Ella se quedó blanca.- ¿Qué?- susurró, con algo similar al pánico en su tono. Trató de separarse de él pero había previsto el movimiento, y la abrazó aún más estrechamente de modo que su siguiente protesta quedara amortiguada contra su cuello.
– ¡Pero te lo habían prometido a ti desde tenías catorce años! Has trabajado por ello, incluso…
– Incluso me casé con Jessie para ello-, terminó él tranquilamente. -Lo sé.
– Ese era el trato. Regresabas si Lucinda cambiaba su testamento a tu favor otra vez-. Sintió un enorme vacío y miedo creciendo en su estómago. Davencourt era el señuelo que lo había traído de vuelta, pero ambas, ella y Lucinda eran conscientes de que él se había construido su propia vida en Arizona. Tal vez prefería Arizona a Alabama. Sin Davencourt para retenerlo aquí, cuando Lucinda muriera él se marcharía otra vez, y después de estas dos últimas noches no sabía si podría resistirlo.
– Esa no es toda la verdad. No volví debido al trato. Volví porque necesitaba atar viejos cabos sueltos. Necesitaba hacer las paces con Lucinda; ella es una parte muy importante de mi vida, y le debo mucho. No quise que muriera antes de que despejáramos el aire entre nosotros. Davencourt es especial, pero me ha ido bien en Arizona-, dijo con calmado comedimiento.-No necesito Davencourt, y Lucinda pensaba que tú no lo querías…
– No lo quiero-, dijo ella firmemente. -Ya te dije que no quiero pasarme la vida en reuniones de negocios y estudiando informes.
Él le dedicó una perezosa sonrisa. -Es una lastima, cuando eres tan buena en ello. Supongo que tendrás que casarte conmigo, y yo lo haré para ti. A diferencia tuya, me divierto haciendo dinero. Si te casas conmigo, puede emplear felizmente tú tiempo viendo crecer a los niños y criando caballos, que es lo mismo que habrías hecho aunque Lucinda me hubiera dejado Davencourt a mí. La única diferencia es que ahora todo ello te pertenecerá, con todo incluido, y serás el jefe.
La cabeza le daba vueltas. No estaba segura de haber oído lo que creía haber oído. ¿Davencourt sería para ella y aún así él se quedaría? Davencourt iba a ser suyo…
– Puedo escuchar como giran los engranajes-, murmuró él. Inclinó la cabeza de modo que ella lo mirara a la cara.-Volví por una última razón, la más importante. Volví por ti.
Ella tragó en seco.- ¿Por mí?
– Por ti-. Muy suavemente dejo resbalar un dedo acariciando todo el largo de su columna hasta la hendidura de sus nalgas, y después deshizo el trayecto hacia arriba. Ella tembló delicadamente, fundiéndose contra él. Sabía lo que hacía con este ligero y delicado toque. Su objetivo no era estimularla sino calmarla, tranquilizarla, restablecer la confianza con la que ella le entregó su cuerpo cuando hicieron el amor. El mismo hecho de que no estuviera haciéndole el amor en este mismo instante era prueba de lo mucho que le importaba conseguir su objetivo.
– Déjame ver si puedo aclarártelo un poco-, dijo en tono suave y pensativo, rozando con sus labios su frente. -Te amaba cuando no eras más que una mocosa, tan increíblemente traviesa que es un milagro que mi pelo no haya encanecido prematuramente. Te amaba cuando eras una adolescente de largas y flacas piernas y con unos ojos que me rompían el corazón cada vez que te miraba. Te amo ahora que eres una mujer que hace que se me funda el cerebro, que me tiemblen las piernas y mi polla este siempre dura. Cuando entras en una habitación, mi maldito corazón casi me sale del pecho. Cuando sonríes, me siento como si hubiera ganado un Premio Nobel. Y tus ojos todavía me traspasan el corazón.
La suave letanía suave penetró en ella como la más dulce de las canciones, empapando su carne, su alma, todo su ser. Deseaba tanto creerlo, y por eso tenía miedo a hacerlo, miedo a dejar que sus propios deseos la convencieran.
Cuando ella no habló, él comenzó de nuevo con aquellas gentiles caricias.-A Jessie le salió verdaderamente bien la jugada contigo, ¿no? Te hizo sentir tan poco amada y deseada que todavía no lo has superado. ¿No has entendido aún que Jessie mintió? Su vida entera era una mentira. ¿Es que no sabes que Lucinda te idolatra? Con Jessie muerta, finalmente fue capaz de llegar a conocerte sin que la ponzoña de Jessie lo envenenara, y te adora-. Le tomó la mano y la llevó a los labios, donde besó cada uno de sus dedos, y después comenzó a mordisquear las sensible yemas.-Jessie lleva muerta diez años. ¿Cuánto más tiempo le vas a permitir seguir arruinándote la vida?
