Las sirenas aullaron en la distancia.-Mejor pongo esto en su sitio antes de que llegue el sheriff,- dijo Greg. – Les abriré.- Regresó abajo para devolver el rifle a su estante, no sea que alarmara a un policía con la adrenalina ya disparada de por si.
Roanna trató de sentarse. Webb le puso una mano sobre el hombro y la obligó a permanecer tumbada, alarmado por el poco esfuerzo que necesitó. -No, no te muevas. Te vas a quedar ahí quietecita hasta que un médico diga que estás bien para moverte.
– Me duele la cabeza,- dijo ella otra vez, sonando un poco malhumorada. Hacía tanto que él no le había escuchado ese tono de voz que no pudo evitar sonreír, a pesar del terror que le había estado retorciendo las entrañas y que sólo ahora comenzaban a aflojar un poco. Ya lo sé, dulzura. Pero levantarte solo lo empeorará. Quédate tumbada un poco más.
Quiero levantarme.
Enseguida. Deja que los sanitarios te echen un vistazo primero.
Ella soltó un suspiro impaciente. -Vale. Pero antes de que las sirenas hubieran cesado frente a la entrada, trataba otra vez de sentarse, y él se dio cuenta de que sufría una conmoción. Lo había visto antes en gente que había sufrido un accidente; era un instinto primitivo, despertar, ponerte en movimiento, alejarte de lo que te había causado daño.
Oyó a Greg dando explicaciones mientras conducía a un autentico desfile de gente por la escalera. Había seis sanitarios y al menos otros tantos agentes de la autoridad, y más llegando, pudo deducir por el sonido de sirenas que se escuchaba mientras más vehículos adicionales arribaban por el camino.
Webb y Lucinda fueron apartados a un lado cuando los sanitarios, cuatro hombres y dos mujeres, rodearon a Roanna. Webb se apoyó contra la pared. Lucinda se puso a su lado, temblorosa, y él la rodeó con un brazo. Ella se reclinó pesadamente contra él, absorbiendo su fuerza, y con consternación, él se percató de lo frágil que este fuerte cuerpo, en otros tiempos, se sentía en su abrazo.
Llegaron más autoridades, y el sheriff. Booley Watts ya se había retirado, pero el nuevo sheriff, Carl Beshears, había sido el ayudante principal de Booley durante nueve años antes de ser elegido sheriff, y había trabajado en el caso de Jessie. Era un hombre corpulento, de músculos compactos, con el cabello gris acero y unos ojos fríos y suspicaces. Booley había desempeñado su cargo con una actitud de viejo camarada, a lo Andy Taylor [5]; Beshears era más brusco, directo a la cuestión, aunque había aprendido a atenuar su temperamento de bull-dog, las tácticas de “directo-a-la-yugular” que le habían enseñado en los marines. Comenzó a reunir a la familia, llevándolos a todos a un lado. -Muy bien, todos, vamos a apartarnos del camino de los sanitarios ahora, y dejarlos que se ocupen de la señorita Roanna. – Su acerada mirada se clavó en Webb. -Bueno, ¿qué ha pasado aquí?
Hasta entonces, Webb no se había dado cuenta de la similitudes entre lo que le había ocurrido a Roanna esa noche y la muerte de Jessie diez años antes. Se había concentrado totalmente en Roanna, aterrorizado por ella, cuidando de ella. La vieja y helada furia comenzó a resurgir cuando comprendió que Beshears sospechaba que él había atacado a Roanna, tratando quizás de matarla.
A pesar de ello, contuvo despiadadamente su furia, porque no era ahora el momento de ello.-Oí gritar a Roanna,- dijo en un tono tan controlado como pudo. -El sonido venía de la parte delantera de la casa, y temí que se hubiera levantado sin encender ninguna luz y hubiera caído rodando por la escalera. Pero cuando llegué aquí, la vi tirada justo donde está ahora.
– ¿Cómo supo que era Roanna quien gritó?
– Sólo lo supe,- dijo, con rotundidad.
– ¿No pensó que podía haber sido cualquier otra persona quien estuviera levantada?
