el dinero que le había adelantado su abuela, ni de aceptar cualquier pago posterior. Y era también por eso por lo que no le había confesado que la amaba. Porque sabía que no habría significado ninguna diferencia.

Musitó una maldición y cerró el maletero de un golpe. Cuando se volvió, tuvo la incómoda sensación de que alguien le estaba observando.

Recordando la última vez que había experimentado una sensación parecida, y las fotos resultantes que había descubierto en el apartamento de Grace, no pudo menos que reírse en voz alta.

Grace no podía soportar verlo. En aquel instante, no existía ni la más remota posibilidad de que se hubiera asomado a la ventana para contemplarlo. A no ser que le estuviera diciendo adiós. Un adiós definitivo.

Grace bajó la cámara y la dejó sobre la cómoda. Tomar fotos de Ben mientras cargaba su equipaje en el coche y se disponía a marcharse para siempre era una verdadera tortura. Ni siquiera ella misma sabía por qué había esperado encontrar algo de sosiego al hacerlo. Porque, en lugar de ello, en aquel instante estaba llorando a lágrima viva y llamándose cobarde por haberse negado a enfrentarse con Ben una vez más.

«Lo único que tienes que hacer es bajar las escaleras y detenerle», se dijo de nuevo. Cruzó los brazos sobre el pecho y se volvió para mirar a su abuela. Debido a su avanzada edad y a que se había deshecho en disculpas con ella, Grace la había perdonado la noche anterior. Si la hubiera mantenido al tanto de sus actividades para no causarle tanta preocupación, Emma jamás habría contratado a un investigador privado. Tenía que reconocer que había llevado demasiado lejos su apuesta por su propia independencia. En cierta forma, había sido ella quien había desencadenado los acontecimientos.

Miró por la ventana una vez más. Ben estaba hablando con el portero. Con la cadera apoyada en el Mustang, vestido con su vieja camiseta sin mangas, parecía el «chico malo» del que se había enamorado.

– No es el engaño del que él te hizo víctima lo que te impide bajar ahora mismo a buscarlo, ¿verdad? -le preguntó Emma-. Logan y tú sois iguales. Nunca llegué a daros unos azotes, a pesar de que bien os los merecisteis -un malicioso brillo fulguró en sus ojos-. Pero ése quizá fuera un buen castigo para tu Ben…

Grace no pudo evitar reírse, a pesar del dolor que sentía.

– En efecto, abuela. No es esa mentira lo que me retiene.

Lo había superado la noche anterior. Yaciendo despierta en la oscuridad, recordando el tiempo que Ben y ella habían pasado juntos, rememorando sus caricias. Grace sabía en lo más profundo de su corazón que seguía siendo el hombre decente y honesto que ella había creído que era. Un hombre con demasiadas responsabilidades y con demasiada gente a la que dar cuenta de sus actos.

Emma lo había colocado en una posición insostenible: ya se lo había hecho antes a Logan y a Catherine. Pero Emma no se había dado cuenta de que Ben tenía una madre enferma que anteponer a sus propios sentimientos. A la luz del día, Grace podía incluso respetar su decisión de guardar silencio con tal de asegurar la salud y el bienestar de su madre.

También recordaba la intimidad que habían compartido, y mientras ella le había entregado su cuerpo, también le había dado su corazón. El problema era que Ben no había sentido lo mismo.