Llegó al borde de la Boca del Infierno; miró hacia abajo y no pareció muy complacida. Alzó de pronto la vista al oírnos llegar. No había sorpresa alguna en su rostro altivo.
– Me esperabas -le dijo a Adamson.
– Claro.
– Y tus acompañantes… Reconozco al detective, pero el otro…
– No importa, Anni. Están aquí para observar lo que pasa. No intervendrán.
Intercambié una mirada con Holmes y éste asintió en silencio.
– Humanos -dijo ella, encogiéndose de hombros-. Gusanos que no comprenden lo que tienen.
– Cierto -dijo Adamson-. En eso no son muy distintos de nosotros.
– Cómo te atreves. Cómo puedes decir eso. Tú mejor que nadie deberías saberlo. Lo tenías todo.
– No tenía nada.
– ¿Y qué tienes ahora?
– Lo mismo.
Ella meneó la cabeza, como si no comprendiera.
– Traidor -musitó.
– Quizá.
Guardaron silencio. Permanecieron así largo rato, callados e inmóviles, mirándose con la Boca del Infierno en medio de ellos.
– No tiene sentido seguir hablando -dijo ella.
– Entonces, ¿por qué lo haces? ¿Por qué sigues aquí?
Vi que se mordía el labio, como si no estuviera muy segura de qué respuesta dar. Tuve de pronto la sensación de que algo se movía a mi espalda, pero al volverme, no vi nada. Cuando miré de nuevo hacia Anni, me di cuenta de que sonreía de un modo feroz.
– Supongo que la respuesta que esperas es que he vuelto para estar completa otra vez. Que mis otras dos partes están aquí, atrapadas en medio de ningún sitio, sin poder volver, sin ser capaces de seguir adelante o dar media vuelta. Que he venido para reunirme con ellas. Para ser uno solo de nuevo. Y que entonces…
– Esto no es necesario -dijo Adamson-. Sé a qué has venido, Anni.
– No sabes nada.
– Es posible. Pero noto tus dudas. Y noto muchas otras cosas.
Vi que miraba a su alrededor y que detenía la vista aquí y allá, como si estuviera contemplando algo interesante. Anni se encogió de hombros.
– Esa parte no es más que un reflejo, ¿no es eso lo que esperas que diga? Un recuerdo.
Adamson sonrió con tristeza y meneó la cabeza.
– No, Anni. Eso es lo que tú eres; y creo que lo sabes. Un recuerdo de otra cosa. Un recuerdo que te ha infectado. Tú dirías que ha infectado a tu anfitriona; pero eres tú. Ya no puedes volver, porque en realidad nunca has estado aquí. Aunque saltes ahora y destruyas ese cuerpo humano, será para nada. Lo que eres… lo que eras no puede volver a ser. O, en cierto modo, no ha dejado de serlo jamás.
Anni alzó la vista y miró a Adamson con sorpresa.
– Te burlas.
– No. ¿Por qué debería? Nunca cruzaste a este lado, y lo sabes. Sólo enviaste información, recuerdos, pero nunca a ti misma. Sigues en nuestro mundo, tres y uno solo a la vez, esperando. O quizá debería decir que ella no saltó a este lado, que sólo envió sus recuerdos y que sigue en nuestro mundo, esperando. No eres quien crees que eres.
– ¿No volveré a serlo si salto?
– Si saltas… tus recuerdos se unirán a los de Wiggins y Crowley, sí. Y tendrán la fuerza suficiente para abrir la puerta otra vez. Y, es cierto, los fantasmas que seréis entonces pasarán al otro lado y serán asimilados. Quizá. Con mucha suerte. Pero tú, lo que tú eres realmente, habrá muerto.
– Pero no lo recordaré así.
– Tú no recordarás nada. Ya no existirás. Quien recuerde será otro. Otro que creerá haber sido tú. Por un tiempo.
– ¿Y si eso fuera suficiente para mí?
– No importa. No lo es para mí. Y creo que en realidad tampoco lo es para ti, y que lo sabes.
– Sé menos que tú. Y tú no sabes nada.
– Como te dije antes: «quizá». Pero sé lo bastante para saber que no quieres saltar al pozo donde te aguardan los fantasmas de tus antiguos socios. Que, aunque has venido hasta aquí, no lo has hecho por tu propia voluntad. Que no estás sola.