Lucinda se entrometió en la conversación, espoleada por la obvia sospecha en la voz de Beshears. -Normalmente no,- dijo, en tono firme. -Roanna sufre de insomnio. Si hay alguien vagando por la casa de noche, generalmente es ella.
– Pero usted estaba despierto, dijo Beshears a Webb.
– No. Me desperté al oír su grito.
– Todos lo hicimos,- apostilló Gloria. -Roanna solía tener pesadillas, ya sabe, y eso fue lo que pensé que pasaba. Webb pasó corriendo por delante de mi puerta justo cuando la abría.
– ¿Está segura de que era Webb?
– Sé que lo era,- intervino Brock, mirando directamente a la cara al sheriff. -Yo iba pisándole los talones.
Beshears pareció momentáneamente frustrado, después se encogió de hombros, decidiendo evidentemente que después de todo no había correlación entre los dos acontecimientos. -¿Entonces se cayó o qué? De la centralita dijeron que era un aviso para los sanitarios y el departamento del sheriff.
– Justo cuando llegué junto a ella, dijo Webb, oí algo abajo.
– ¿Cómo qué? La mirada de Beshears se agudizó de nuevo.
– No lo sé. Un ruido.- Webb miró a Brock y Greg.
– Brock y yo bajamos a echar un vistazo,- dijo Greg. En el estudio había una lámpara tirada en el suelo. Salí afuera mientras Brock comprobaba el resto de la casa.- Vaciló. Me parece que vi a alguien correr, pero no puedo jurarlo. Los ojos no se me habían adaptado a la oscuridad.
¿En qué dirección?- preguntó Beshears sucintamente, llamando al mismo tiempo por señas a uno de sus ayudantes.
– Hacia la derecha, en dirección a la carretera.
El ayudante se acercó, y Beshears se giró hacia él. -Consigue algunas linternas y comprobad la zona al otro lado de la calzada. Esta noche ha habido bastante relente, así que si alguien ha pasado por allí, quedaran huellas sobre la hierba. Puede que haya habido un intruso en la casa.- El ayudante asintió y se marchó, acompañado de varios compañeros.
Uno de los sanitarios se acercó. Obviamente lo habían sacado de la cama para contestar la llamada; una gorra de béisbol cubría su despeinado cabello, y sus ojos aún estaban hinchados por el sueño. Pero estaba espabilado y su mirada era despierta.-Estoy seguro de que se va a poner bien, pero quiero llevarla al hospital para que le hagan un reconocimiento y que le suturen el corte de la cabeza. Parece que también tiene una leve conmoción cerebral. Probablemente van a querer tenerla en observación durante veinticuatro horas, sólo para asegurarse de que está bien.
– Iré con ella,- dijo Lucinda, pero de repente se tambaleó. Webb la sujetó.
– Túmbela en el suelo,- dijo el sanitario, sujetándola también.
Pero les apartó las manos y se irguió una vez más. Seguía sin tener buen color, pero los fulminó a ambos ferozmente con la mirada. -Joven, no necesito tumbarme. Soy vieja y estoy enferma, eso es todo. Cuide de Roanna y no me preste atención.-
Él no podía tratarla sin su permiso, y ella lo sabía. Webb la miró y pensó en cogerla y llevarla al hospital él mismo, intimidándola si era preciso, para que un doctor la viera. Ella debió intuir lo que pensaba, porque levantó la vista y consiguió esbozar una sonrisa. -No hay de que preocuparse,- dijo. -Es Roanna quien necesita que la vean.
– Yo iré con ella al hospital, Tía Lucinda,- dijo Lanette, sorprendiéndolos a todos.-Necesitas descansar. Tú y mama quedaros aquí. Voy a vestirme y a recoger lo que necesitará.
Yo conduciré,- dijo Webb. Lucinda comenzó a protestar de nuevo, pero Webb la rodeó con un brazo. -Lanette tiene razón, tienes que descansar. Ya has oído lo que ha dicho el sanitario, Roanna se va a poner bien. Sería diferente si estuviera en el peligro, pero no lo está. Lanette y yo nos quedaremos allí con ella.