—Si encontraron la clínica, sabrán tu nombre.
—Pero no vendrán a la aldea abiertamente, disparando a diestro y siniestro. Las cosas no se han deteriorado hasta ese punto. Creo que vigilarán la costa y esperarán a que hagamos algo estúpido.
—Aun así, tu nombre está en la lista, si intentas abrir otra clínica…
—Pero ése no fue nunca mi plan.
—¿No?
—No. Me ha convencido de que hay una solución simple para todos nuestros problemas, una que llevo contemplando desde hace mucho tiempo. Toda la aldea ha pensado en ella, de una forma u otra. Muchos se han marchado ya. No somos un pueblo con éxito, como Belubus o Batusangkar. La tierra de aquí no es especialmente rica y cada año perdemos más gente que se marcha a la ciudad, a otros clanes de otros pueblos o al rantau gadang, ¿y por qué no? Hay espacio para todos en el nuevo mundo.
—¿Queréis emigrar?
—Yo, Jala, mi hermana y su hermana y sus sobrinos y primos… más de treinta de nosotros, todos contados. Jala tiene varios hijos ilegítimos que estarían encantados de quedarse con el control de su negocio una vez que estuviera al otro lado. ¿Ve? — Sonrió—. No tiene que agradecernos nada. No somos sus benefactores. Sólo compañeros de viaje.
Le pregunté varias veces si Diane estaba a salvo. Tan a salvo como Jala podía mantenerla, dijo Ina. Jala la había instalado en un espacio habitable encima de una oficina de aduanas donde estaría relativamente cómoda y escondida a buen recaudo hasta que se hicieran los arreglos finales.
—La parte difícil será llevarle a usted hasta el puerto sin ser detectado. La policía sospecha que está en las tierras altas y estarán vigilando las carreteras en busca de extranjeros, especialmente extranjeros enfermos, ya que el taxista que le trajo aquí les habrá contado que no se encontraba bien.
—Ya he terminado de encontrarme mal —dije.
La última crisis había comenzado fuera de la clínica quemada y había pasado mientras estaba inconsciente. Ibu Ina dijo que fue una transición difícil, que después de que me trasladaran a esta pequeña habitación había gemido tanto que los vecinos se quejaron, que había hecho falta que su primo Adek me mantuviera sujeto mientras pasaba lo peor de mis convulsiones… por eso tenía tantos moratones en los brazos y los hombros, ¿no me había dado cuenta? Pero no recordaba nada de eso. Todo lo que sabía es que me sentía con más fuerzas según pasaban los días; mi temperatura era normal; podía andar sin temblar.
—¿Y los otros efectos de la droga? —preguntó Ina. ¿Se siente diferente?
Ésa era una pregunta interesante. Respondí con sinceridad.
—No lo sé. Todavía no, de todas formas.
—Bueno, por el momento poco importa. Como iba diciendo, el truco estará en conseguir sacarlo de las tierras altas y enviarlo a Padang. Afortunadamente, creo que podemos arreglarlo.
—¿Cuándo nos vamos?
—Dentro de tres o cuatro días —dijo Ina. Mientras tanto, descanse.
Ina estuvo ocupada durante la mayor parte de esos tres días. La vi muy poco. Los días eran calurosos y soleados pero las brisas recorrían la casa de madera en refrescantes ráfagas, y pasé el tiempo ejercitándome con precaución, escribiendo y leyendo; había libros de bolsillo en inglés en un estante de ratán en el dormitorio, incluyendo una biografía popular de Jason titulada Una vida por las estrellas. (Busqué mi nombre en el índice y lo encontré, Dupree, Tyler, con referencias a cinco páginas. Pero no me atreví a leer el libro. Las novelas de lomo manoseado de Somerset Maugham eran más tentadoras).
En se pasaba periódicamente por allí para ver si estaba bien y para traerme bocadillos y botellas de agua del warung de su tío. Adoptaba un tono cómicamente responsable y me preguntaba por mi salud. Dijo que estaba «orgulloso de hacer el rantau» conmigo.
—¿Tú también, En? ¿Vas a ir al nuevo mundo?
Asintió enfáticamente.