– Claro que lo estoy.
– ¿En un sentido ontológico? Es posible, pero no es algo que vaya a ponerme discutir ahora. -Pareció repentinamente cansado y, por un momento, dio la impresión de llevar miles de años sobre sus espaldas-. Diles a tus acompañantes que se muestren. Acabemos con esta farsa.
Pero Anni apretó las mandíbulas y volvió a bajar la vista. Sin embargo, Adamson tenía razón, porque no hizo ademán alguno de saltar a la Boca del Infierno. Se quedó allí, mirando hacia abajo, como si esperase que otro tomase la decisión por ella.
Adamson se volvió hacia el detective.
– ¿Los ve, Holmes?
– Mi vista ya no es lo que era, pero mis capacidades de observación no han menguado. Hay uno a cada lado de la señorita Jaeger y dos más tras ella. Y creo que unos tres o cuatro intentan acercarse a nosotros por detrás.
Adamson asintió.
– No está mal -dijo.
Miré hacia donde Holmes había dicho, tratando de comprender de qué estaba hablando. Anni estaba sola. No había…
Un momento.
No.
Pero…
Si apartaba la vista, durante un instante fugaz casi era capaz de ver algo, como una figura humana cuyo contorno estuviera roto, quebrado; pero si intentaba mirarlo directamente, se desvanecía. Me sentí mareado y me di cuenta de que Holmes me sujetaba por el brazo.
– Cuidado, William. No es un buen momento para perder el equilibrio.
– Lo siento, es que…
– Lo sé, es desconcertante hasta que te acostumbras. Cuando la sección Q me mostró los primeros prototipos hace un par de meses, me pasó lo mismo. Y no estaban, ni de lejos, tan elaborados como éstos. Alguien nos lleva una gran ventaja.
– Nadie, en realidad -dijo Adamson.
– Cierto -respondió Holmes con una sonrisa resignada.
Miré a ambos, sin entender a qué se referían.
– Te lo habría contado antes -me dijo Holmes-, pero con la situación de Carmen no me pareció el mejor momento. Tenías otras cosas en las que pensar. Nuestra sección Q lleva un tiempo trabajando en esto, pero veo que nuestros amigos ya han pasado de la fase de experimentación.
Fruncí el ceño.
– ¿Camuflaje?-pregunté.
Holmes asintió.
– Un nuevo tipo de polímero. Con aplicaciones de lo más interesantes, pese a su inestabilidad. Cosa que no parece ser un problema para otros.
Adamson se volvió hacia nosotros, con un gesto impaciente.
– No creo que ahora sea el mejor momento para poner al día a su nieto.
Holmes sonrió.
– Nuestros amigos no parecen muy decididos a salir de su escondite -dijo-. Y no creo que la señorita Jaeger salte por su cuenta. Así que tampoco tenemos mucho que hacer mientras tanto, amigo mío.
Adamson se mordió el labio.
– Supongo que tiene razón.
– ¿Qué esperamos? -pregunté.
– En realidad muchas cosas, señor Hudson -me respondió Adamson-. Pero ahora mismo a que nuestros misteriosos acompañantes salgan a la luz. Se diría que están esperando algo… o quizá a alguien. O a Nadie.
– Parece plausible -dijo Holmes.
Anni continuaba frente a nosotros, con la vista clavada en el abismo que se extendía bajo ella. Parecía indiferente a todo cuanto la rodeaba. Un golpe de viento la hizo tambalearse y, en ese momento, fui capaz de ver con claridad a uno de sus misteriosos acompañantes, sin duda a causa del movimiento brusco que realizó para impedir que Anni se precipitase a la Boca del Infierno. Enseguida fue tragado por las sombras de la noche, pero ahora que yo sabía dónde mirar fui capaz de distinguirlo de su entorno.
Era difícil verlo, pero no imposible y, a medida que pasaba el tiempo y mis ojos se fueron acostumbrando, me iba resultando más fácil.
Entre tanto, sobre nosotros, los últimos restos rezagados de la tormenta terminaban de morir. Junto a mí, Holmes y Adamson hablaban en voz baja, demasiado para que yo pudiera oírlos. Anni continuaba con su inmovilidad. Y los misteriosos individuos que nos rodeaban no parecían moverse.