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– Él no me quiere, abuela. Sólo se divirtió conmigo. Me aprecia, pero no me ama.

– ¿Y cómo sabes eso? ¿Cómo puedes estar tan segura?

Grace se tragó el nudo de emoción que sentía en la garganta.

– Porque sabe que lo amo, y él no me ha dicho lo mismo.

Pero se dio cuenta de que, realmente, ella tampoco se lo había dicho. El corazón empezó a latirle acelerado en el pecho. Emma arqueó una ceja, un gesto con el que Grace se había familiarizado con los años. Un gesto que significaba que su abuela tenía todas las respuestas, mientras que Grace o Logan o quien fuera no tenían ninguna.

– ¿Desde cuándo los hombres expresan sus sentimientos con palabras? -inquirió Emma.

– Es verdad -Grace miró otra vez por la ventana. Ben todavía seguía conversando con el portero. No lo había perdido… todavía. E incluso sin escuchar lo que Emma tenía que decirle, ya había puesto un pie fuera de la puerta… porque ella tampoco había puesto sus sentimientos en palabras, y ahora sabía por qué.

Era una cobarde. Podía dejar que Ben se marchara y culparlo por sus mentiras, o aceptar su explicación y actuar. Se prometió que, antes de que los chanchullos de su abuela le estallaran en la cara, le diría a Ben que lo amaba. Si aun así optaba por marcharse, ella se retiraría sin pronunciar una palabra más.

– No todo el mundo se muestra tan abierto en expresar sus sentimientos como yo -pronunció Emma.

– Es un buen eufemismo -rió Grace.

– Y no todo el mundo es tan frío e insensible como tu padre. Puede que nunca te haya dicho que te quiere, pero lo hace a su manera arrogante y prepotente de siempre. No lo disculpo por comportarse como un asno, pero es cierto que te quiere. Y si tú te enfrentaras a él, es posible que acabara reconociéndolo. O quizá no, y tú te quedarías frustrada y vulnerable. Tal y como te has sentido durante la mayor parte de tu vida.

Grace parpadeó para contener las lágrimas. Su abuela acababa de describir su mayor miedo: que Ben la rechazara de la misma manera que la habían rechazado sus padres. Por eso, en vez de ignorar la mentira, había dejado que se interpusiera entre ellos. Porque resultaba más fácil culpar a Ben que exponerse a un rechazo por su parte.

Pero gracias a Ben había descubierto a la mujer llamada Grace Montgomery. Había aprendido que tenía una innata sensualidad, una profunda capacidad para amar y un inmenso sentido de la honestidad. ¿Cómo podía exigirle la verdad a Ben cuando no estaba dispuesta a exigírsela a sí misma?

– El sexo opuesto se caracteriza precisamente por reprimir sus sentimientos. Nunca los expresan por miedo a resultar heridos. Somos nosotras, las mujeres, quienes tenemos que dar el primer paso. ¿Dónde estaríamos ahora si Eva no hubiera mordido la manzana? Ciertamente no nos divertiríamos tanto, ¿verdad? -Emma le hizo un guiño a Grace-. Bueno, ¿a qué estás esperando?

Grace abrazó emocionada a su abuela.

– Tengo que irme.

– Ya es hora.

Mientras Grace corría hacia la puerta, la voz de su abuela resonó a su espalda.

– ¿Te dije ya que se niega a aceptar mi dinero?

Grace se echó a reír, sintiéndose más esperanzada que unos segundos antes, y salió al pasillo.

Ben lanzó una última mirada al edificio de apartamentos y se volvió para subir al coche. No tenía sentido perderse en lamentaciones. El final había llegado.

– ¿Te vas a alguna parte?

Al oír el dulce sonido de la voz de Grace, se volvió rápidamente. Vio que llevaba unos vaqueros cortos y una camiseta. Pero se había anudado los faldones de la camiseta entre sus senos, como había hecho el otro día, descubriendo su vientre plano y acentuando sus curvas. La boca se le quedó seca al mirarla.

– Te he preguntado si te vas a alguna parte -insistió, cruzando los brazos sobre el pecho.

No estaba seguro de si pretendía ser provocativa, pero el efecto era el mismo.

– Me iba a casa.

– Ah. Nunca me dijiste dónde estaba tu casa.

