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Podría haberme marchado. Podría haber salido por la puerta, meterme en mi Hyundai y estar a mucha distancia antes de que se dieran cuenta de que me había ido. Pensé en Diane y Simon en el recibidor practicando su cristianismo hippie y en Jason en la cocina, recibiendo boletines informativos sobre el fin del mundo en su móviclass="underline" ¿de verdad quería pasar mi última noche sobre la tierra con esa gente?

Y al mismo tiempo pensé: «¿y con quién si no? ¿Con quién?»

—Nos conocimos en Atlanta —dijo Diane—. El estado de Georgia patrocinaba un seminario sobre espiritualidad alternativa. Simon estaba allí para oír la conferencia de C. R. Ratel. Y yo me lo encontré por casualidad en la cafetería del campus. Estaba sentado solo, leyendo un ejemplar de Segundo Advenimiento y yo también estaba sola, así que deposité mi bandeja en su mesa y empezamos a hablar.

Diane y Simon compartían un lujoso sofá amarillo que olía a polvo y que estaba junto a la ventana. Diane estaba repantigada contra el brazo del sofá. Simon estaba sentado alerta y con la espalda recta. Su sonrisa me empezaba a preocupar. No desaparecía nunca.

Los cuatro sorbíamos nuestras bebidas mientras las cortinas ondeaban en la brisa y un tábano murmuraba contra la rejilla de la ventana. Era difícil mantener una conversación cuando había tanto de lo que no se podía hablar. Hice un esfuerzo para duplicar la sonrisa de Simon.

—¿Así que eres un estudiante?

—Lo era —dijo.

—¿Y qué haces ahora?

—Viajar. Principalmente.

—Simon puede permitirse viajar —dijo Jase—. Es un heredero.

—No seas grosero —dijo Diane, y en el tono de su voz había una advertencia real —. ¿Por esta vez, por favor, Jase?

Simon hizo un gesto de indiferencia.

—No, es cierto en su mayor parte. Tengo algo de dinero a mi nombre por mi familia. Diane y yo estamos aprovechando la oportunidad para ver un poco del país.

—El abuelo de Simon —dijo Jason— era Augustus Townsend, el rey de los limpiapipas de Georgia.

Diane puso los ojos en blanco. Simon, aún imperturbable (empezaba a parecer un poco santurrón), dijo.

—Eso era en los viejos tiempos. Se supone que ya no los llamamos limpiapipas, sino «escobillas» —se rio—. Y aquí estoy sentado, heredero de una fortuna en escobillas.

En realidad era una fortuna en ideas para regalos y complementos. Augustus Townsend había empezado con los limpiapipas, pero había ganado su dinero como distribuidor de juguetes de hojalata, brazaletes de la suerte y peines de plástico en tiendas de todo a diez centavos por todo el Sur. En los cuarenta, la familia había sido una presencia importante en los círculos sociales de Atlanta.

Jason continuó su ataque.

—Simon no tiene lo que llamarías una carrera. Es un espíritu libre.

—No creo que ninguno de nosotros seamos en realidad espíritus libres —dijo Simon—, pero no, no tengo ni quiero una carrera. Supongo que eso me hace parecer un vago. Bueno, soy un vago. Es mi vicio recurrente. Pero me pregunto qué utilidad tendría una carrera a largo plazo. Considerando el estado de las cosas. Sin ofender — se volvió hacia mí, estabas estudiando medicina, Tyler?

—Acabo de salir de la facultad —dije—. Tal y como están las cosas…

—No, si creo que es maravilloso. Creo que es la ocupación más valiosa del planeta.

Jason había acusado a Simon de ser un inútil. Y Simon había respondido que, en general, las carreras eran inútiles… excepto carreras como la mía. Finta y parada. Era como observar una pelea de bar con los contrincantes en zapatillas de ballet.

Sin embargo, seguía queriendo disculparme por Jase. Jason no se sentía ofendido por la filosofía de Simon, sino por su presencia. Esa semana en las Berkshires era supuestamente una reunión: Jason, Diane y yo, como en los viejos tiempos de la niñez. En vez de eso nos veíamos ante la perspectiva de estar encerrados con Simon, al que Jason obviamente veía como un intruso, una especie de amistosa Yoko Ono sureña.

Le pregunté a Diane cuánto tiempo llevaban viajando.

