Anni los dejó hacer. Kent se había alejado del campamento. Se apoyaba en un árbol y tenía la vista clavada en el sol poniente. No sabía qué pasaba por su cabeza en aquellos momentos, pero tampoco le importaba demasiado.
Se acercó a los hombres de Nadie, que habían terminado de montar el campamento. Dudó unos instantes.
– Mañana seguiremos solos.
Se intercambiaron una mirada y el más bajo de los dos habló por primera vez desde que habían iniciado el viaje:
– Eso no es lo acordado.
– Cambio el acuerdo.
Un nuevo intercambio de miradas, tras el cual se encogieron de hombros, como si se rindieran ante lo inevitable.
– Tendremos que notificarlo.
– Claro.
Dio media vuelta y echó a andar en dirección a Kent. Se volvió de pronto, como si se lo hubiera pensado mejor.
– ¿Estará todo dispuesto?
– Sí -dijo el mismo que había hablado antes.
– ¿Tal y como hablamos? ¿Podré usarlo sin problemas?
– Sí.
– Estupendo.
Algo apareció en la mano de Anni. Lanzó un destello metálico a la luz de la hoguera pero, antes de que los hombres de Nadie pudieran reconocer lo que era, el objeto trazó un arco mortal hacia su cuello y abrió sus arterias carótidas con tanta suavidad como eficacia.
Kent estaba allí de repente, una tromba en forma humana, y sujetaba el brazo de Anni, pero ya era demasiado tarde. Ella sonreía.
– Ya no eran útiles -dijo.
Kent la miró a los ojos, y en ellos no vio nada reconocible.
– Quizá usted ya no lo sea tampoco.
– Aún me necesitas.
– ¿Para qué? Es evidente hacia dónde vamos. Puedo hacer el resto del viaje por mí mismo.
– Es cierto. Pero una vez que estés allí, ¿sabrás dónde buscar? Y, sobre todo, ¿sabrás qué buscar?
Kent soltó su brazo.
– Pagará por esto.
– Tus padres humanos te condicionaron bien -fue la respuesta de ella -. Pero no es nada que el tiempo no cure.
Kent no durmió aquella noche. El amanecer lo sorprendió mirando al este.
Anni salió de la tienda y lo contempló unos instantes en silencio.
– Podemos seguir -dijo.
Él, sin decir nada, desmontó el campamento y se cargó la mochila al hombro. Miró a la mujer, esperando que ésta le indicara hacia dónde debían dirigirse.
El paisaje cambió a media mañana. A su alrededor todo estaba en silencio, como si ninguna criatura viva se atreviera a internarse allí.
Estaban en lo que debía de haber sido un bosque. Ahora, los árboles yacían desparramados por todas partes, convertidos en cadáveres retorcidos y torturados, torcidos en preguntas que nunca encontrarían respuesta. Todo cuanto los rodeaba hablaba de un mundo muerto, devastado por fuerzas inimaginables.
Aquí y allá se veían signos de recuperación, pero eran escasos, como si a la naturaleza le costase recuperar aquel lugar.
Descendían por una suave pendiente hacia lo que parecía un valle. Kent forzó la vista y distinguió algo a lo lejos, un objeto que lanzó un extraño resplandor verde en la luz del mediodía.
– Estamos llegando -dijo ella.
Kent mantuvo el mismo silencio hosco en el que se había sumido desde la noche anterior y siguió caminando.
¿Aquello lo había causado él?, se preguntaba. ¿Toda aquella desolación era culpa suya? Si la hipótesis de Sherlock Holmes era correcta, la nave en la que viajaba se había estrellado allí, no sin antes soltar algún tipo de cápsula de salvamento con él dentro. La cápsula había recorrido medio mundo para ir a parar a Kansas, mientras la nave mayor, fuera de control, caía a tierra.
La explosión tuvo que haber sido algo brutal, sus efectos tendrían que haberse sentido en todo el mundo.
¿Habían causado sus padres toda aquella destrucción? ¿Había tenido unos padres?
Siguió caminando, sin dejar de hacerse preguntas, sin ser consciente de que a su alrededor el día parecía ir muriendo de repente, como si el sol no pudiera llegar hasta él.
