—Aun así —dije—, hay problemas legales potenciales si hablamos de una terapia que no ha sido sometida al proceso de aprobación de la FDA.[13]
—Estoy seguro de que Jason querrá esperar a una aprobación oficial. Su enfermedad puede que no sea tan paciente. —Aquí Wun levantó un dedo para acallar futuras objeciones—. Déjame leer lo que me has traído. Y luego volveremos a hablar del tema.
Entonces, una vez descartado el asunto más importante, me pidió que me quedara y hablara con él. Me sentí halagado. Pese a su extrañeza, había algo reconfortante en la presencia de Wun, una tranquilidad contagiosa. Se sentó en su silla de mimbre sobredimensionada, con los pies colgando, y escuchó con aparente fascinación un breve resumen de mi vida. Me hizo un par de preguntas sobre Diane («Jason no habla mucho sobre su familia») y otras más sobre la facultad de medicina (el concepto de diseccionar un cadáver era nuevo para él; se encogió con aversión cuando se lo describí… la mayoría de la gente reacciona así).
Y cuando le pregunté sobre su propia vida metió la mano en la cartera gris que llevaba consigo y sacó una serie de imágenes impresas, fotografías que se había traído consigo como archivos digitales. Cuatro fotos de Marte.
—¿Sólo cuatro?
Se encogió de hombros.
—Ningún número es lo suficientemente grande para sustituir a los recuerdos. Y por supuesto hay muchísimo más material visual en los archivos oficiales. Éstas son mías. Personales. ¿Te gustaría verlas?
—Por supuesto.
Me las entregó.
Foto I: Una casa. Era evidentemente una morada humana pese a la extraña arquitectura tecnoretro, baja y achatada, como un modelo de porcelana de un granero. El cielo era de un turquesa brillante, o al menos así lo había coloreado la impresora. El horizonte estaba extrañamente cercano pero era geométricamente plano, dividido en rectángulos cada vez más distantes de cultivos verdes, una planta que no pude identificar, pero era demasiado carnosa para ser maíz y demasiado alta para ser lechugas o coles rizadas. Al frente había dos marcianos adultos, un varón y una mujer, con expresiones de una seriedad cómica. Gótico Marciano. Lo único que le faltaba era una horquilla y la firma de Grant Word.
—Mi padre y mi madre —dijo Wun.
Foto II: «Yo de niño»
Ésta era sorprendente. Los marcianos desarrollan su piel prodigiosamente arrugada al llegar a la pubertad, según me explicó Wun. Wun, con apenas unos siete años terrestres, tenía el rostro terso y sonreía. Se parecía a cualquier niño terrestre, aunque no se podía definir un grupo étnico: pelo rubio, piel color café, nariz estrecha y labios generosos. Estaba en lo que a primera vista parecía un excéntrico parque temático pero que en realidad era, según explicó Wun, una ciudad marciana. Un mercado. Puestos de comida y tiendas, los edificios estaban construidos con el mismo material parecido a porcelana que la granja, en chillones colores primarios. La calle situada detrás de él estaba abarrotada con maquinaria ligera y peatones. Sólo se veía un trozo de cielo entre los edificios de mayor tamaño, e incluso ahí había algún tipo de vehículo captado en pleno tránsito, aspas en molinete borrosas formando un óvalo pálido.
—Pareces feliz —dije.
—La ciudad se llama Voy Voyud. Ese día vinimos del campo a hacer compras. Como era primavera, mis padres me dejaron comprar murkuds. Pequeños animales. Parecidos a ranas, como mascotas. En la bolsa que sostengo… ¿ves?
Wun agarraba una bolsa de tela que contenía misteriosos bultos. Murkuds.
—Sólo viven unas pocas semanas —dijo—. Pero sus huevos son deliciosos.