– En The Village -no tenía ningún deseo de charlar de cosas insustanciales con ella como si fueran dos desconocidos. El hecho de estar frente a Grace y no ser capaz de tocarla le recordaba sus numerosos errores, y lo que podría haber sido su relación si no los hubiera cometido. Así que se volvió hacia el coche, alejándose de ella y de los recuerdos que le evocaba… hasta que Grace lo agarró de la muñeca.

– ¿Huyendo otra vez?

Ben reconoció el desafío de su voz. Si Grace quería retrasar su marcha, algo tendría que decirle. Y él pretendía quedarse y escuchar hasta la última palabra. El habitual flujo de gente seguía entrando y saliendo del edificio.

– ¿Y si hablamos de esto en un lugar más… discreto? -bromeó, repitiendo la misma pregunta que le había hecho el día en que Grace le estuvo ayudando a lavar el coche.

– Claro -respondió con una sonrisa, y se volvió ágilmente para subir al coche, agitando su graciosa cola de caballo. Fue un movimiento tan seductor que lo encendió todavía más. Aquélla era la Grace que le gustaba ver: feliz, alegre, radiante.

Grace abrió la puerta del coche, abatió el asiento del conductor y se instaló atrás. Ben se encontró con su mirada y sonrió antes de sentarse al volante y arrancar. Como era de esperar, salió del aparcamiento para rodear el edificio y detenerse en el callejón trasero, donde habían aparcado la otra vez. Más rápido de lo que hubiera creído posible, apagó el motor y se sentó atrás, a su lado.

– Vaya, quizá estuviera equivocada -dijo ella-. Tal vez no estabas huyendo de nuevo, después de todo -en sus ojos había un brillo mezclado de esperanza e incertidumbre.

Ben le deslizó un dedo bajo la barbilla para obligarla suavemente a que lo mirara.

– No más juegos, Gracie. Estoy aquí y no me voy a ir a ninguna parte. No hasta que me hayas dicho lo que tienes que decirme, y quizá ni siquiera lo haga después.

– Entiendo -asintió. La voz le temblaba ligeramente.

Ansiando borrar esa expresión de vulnerabilidad de su rostro, se acercó todavía más a ella.

– Ya me tienes solo para ti, princesa. Y ahora, ¿qué es lo que vas a hacer conmigo? -el pulso se le aceleró tanto que por un instante creyó que Grace también podría oírlo.

– ¿Hablabas en serio cuando me dijiste que tú no te comprometías con nadie?

Su pregunta la tomó por sorpresa.

– Hablaba en serio en aquel entonces. Pero no sabía que yo…

– ¿No sabías que tú qué? Te amo, Ben, y ése es un sentimiento demasiado intenso como para que lo sienta uno solo -le confesó, y se quedó sentada muy quieta, absolutamente inmóvil, con los ojos muy abiertos.

Hasta ese momento no fue consciente Ben de la desesperación con que había ansiado escuchar aquellas palabras. Ahora que lo había hecho, era como si el mundo hubiera recobrado su sentido.

– No sabía que yo también me había enamorado de ti -sacudió la cabeza-. Sí, me enamoré. En lo más profundo de mi ser lo supe nada más verte en aquella foto. Pero no podía permitirme sentir esas cosas, al igual que no podía permitirme revelarte la verdad. Pero debí haberlo hecho. Porque desde el principio tú fuiste mucho más importante para mí que este maldito caso, que Emma, incluso más que mi madre. Y eso ya es decir mucho.

Le acarició los labios con los suyos. Fue el tacto levísimo de una pluma, un pequeño beso de consuelo que bastaba sin embargo para excitarlos, para hacerlos desear mucho más.

– Hablando de tu madre, tienes que aceptar el dinero de Emma. Y no me discutas esto si no quieres que te vuelva a hacer pasar un mal trago. Y otra cosa: ¿cuándo voy a conocerla?

Grace contuvo el aliento y esperó. No cabía ya ocultar nada. Había vencido su propio miedo pero todavía no sabía si podría retirarse con el corazón intacto. Lo esperaba, pero necesitaba una prueba.

La tuvo cuando Ben la levantó en vilo y la sentó en su regazo, tal y como había hecho aquel día. Grace se acomodó debidamente sobre sus muslos y en seguida sintió la fuerza de su erección presionando entre sus piernas, excitándola.