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En la brotación, el crecimiento, la expansión de aquella creación viviente, en cada uno de sus movimientos por separado y en todos ellos juntos, se percibía una prudente, pero nada temerosa, ingenuidad que intentaba, obstinada y rápidamente, conocer, abarcar una forma encontrada al azar, pero que se veía obligada a retroceder a medio camino, cuando sus fronteras, fijadas por una misteriosa ley invisible, se veían amenazadas. Qué increíble contraste entre la curiosidad vivaz, por una parte, y la inmensidad que alcanzaba, centelleando, todos los horizontes, por otra. Nunca antes había experimentado hasta ese punto su enorme presencia, el fuerte y despiadado silencio que respiraban rítmicamente las olas. Ensimismado, estupefacto, caí en las aparentemente inalcanzables regiones de la inercia y, en la creciente intensidad de la pérdida, me fundí con aquel fluido y ciego coloso, como si le estuviera perdonando todo sin el más mínimo esfuerzo, sin palabras, libre de cualquier pensamiento.

Durante la última semana, había sido tan sensato que el desconfiado brillo en los ojos de Snaut dejó, por fin, de perseguirme. Por fuera estaba tranquilo, pero en el fondo, y de forma no del todo consciente, esperaba algo. ¿El qué? ¿Que ella regresara? ¿Acaso era posible? Todos sabemos que somos seres materiales, sometidos a las leyes de la fisiología y de la física y que la fuerza de todos nuestros sentimientos juntos no puede luchar contra esas leyes, únicamente puede odiarlas. La eterna fe de los enamorados y de los poetas en el poder de un amor más fuerte que la muerte, aquellas finis vitae sed non amoris que nos habían inculcado durante siglos, son mentira. Pero dicha mentira es solo inútil, no ridícula. Sin embargo, ¿es acaso mejor ser un reloj que marca el paso del tiempo y se ve constantemente roto y recompuesto? Cuando su fabricante pone en marcha sus engranajes, ya con el primer movimiento se generan la desesperación y el amor, y uno es consciente de que el martirio se irá volviendo más doloroso y cómico a medida que crezcan sus repeticiones. Está bien que se repita la existencia humana, pero no a la manera de un borracho que va echando monedas en la gramola, para escuchar, repetida hasta la saciedad, la misma melodía. En las aguas de ese fluido poroso habían muerto centenares de personas, y toda mi especie entera llevaba años intentando, infructuosamente, conseguir una mínima comunicación con él. Ni por un momento creí que él, que me llevaba a cuestas como un grano de polvo, fuese a conmoverse por la tragedia de dos personas. No obstante, su actividad estaba animada por algún propósito. Ni siquiera esto tenía por qué ser cierto, pero marcharse significaba dejar pasar esa oportunidad que quizás era vana, o que tal vez solo existía en la imaginación, pero eso era algo a lo que solo el futuro podría responder. ¿De qué había servido, si no, todo aquel tiempo transcurrido entre objetos, rodeados de cosas que habíamos tocado juntos y del aire que aún recordaba su aliento? ¿En nombre de qué? ¿De la esperanza de su regreso? No abrigaba esperanzas. Pero sí conservaba cierta expectación, lo último que me quedaba de ella. ¿Qué satisfacciones, qué bromas, qué nuevos suplicios me esperaban aún? No tenía ni idea, pero albergaba el firme convencimiento de que la época de los milagros crueles estaba lejos de haber terminado.

Zakopane, junio 1959 — junio 1960

STANISLAW LEM (1921–2006). Escritor polaco nacido en Leópolis (Lwów), ciudad de Ucrania que hasta 1939 perteneció a Polonia. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como mecánico de automóviles y soldador. En 1944, habiendo su familia perdido todas sus posesiones, se traslada a Cracovia, donde estudia Psicología. Se interesó también por cuestiones de matemáticas y cibernética, y fue miembro fundador de la Sociedad Polaca de Astronáutica. Desde 1973 hasta sus últimos años, enseñó literatura polaca en la Universidad de Cracovia. Falleció en esta ciudad, después de una larga enfermedad coronaria.

Considerado uno de los mayores exponentes del género de la ciencia ficción, su obra se caracteriza por un tono satírico y filosófico. Sus libros, entre los cuales se encuentran Diarios de las estrellas (1957), Solaris (1961), El Invencible (1964), Fábulas de robots (1964), Ciberíada (1965), La voz de su amo (1968), y Fiasco (1986), se han traducido a 40 idiomas.