Ahora me tocaba a mí.
«Vamos a terraformar y colonizar Marte», decía mi amigo Jason, y no estaba loco… o al menos no más loco que las docenas de personas poderosas e inteligentes que aparentemente compartían su convicción. Así que la propuesta era en serio: de hecho ya debía de ser, a algún nivel burocrático, un trabajo en marcha.
Di un paseo por los terrenos después de la cena mientras todavía quedaba algo de luz diurna.
Mike, el jardinero, había hecho un trabajo decente. El césped relucía como la idea del verde de un jardín, el cultivo de un color primario. Más allá, las sombras empezaban a crecer en los terrenos arbolados. A Diane le hubieran gustado los árboles bajo esa luz, pensé. Volví a pensar en esas sesiones estivales junto al arroyo, hacía años ya, cuando nos leía libros antiguos. Una vez, cuando estábamos hablando del Spin, Diane había citado un poemita del poeta inglés A. E. Housman:
El Oso Pardo es enorme y salvaje; Y ha devorado al tierno infante. El tierno infante no es consciente De que se lo ha comido el oso.
Jason estaba hablando por teléfono cuando entré por la puerta de la cocina. Me miró y luego apartó la vista y bajó la voz.
—No —dijo—. Tiene que ser así, pero… no, lo entiendo. Muy bien. He dicho que muy bien, ¿no? Pues muy bien significa que muy bien.
Se metió el móvil en el bolsillo y yo pregunté:
—¿Era Diane?
Asintió.
—¿Va a venir?
—Va a venir. Pero hay un par de cosas que quisiera mencionar antes de que llegue. ¿Te acuerdas de lo que hablamos durante la cena? No se lo podemos contar. De hecho, a nadie en absoluto. No es una información pública.
—Quieres decir que está reservada.
—Técnicamente, supongo que sí, así es.
—Pero me lo has contado a mí.
—Sí. Eso ha sido un delito federal —sonrió—. Mío, no tuyo. Y confío en que seas discreto. Sé paciente… saldrá en la CNN en un par de meses. Además, tengo planes para ti, Ty. Uno de estos días, Perihelio va a buscar candidatos para una vida rural más que dura. Necesitaremos todo tipo de médicos. ¿No sería maravilloso que pudiéramos trabajar juntos?
Me quedé sorprendido.
—Acabo de licenciarme, Jase. Todavía no he hecho la interinidad.
—Todo a su tiempo.
—¿ No confías en Diane? —pregunté.
Su sonrisa se derrumbó.
—No, sinceramente. Ya no. No en los tiempos que corren.
—¿Cuándo estará aquí?
—Antes de mañana.
—¿Y qué es lo que no quieres contarme?
—Que se trae a su novio.
—¿Y eso es un problema?
—Ya lo verás.
Nada permanece
Me desperté sabiendo que no estaba preparado para volverla a ver.
Me desperté en la lujosa casa de veranero de E. D. en las Berkshires con el sol brillando a través de la filigrana del encaje de las cortinas, pensando: «basta de gilipolleces». Estaba cansado de ello. De todas las gilipolleces egoístas de los últimos ocho años, incluyendo mi asunto con Candice Boone, que había visto a través de mis mentiras antes incluso que yo mismo: «Tienes un poco de fijación con esa gente, los Lawton», me había dicho Candice una vez. Dímelo a mí.
No podía afirmar con toda franqueza que estuviera enamorado de Diane. La conexión entre nosotros nunca había sido tan inequívoca como eso. Habíamos crecido entrando y saliendo de esa zona, como enredaderas que se entretejieran en una valla enrejada. Pero su apogeo había sido una conexión real, una emoción que casi daba miedo por su gravedad y madurez. Lo que era la razón por la que estaba tan ansioso por disimularla. A ella también la hubiera asustado.
Todavía me descubría realizando conversaciones imaginarias con ella, normalmente tarde por la noche, ofreciendo digresiones al cielo sin estrellas. Era lo suficiente egoísta para echarla de menos pero estaba lo suficientemente cuerdo para saber que jamás habíamos estado juntos. Estaba completamente preparado para olvidarme de ella.
Para lo que no estaba preparado era para volverla a ver.
Abajo, Jason estaba sentado en la cocina mientras yo me preparaba el desayuno. Había dejado la puerta abierta. Dulces brisas recorrían la casa. Estaba pensando seriamente en tirar mi bolsa en el asiento de atrás de mi Hyundai y largarme.
—Cuéntame lo del NR —dije.
—Pero ¿es que no lees los periódicos? —preguntó Jason—. ¿Es que mantienen a los estudiantes de medicina en aislamiento allí en Stony Brook?
Por supuesto que sabía algo sobre el NR, la mayor parte de lo cual lo había oído en las noticias o en conversaciones de comedor. Sabía que NR era la abreviatura de «Nuevo Reino». Sabía que era un movimiento cristiano inspirado por el Spin, cristiano al menos nominalmente aunque había sido denunciado por las iglesias conservadoras y mayoritarias por igual. Sabía que atraía principalmente a los jóvenes y descontentos. Un par de tipos en mi clase de primer año habían dejado los estudios para volcarse en el NR, cambiando inestables carreras universitarias por una iluminación menos exigente.
—Es simplemente otro movimiento milenarista —dijo Jase—. Llega demasiado tarde para el cambio de milenio, pero justo a tiempo para el fin del mundo.
—Una secta, en otras palabras.
—No, no exactamente. «NR» es una descripción general para todo el espectro de los movimientos de hedonismo cristiano, así que no es una secta en sí mismo, aunque incluye unos cuantos grupos sectarios. No hay un único líder. No hay sagradas escrituras, sólo una panda de teólogos extremistas con los que el movimiento se identifica, C. R. Ratel, Laura Greengage, gente así. —Había visto sus libros en los expositores de las tiendas. Teología sobre el Spin con signos de interrogación en los títulos: ¿Hemos sido testigos del segundo advenimiento? ¿Podemos sobrevivir al fin de los tiempos? —Y no muchos proyectos, aparte de una especie de comunalismo de fin de semana. Pero lo que atrae a las multitudes no es la teología. ¿Has visto las imágenes de esas reuniones del NR, del tipo que ellos llaman Ekstasis?
Las había visto, y a diferencia de Jason, que jamás había estado demasiado cómodo con los asuntos de la carne, yo sí que podía entender el atractivo. Lo que había visto era un vídeo de una reunión en las Cascades el verano del año pasado. Había parecido un cruce entre un picnic baptista y un concierto de los Grateful Dead. Un prado soleado, flores silvestres, túnicas blancas ceremoniales, un tipo con cero por ciento de grasa corporal soplando un shofar[4]. Al caer la noche, una hoguera ardía con fuerza y habían montado un escenario para los músicos. Entonces las túnicas empezaron a caer al suelo y comenzó el baile. Y unos cuantos actos algo más íntimos que el baile.
Pese a todo el disgusto transmitido por los medios de comunicación convencionales, a mí me había parecido completamente inocente. Nada de sermones, sólo unos cuantos cientos de peregrinos sonriendo ante las fauces de la extinción y amando a sus prójimos como a ellos les gustaría ser amados. El vídeo había sido grabado en cientos de DVD y pasaba de mano en mano en las residencias de estudiantes de toda la nación, incluyendo Stony Brooks. No existe un acto sexual tan edénico que un solitario estudiante de medicina no pueda hacerse una paja viéndolo.
4
Cuerno ceremonial usado como instrumento musical en varias ceremonias judías.