Fofo III: Ésta era una vista panorámica. En primer plano, otra casa marciana, una mujer en un caftán multicolor (la esposa de Wun, según explicó él) y dos hermosas niñas de piel tersa con vestidos ambarinos de tela gruesa (sus hijas). La fotografía había sido tomada desde un punto elevado. Más allá de la casa era visible todo un paisaje semirural. Verdes campos pantanosos yacían al sol bajo otro cielo turquesa. El terreno agrícola estaba dividido por carreteras elevadas sobre las que circulaban unos pocos vehículos con aspecto de cajas, y había máquinas agrícolas entre las plantas, elegantes cosechadoras negras. Y en el horizonte donde convergían todas las carreteras había una ciudad, la misma ciudad, dijo Wun, donde había comprado los murkuds de niño. Voy Voyud, la capital de la provincia de Kirioloj, con altas torres de baja gravedad intrincadamente abalconadas.
—Se puede ver la mayor parte del delta del Kirioloj en esa imagen.
El río era una banda azul que alimentaba a un lago del color del cielo. La ciudad de Voy Voyud había sido construida en terreno alto, el borde erosionado de un antiguo cráter de impacto, dijo Wun, aunque a mí me parecía una línea de colinas de lo más normal. Los puntos negros sobre el distante lago podían ser botes o barcazas.
—Es un lugar hermoso.
—Sí.
—El paisaje es hermoso, pero tu familia también.
—Sí. —Sus ojos se encontraron con los míos—. Están muertos.
—Ah… lo lamento mucho.
—Murieron en una inundación masiva hace varios años.
La última fotografía, ¿la ves? Es la misma vista, pero tomada tras el desastre.
Una tormenta inesperada había dejado precipitaciones récord sobre las laderas de las Montañas Solitarias al final de una larga estación seca. La mayor parte de esa lluvia se había encauzado por los tributarios del Kirioloj. El Marte terraformado seguía siendo en muchos aspectos un mundo joven, los ciclos hidrológicos no estaban establecidos, sus paisajes evolucionaban rápidamente cuando el polvo antiguo y el regolito eran reorganizados por el agua. El resultado de las repentinas lluvias fue una riada de barro de color rojo óxido que cayó rugiendo sobre el Kirioloj y el delta agrícola como un tren de mercancías fluido.
Foto IV: Tras la catástrofe. De la casa de Wun sólo quedaban los cimientos y una única pared, sobresaliendo como fragmentos de cerámica en una caótica planicie de barro, escombros y rocas. La ciudad a lo lejos estaba incólume, pero la fértil tierra agrícola había quedado enterrada. Excepto por un destello de agua marrón procedente del lago, eso era Marte de vuelta a su estado virgen, un regolito sin vida. Varias aeronaves levitaban sobre la escena, posiblemente buscando supervivientes.
—Había pasado un día en las colinas con los amigos y llegué a casa para encontrarme con eso. Se perdió un gran número de vidas, no sólo las de mi familia. Así que guardo estas cuatro fotografías para acordarme de dónde vengo. Y por qué no puedo volver.
—Debió de ser insoportable.
—He hecho las paces con lo que ocurrió. Tanto como se puede. Para cuando salí de Marte, el delta del Kirioloj había sido restaurado. No como antes, por supuesto. Pero sí fértil, vivo, productivo.
Que era todo lo que parecía dispuesto a decir sobre el tema.
Volví a las imágenes anteriores, y me tuve que recordar a mí mismo qué estaba viendo. No eran efectos de imágenes generadas por ordenador sino fotografías corrientes. Fotografías de otro mundo. De Marte, un planeta a menudo sobrecargado con nuestra imaginación desbocada.
—No es Burroughs, desde luego no es Wells, puede que un poco Bradbury sí…
Wun frunció su ya de por sí arrugado ceño.
—Lo siento… no entiendo esas palabras.
—Son escritores, escritores de ficción, que escribieron acerca de tu planeta.
Una vez que conseguí comunicarle la idea, que ciertos autores habían imaginado un Marte vivo mucho antes de que ocurriera su terraformación, Wun se quedó fascinado.
13
Food and Drug Administration, agencia gubernamental norteamericana que vela por el cumplimiento de las normativas sanitarias en alimentación, medicamentos, cosméticos, etc.