Выбрать главу

– Esa mujer que salió hace unos minutos…, ¿qué quería?

– Compró una pecera con pececitos de colores, dos cotorras, un canario y una paloma.

Extraña combinación.

– ¿Una paloma, dijo usted? ¿Una paloma común?

– Sí, pero como no teníamos ninguna en la tienda, le dije que tendría que conseguírsela.

– ¿Adónde le remitirá los animales?

– A su hotel, el «Amsted».

En el otro extremo de la ciudad, Jeff conversaba con el vicepresidente del Banco Amro. Estuvieron encerrados media hora, y al salir Jeff del Banco, un detective entró en la oficina del funcionario.

– Dígame, por favor, ¿qué quería el hombre que estuvo aquí?

– ¿El señor Wilson? Es jefe de investigadores de una empresa de seguridad que trabaja con nosotros. Está revisando el sistema de seguridad.

– ¿Le pidió que discutieran las actuales medidas de seguridad?

– Sí, claro que sí.

– ¿Y usted se las explicó?

– Por supuesto. Naturalmente, primero tomé la precaución de llamar para confirmar que sus credenciales estuvieran en orden.

– ¿Adónde llamó?

– A la agencia, al número que venía impreso en su tarjeta de identificación.

Esa tarde, a las tres, un camión, blindado se estacionó frente al Banco. Desde la acera de enfrente, Jeff tomó una instantánea del vehículo, mientras que desde un zaguán, a escasos metros, un detective lo fotografiaba a él.

En la jefatura de Policía, el inspector Van Duren desplegaba sobre el escritorio de Willems las pruebas que se iban acumulando rápidamente.

– ¿Qué significa todo esto?

Fue Daniel Cooper quien respondió.

– Le diré lo que esta mujer está planeando -declaró con voz firme y convincente- Intenta llevarse el cargamento de oro.

Todas las miradas convergieron en él.

– Y supongo que usted sabrá cómo piensa lograr este milagro.

– Sí. -Él sabía algo que los demás ignoraban. Se había metido dentro de ella para pensar y planificar como ella…, y así poder anticiparse a sus movimientos-. Empleará un camión de seguridad falso, llegará al Banco antes que el camión verdadero y se alejará transportando los lingotes.

– Me parece muy rebuscado, señor Cooper.

– No sé cuál será la estrategia -intervino Van Duren-, pero algo están tramando, señor. Tenemos sus voces grabadas. Averiguaron los detalles del sistema de seguridad del Banco. Saben a qué hora para el camión blindado y…

Willems leía la reseña que tenía ante sí.

– Cotorras, una paloma, peces de colores, un canario… ¿Cree usted que estas tonterías tienen algo que ver con el robo?

– No -respondió Van Duren.

– Sí -dijo Cooper.

La agente Rien Hauer seguía a Tracy disimuladamente. Cruzó detrás de ella el puente Magere, y cuando Tracy llegó al otro lado del canal, la vio entrar en una cabina telefónica, donde estuvo hablando cinco minutos. De haber podido oír la conversación, tampoco le hubiera servido de mucho.

Gunther Hartog, desde Londres, decía:

– Podemos contar con Margot, pero necesitará tiempo…, por lo menos dos semanas. -Escuchó unos instantes-. Comprendo. Cuando todo esté listo, me comunicaré contigo. Ten cuidado, y dale saludos míos a Jeff.

Tracy colgó y abandonó la cabina. Al salir, sonrió amistosamente a la mujer policía, que simulaba esperar fuera de la cabina telefónica.

A la mañana siguiente, a las once, un detective informaba a Van Duren:

– Inspector, Jeff Stevens acaba de alquilar un camión en la empresa «Wolters».

– ¿Qué clase de camión?

– Uno de reparto.

– Descríbame las dimensiones.

Unos minutos más tarde el detective se encontraba de nuevo al aparato.

– Aquí las tengo. El vehículo mide…

Van Duren lo interrumpió:

– Seis metros de largo, dos metros diez de ancho, uno ochenta de alto, ejes dobles.