Roanna echó la cabeza hacia atrás, buscando su mirada con ojos solemnes y perplejos. Con una sensación de asombro, comprendió que nunca lo había visto con un aspecto más decidido, o resuelto. Aquel serio rostro masculino que la miraba de frente era la cara de un hombre que había tomado una decisión y estaba malditamente seguro de conseguir lo que quería. Iba en serio. No quería casarse con ella porque iba a ser la dueña de Davencourt, ya que podría haberlo conseguido sin condiciones. Lucinda habría honrado su trato. No quería casarse con ella porque puede que estuviera embarazada…
Como si le leyera la mente, y quizás lo hacía, él dijo, -Te amo. No puedo decirte cuánto, porque no existen palabras que lo expresen. He tratado de contar las maneras, pero no soy Browning [6]. No importa si estás embarazada o no, quiero casarme contigo porque te amo. Punto.
– Vale-, susurró ella, y tembló ante la enormidad del paso que estaba dando, y de la alegría que florecía en su interior.
Se quedó sin aire cuando él la aplastó contra su pecho.-Sabes como hacer sudar a un hombre-, le dijo ferozmente.-Estaba comenzando a desesperar. ¿Qué te parece casarte la semana que viene?
– ¿La semana que viene?- Casi gritó las palabras, al menos todo lo que era capaz, aplastada como estaba contra su pecho.
– No pensarías que iba a darte tiempo para cambiar de opinión, ¿no?- Ella pudo oír la sonrisa en su voz. -Si sueñas con una gran boda en la iglesia, supongo que puedo esperar si no lleva demasiado tiempo prepararlo todo. Lucinda… bueno, creo que deberíamos estar casados de aquí a un mes, a lo sumo.
Las lágrimas inundaron sus ojos. -¿Tan pronto? Esperaba… esperaba que llegara al invierno, tal vez a ver otra primavera.
– No lo creo. El doctor le dijo que también le fallaba el corazón. -Él frotó su cara contra su pelo, en busca de consuelo. -Es una vieja mula resistente,- dijo ronco. -Pero está lista para dejarnos. Puedo verlo en sus ojos.
Se abrazaron el uno al otro en silencio durante un momento, lamentándose ya por la pérdida de la mujer alrededor de quien la familia entera giraba. Pero Webb no era un hombre que se dejara distraer fácilmente del camino que se había trazado, y apartándose ligeramente de ella, le lanzó una mirada interrogadora. -Acerca de la boda…
– No quiero una gran boda en la iglesia-, dijo ella enérgicamente, estremeciéndose con la idea. -Ya tuviste eso con Jessie y no quiero repetirlo. Me sentí fatal ese día.
– ¿Entonces qué tipo de boda quieres? Podríamos celebrarla aquí, en el jardín, o en el club de campo. ¿Quieres invitar sólo a la familia, o a nuestros amigos también? Sé que tienes algunos, y tal vez yo pueda intimidar a un par.
Ella le dio un pellizco por ese comentario. -Sabes puñeteramente bien que tienes amigos, si quieres permitirte perdonarles y dejarlos volver a ser amigos tuyos. Quiero casarme en el jardín. Quiero que nuestros amigos estén aquí. Y quiero que Lucinda camine conmigo hasta el altar, si es capaz. Una gran boda sería demasiado para ella, también.
Una esquina de su boca se curvó ante todos aquellos decididos “quiero”. Sospechaba que en poco tiempo, aunque ella hubiera declarado no estar interesada en los aspectos empresariales de Davencourt, metería la nariz en ellos, discutiendo con él sobre algunas de sus decisiones. No podía esperar. Pensar en Roanna discutiendo con él lo hizo marearse de placer. Roanna siempre había sido obstinada, y lo seguía siendo, aunque ahora sus métodos hubieran cambiado. -Ya ultimaremos los detalles,- dijo él.-Nos casaremos la próxima semana si podemos, como máximo en dos semanas, ¿de acuerdo?
[6] Elizabeth Barret Browning. Poetisa inglesa, una de las más respetadas de la época victoriana. 1806-1861. Casada con Robert Browning, poeta y dramaturgo ingles. Su obra más famosa son los Sonetos del Portugués. El más famosos el número XLIII, con una de las frases iniciales más conocidas del idioma inglés: “How do I love thee? Let me count the ways…” “¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras en que te amo…