—Cerca de una semana —dijo—, pero nos hemos pasado la mayor parte del verano en la carretera. Estoy segura de que Jason te ha contado cosas sobre el Nuevo Reino. Pero la verdad es que es maravilloso, Ty. Tenemos amigos en internet por todo el país. Gente con la que podemos quedarnos un día o dos. Así que vamos a cónclaves y conciertos desde Maine a Oregón, de julio a octubre.

—Supongo que eso es un ahorro en gastos de alojamiento y ropa.

—No todos los cónclaves son un Ekstasis —restalló Diane.

—No haremos muchos viajes —dijo Simon— si ese viejo trasto nuestro se cae a cachos. El motor no arranca bien y la velocidad es de risa. No sé mucho de mecánica, desafortunadamente. Tyler, ¿sabes algo de motores de coche?

—Un par de cosillas —dije. Entendí que era una invitación para salir al exterior con Simon mientras Diane intentaba negociar un alto el fuego con su hermano—. Echemos un vistazo.

El día seguía despejado, ondas de aire límpido y cálido se desprendían del césped más allá de la carretera de entrada. Escuché, con distraída atención, lo admito, mientras Simon abría la capota de su viejo Ford y recitaba sus problemas. Si era tan acaudalado como Jase había dejado caer, ¿por qué no se compraba un coche mejor? Pero supuse que la fortuna que había heredado estaba repartida entre demasiados herederos o que estaba atada a fideicomisos.

—Supongo que parezco bastante estúpido —dijo Simon—. Especialmente con las compañías que tengo. Nunca entendí demasiado de ciencia o mecánica.

—Yo tampoco soy un experto. Aunque consigamos hacer que el motor funcione algo mejor deberías hacer que un mecánico de verdad le eche un vistazo antes de intentar atravesar el país en coche.

—Gracias, Tyler. —Observó con una especie de asombrada fascinación mientras yo revisaba el motor—. Gracias por el consejo.

Los culpables más plausibles eran las bujías. Le pregunté a Simon si se las habían cambiado alguna vez.

—Que yo sepa, no —dijo.

El coche había recorrido más de 95.000 kilómetros. Usé la llave de bujías de mi coche para sacar una y se la mostré.

—Esto es lo que te está dando la mayoría de los problemas.

—¿Eso?

—Y sus amigas. La buena noticia es que no es una parte cara de cambiar. La mala es que será mejor que no conduzcas el coche hasta que las hayas cambiado.

—Hmm —dijo Simon.

—Podemos ir al pueblo en mi coche y comprar recambios si estás dispuesto a esperar hasta mañana.

—Bueno, sí. Eres muy amable. No planeábamos irnos ya. Eh, a menos que Jason insista, claro.

—Jason se calmará. Sólo que…

—No hace falta que me lo expliques. Jason preferiría que yo no estuviera aquí. Lo comprendo. No me asombra ni me sorprende. Pero Diane dijo que no aceptaría una invitación que no me incluyera a mí.

—Bueno… bien por ella —supuse.

—Pero me sería igual de fácil alquilar una habitación en el pueblo.

—No hay necesidad de eso —dije, preguntándome cómo era posible, exactamente, el que estuviera intentando convencer a Simon Townsend para que se quedara. No sabía qué esperaba de una reunión con Diane, pero la presencia de Simon había abortado cualquier esperanza prematura. Para bien, probablemente.

—Supongo —dijo Simon— que Jason te ha hablado del Nuevo Reino. Es un punto problemático.

—Me contó que estabais metidos en ello.

—No voy a empezar ningún tipo de discurso para convertirte a la fe ni nada de eso. Pero si tienes algún tipo de dudas sobre nuestra organización que te perturben, quizá te las pueda aclarar.

—Todo lo que sé sobre el NR es lo que he visto en la tele, Simon.

—Algunos lo llaman Hedonismo Cristiano. Yo prefiero Nuevo Reino. Esa es la idea en dos palabras, de verdad. Construir el quiliasmo[5] viviéndolo, aquí y ahora. Hacer que la última generación sea tan idílica como la primera.

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5

En la escatología de determinados movimientos cristianos significa «milenio», «milenarismo», del griego «quilio», que significa «millar», período en el cual Cristo reinará sobre la tierra durante mil años, basándose en una interpretación del pasaje 20.1 del Apocalipsis, (N. del T.)