—También mi padre, mi madre, mi tío. —Y una docena más de parientes para los que usó términos minang para describir el parentesco. Los ojos le relucían—. Quizá me puedas enseñar medicina allí.
Quizá tuviera que hacerlo. Cruzar el Arco descartaría casi del todo cualquier tipo de educación tradicional. Puede que eso no fuera lo mejor para En, y me pregunté si sus padres habían meditado lo suficiente esa decisión.
Pero no era asunto mío, y En estaba claramente entusiasmado con el viaje. Apenas podía controlar la voz cuando hablaba de ello. Y yo disfrutaba de la expresión entusiasta y abierta de su rostro. En pertenecía a una generación capaz de mirar al futuro con más esperanza que miedo. Nadie en mi grotesca generación había sonreído al futuro de esa manera. Era una expresión buena, profundamente humana, y me alegraba, y me entristecía.
Ina volvió la noche antes de la partida prevista, trayéndome la cena y un plan.
—El primo del cuñado de mi hijo —dijo— conduce ambulancias para el hospital de Batusangkar. Puede tomar prestada una ambulancia del hospital para llevarle a Padang. Habrá al menos dos coches por delante con teléfonos móviles, así que si hay un bloqueo de carreteras tendremos algo de ventaja.
—No necesito una ambulancia —dije.
—La ambulancia es un disfraz. Usted, en la parte de atrás, escondido, y yo en mi parafernalia de doctora, y un aldeano, En suplica que le demos el papel, haciendo de enfermo. ¿Entiende? Si la policía mira en la parte de atrás de la ambulancia me verán a mí y a un niño enfermo, y si digo «SDCV», serán renuentes a examinar en mayor profundidad. Así el médico americano ridículamente alto pasa a escondidas.
—¿Crees que funcionará?
—Creo que tiene unas buenas probabilidades de funcionar.
—Pero si te pillan conmigo…
—Por mal que estén las cosas, la policía sólo puede arrestarme si he cometido un crimen. Transportar un occidental no es un crimen.
—Transportar a un criminal puede que sí lo sea.
—¿Es usted un criminal, Pak Tyler?
—Depende de cómo interpretes ciertos decretos del Congreso.
—Opto por no interpretarlos en absoluto. Por favor, no se preocupe. ¿Le he contado que el viaje se ha retrasado un día?
—¿Porqué?
—Una boda. Por supuesto, las bodas ya no son lo que eran. El adat de las bodas se ha deteriorado muchísimo desde el Spin. Como todo lo demás desde entonces desde que el dinero y los restaurantes de comida rápida llegaron a las tierras altas. No creo que el dinero sea malvado, pero puede ser terriblemente corrosivo. La gente joven tiene mucha prisa hoy en día. Al menos no tenemos esas bodas de diez minutos estilo Las Vegas… ¿sigue habiendo de ésas en su país?
Admití que sí seguían existiendo.
—Bueno, nosotros también vamos encaminados en esa dirección. Minang hilang, tinggal kerbau. Al menos sí habrá palaminan y mucho arroz glutinoso y música de saluang.[15] ¿Se siente con fuerzas para asistir?
—Será un honor.
—Así que mañana por la noche cantaremos, y al día siguiente desafiaremos al Congreso de los Estados Unidos. La boda también va a nuestro favor. Mucha gente desplazándose, muchos vehículos en la carretera; nuestro pequeño grupo rantau en dirección a Teluk Bayur no parecerá sospechoso.
Dormí hasta tarde y desperté sintiéndome mejor de lo que me había sentido en mucho tiempo, con más fuerzas y sutilmente más alerta. La brisa matutina era cálida y venía cargada con el olor de cocina, las quejas de las gallinas y el sonido de martillazos en el centro del pueblo donde se construía una tarima. Pasé el día ante la ventana, leyendo y observando la procesión pública de la novia y el novio de camino a la casa del novio. La aldea de Ina era tan pequeña que la boda la había paralizado. Incluso los warungs locales habían cerrado ese día, aunque las franquicias en la carretera principal estaban abiertas para atender a los turistas. Hacia finales de la tarde el aroma a pollo al curry y leche de coco era denso, y En apareció brevemente con una comida preparada para mí.