Y de pronto, a mitad de un paso, comprendió que estaba cansado. Agotado como no se había sentido nunca. Alzó la vista y no reconoció lo que lo rodeaba: todo estaba cubierto por un velo gris verdoso.
– ¿Qué…?
– Estamos llegando, te lo he dicho. Estás lo más cerca del hogar que has estado nunca y empiezas a sentir sus efectos.
La voz de Anni parecía llegarle desde muy lejos. Intentó dar un nuevo paso, pero apenas tenía fuerzas. Parpadeó y tuvo la sensación de que el mundo giraba a su alrededor.
– Te hemos estudiado -dijo la voz de Anni. Había en ella una alegría salvaje, casi sexual-. Tu cuerpo es como un motor: absorbes energía del sol y la transformas. No creo que haga falta explicarte cómo. Pero también irradias.
Alzó un pie del suelo. Era como estuviera intentando levantar una montaña entera, todo un continente.
– No sabemos qué era lo que te trajo aquí. Pero lo hemos estudiado. Y sabemos lo que hace. Y, sobre todo, sabemos lo que te hace a ti.
Trató de decir algo, pero no podía.
– Eres nuestro.
Luego, todo se desvaneció a su alrededor y el mundo se convirtió en una oscuridad verdosa que se alimentaba de su alma.
Sintió algo sobre su rostro. Abrió la boca y fue como si respirara por primera vez. Parpadeó, consiguió enfocar la vista y vio frente a sí las facciones de Anni, crispadas en una mueca feroz. -Ajá, lo sabía. Sigues funcionando.
Trató de mover la cabeza, pero descubrió que no podía. De hecho, no podía moverse. Sabía que estaba de pie y que todo su cuerpo estaba cubierto de lo que parecía un armazón metálico. El tacto de aquella cosa contra su piel era frío… y verde.
– No intentes moverte. No malgastes fuerzas. Pronto será de noche, y vas a tener que administrar el resuello con mucho cuidado si quieres llegar vivo a mañana.
No, aquello no era cierto, se dijo. Ella lo quería vivo, o no se habría tomado tantas molestias.
– Dejaré que el sol te dé en el rostro unos minutos. Supongo que será suficiente para que te recargues un poco. Puedes hablar si quieres, pero te aconsejo que no lo hagas durante mucho tiempo. Necesitas toda la energía que puedas conseguir.
– ¿Qué me has hecho? -consiguió preguntar. Su voz sonaba débil, desvalida.
– Mis… asociados llegaron a Tunguska antes que nosotros y prepararon esto para ti. Está construido con trozos de la nave que te trajo a la Tierra. Como te dije antes de que perdieras el sentido, no sólo absorbes y utilizas energía, también la irradias. Y este material… te drena. El valle donde te metiste está infestado de restos de tu nave. En cuanto pusiste el pie en él empezaste a quedarte sin fuerzas. No me preguntes por qué, pero de algún modo el material de tu mundo nativo es un veneno para ti. Nadie sabe por qué es así, quizá; o si no lo sabe ahora terminará averiguándolo, seguro. Pero para nosotros no es importante. Nos basta con conocer sus efectos y cómo utilizarlos.
– ¿Qué quieres de mí?
– Todo -dijo ella-. Eres un motor, un acumulador de energía. Y esto que hemos construido te controla. Puedo ajustar tus niveles de energía tal y como desee. Eres… mi herramienta, y te usaré para tener éxito allí donde mis hermanos han fracasado.
Consiguió mover los dedos de la mano y cerrarlos en un puño. Frunció el ceño y miró a su interlocutora. Todo rastro de fingimiento había desaparecido de ella: aunque seguía ocupando un cuerpo humano, ni su comportamiento ni su forma de moverse eran humanos. Había algo frío e implacable en ella.
Tenía que hacer que siguiera hablando. Aquello que lo rodeaba quizá lo drenara, pero no lo suficiente, comprendió. El sol en su rostro lo estaba recargando más rápido de lo que aquella cosa lo privaba de su energía. Si tenía tiempo suficiente podría…
– Veo que te estás recuperando -dijo ella-. Será mejor que lo dejemos por hoy.
Antes de que pudiera decir nada, algo verde tapó la luz del sol. Durante unos segundos estuvo solo en medio de la oscuridad. Luego, volvió a quedar inconsciente.