Hubo una pausa de asombro.

– Sí, señor. ¿Cómo lo supo?

– No interesa. ¿De qué color es?

– Azul.

– ¿Quién está siguiendo a Stevens?

– Jacobs.

– Bien. Usted regrese aquí.

Joop van Duren cortó y miró a Daniel Cooper.

– Tenía usted razón, salvo que el camión es azul.

– Lo llevará a un taller de pintura de coches.

En el taller, dos hombres pintaron el vehículo de gris metalizado, mientras Jeff los contemplaba desde un lado. Desde el techo del establecimiento un detective sacaba fotos por la claraboya.

Una hora más tarde, las fotografías llegaban al escritorio de Van Duren, quien se las pasó a Cooper.

– Lo están pintando de un color idéntico al del transporte del Banco. Ya podríamos detenerlos.

– ¿Y acusarlos de qué? ¿De haber hecho imprimir tarjetas falsas y pintar un camión? Debemos esperar y prenderlos cuando se apoderen del oro.

Este imbécil se comporta como si fuera él quien mandase aquí.

– ¿Qué cree que hará Stevens a continuación?

Cooper analizó la foto con detenimiento.

– Este camión no soportará el peso de los lingotes -dijo-. Tendrán que reforzarle los ejes y los amortiguadores.

Era un taller pequeño y alejado.

– Buenos días. ¿En qué puedo servirle?

– Tengo que transportar desechos de hierro en este vehículo -explicó Jeff-, y no estoy seguro de que sea lo suficientemente fuerte para aguantar el peso. Me gustaría que le reforzara ejes y amortiguadores. ¿Puede hacerlo?

El mecánico se acercó al camión y lo examinó.

– Ningún problema.

– Bien.

– Se lo tendría listo para el viernes.

– Lo necesito mañana.

– ¿Mañana?

– Le pago el doble.

– El jueves.

– Mañana, y le pago el triple.

El mecánico se restregó la barbilla, pensativo.

– ¿A qué hora? -preguntó.

– Al mediodía.

– De acuerdo.

– Gracias.

Segundos después de haber partido Jeff del taller, un detective interrogaba al mecánico.

Aquella mañana, los policías encargados de Tracy la siguieron hasta el canal Oude Schans, donde pasó media hora hablando con el dueño de una barcaza. Después de que ella se hubo ido, uno de los policías subió al barco y se identificó ante el propietario, que estaba bebiendo una copa de ginebra.

– Desea hacer un recorrido por los canales con su marido, y me alquiló la barcaza durante una semana.

– ¿A partir de cuándo?

– Del viernes. Se lo recomiendo si desea descansar. Es ideal para una pareja en vacaciones.

El detective ya se había marchado.

Tracy recibió en el hotel la paloma que había pedido en la tienda de animales. Daniel Cooper regresó a la tienda e interrogó al dueño.

– ¿Qué clase de paloma le mandó?

– Una paloma común.

– ¿Está seguro de que no era mensajera?

– Lo estoy. -El hombre soltó una risita-. Y lo sé muy bien. La cacé yo mismo anoche, en el parque Vondel.

Quinientos kilos de oro y una paloma común. ¿Por qué?, se preguntó Cooper.

Cinco días antes de que tuviera lugar el traslado de los lingotes del Banco Amro, se había acumulado una enorme pila de fotos sobre el escritorio del inspector Joop van Duren.

Cada fotografía es un eslabón en la cadena que la capturará, pensó Daniel Cooper. La Policía holandesa carecía de imaginación, pero Cooper no podía negar que al menos era detallista. Cada paso de los preparativos de Tracy y Jeff estaba fotografiado y documentado. Tracy Whitney no podría eludir a la justicia.

El día que Jeff retiró un camión recién pintado, lo llevó hasta un garaje que había alquilado en la parte más vieja de Amsterdam. También llegaron allí seis cajas vacías de madera con la inscripción «Maquinaria».

Van Duren dejó una foto de esas cajas sobre su escritorio y escuchó atentamente la última cinta que había recibido de sus agentes.