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—¿Les enseñan alguna vez a confiar en sí mismas? —preguntó Ged; y mientras hablaba, Therru volvió a entrar siguiendo con su tarea. Tenar y Ged se miraron.

—No —dijo ella—. No nos enseñan a confiar. —Observó cómo la niña amontonaba la leña en la caja.— Si el poder fuese tener confianza… —dijo—. Me gusta esa palabra. Si no existiesen todas esas disposiciones: uno por sobre el otro…, reyes y amos y magos y dueños… Todo parece tan superfluo. El verdadero poder, la verdadera libertad, residiría en la confianza, no en la fuerza.

—De la misma manera en que los niños confían en sus padres… —dijo él.

Se quedaron en silencio.

—Tal como son las cosas —dijo él—, hasta la confianza corrompe. Los hombres de Roke confían en sí mismos y en los demás. Su poder es puro, nada empaña su pureza y entonces creen que esa pureza es sabiduría. No conciben que puedan hacer daño.

Ella alzó los ojos para mirarlo. Nunca había hablado así de Roke, como totalmente ajeno al lugar, libre de él.

—Tal vez necesiten algunas mujeres allí para que les hagan saber que existe esa posibilidad —dijo ella, y él rió.

Ella volvió a hacer andar el torno. —Aún no entiendo por qué no puede haber mujeres archimagos si puede haber reinas.

Therru escuchaba.

Nieve caliente, agua seca —dijo Ged, repitiendo un refrán gontés—. Los reyes reciben su poder de otros hombres. El poder de un mago es algo que le pertenece…, es él.

—Y es un poder masculino. Porque ni siquiera sabemos qué poder tiene una mujer. Muy bien. Entiendo. Pero de todos modos, ¿por qué no pueden encontrar un archimago…, un archimago hombre?

Ged examinó la costura deshilacliada de los pantalones. —Y bien —dijo—, si el Maestro de las Formas no respondió a la pregunta que le había hecho, entonces respondió a una pregunta que no le habían hecho. Posiblemente lo que tengan que hacer es preguntársela.

—¿Es una adivinanza? —preguntó Therru.

—Sí —dijo Tenar—. Pero no sabemos de qué adivinanza se trata. Sólo conocemos la respuesta. La respuesta es: una mujer de Gont.

—Hay muchas —dijo Therru después de reflexionar un poco. Aparentemente satisfecha con eso, partió a buscar otro montón de leña.

Ged la miró salir. —Todo ha cambiado —dijo—. Todo… A veces pienso, Tenar…, me pregunto si el reinado de Lebannen es sólo el comienzo. Una puerta… Y que él es el portero. Para que nadie la atraviese.

—Se ve tan joven… —dijo Tenar con ternura.

—Es tan joven como era Morred cuando se enfrentó a los Navios Negros. Tan joven como yo cuando… —Se quedó en silencio, mirando por la ventana los campos de labranza grises, congelados, más allá, de los árboles desnudos.— O tú, Tenar, en ese lugar siniestro… ¿Qué es la juventud o la edad? No sé. A veces me siento como si hubiese vivido mil años; a veces siento que mi vida ha sido como una golondrina en pleno vuelo vista a través de una grieta en un muro. He muerto y he vuelto a nacer, en la tierra yerma y aquí bajo el sol, más de una vez. Y La Creación nos dice que todos hemos regresado y regresamos siempre a la fuente y que la fuente es eterna. Sólo en la muerte la vida… Pensaba en eso cuando estaba con las cabras allá en la montaña y los días se hacían eternos y sin embargo no pasaba el tiempo antes de que llegara la noche, y otra vez la mañana… Aprendí la sabiduría de las cabras. Por eso me preguntaba: «¿Por qué Halcón, el pastor de cabras, está enfermo de dolor y de vergüenza por él? ¿De qué tengo que avergonzarme?».

—De nada —dijo Tenar—. ¡De nada, nunca!

—¡Oh, sí! —dijo Ged—. Toda la grandeza de los hombres está basada en la vergüenza, está hecha de vergüenza. Por eso, Halcón, el pastor de cabras, lloró por Ged, el archimago. Y se dedicó a cuidar las cabras, también, todo lo bien que se podía esperar de un muchacho de su edad…

Al cabo de un rato, Tenar sonrió. Un tanto tímidamente dijo: —Musgo dijo que tenías unos quince años.

—Sí, poco más o menos. Ogion me dio mi nombre en el otoño; y el verano siguiente me marché a Roke… ¿Qué era ese muchacho? Un vacío…, una libertad.

—Ged, ¿qué es Therru?

Sólo le respondió cuando ella ya pensaba que no le iba a responder, y entonces dijo: —Por ser como es…, ¿qué libertad puede tener?

—¿Nosotros somos nuestra propia libertad, entonces?

—Eso creo.

—Cuando tenías poder, parecías tener toda la libertad que puede tener un hombre. ¿Pero a qué precio? ¿Qué te liberó? Y yo…, a mí me forjaron, me moldearon como si hubiese sido de arcilla, de acuerdo con los deseos de las mujeres que servían a los Poderes Antiguos o que servían a los hombres que habían creado todos los cultos y los caminos y los lugares, ya no sé a quién. Entonces me liberé, contigo, por un instante, y con Ogion. Pero no era mi libertad. Aunque me dio la posibilidad de elegir; y elegí. Decidí moldearme como si hubiese sido de arcilla para ponerme al servicio de una granja y de un granjero y de nuestros hijos. Me convertí en una vasija. Sé qué forma tiene. Pero no conozco la arcilla. La vida bailó a través de mí. Conozco los bailes. Pero no sé quién los baila.

—Y ella —dijo Ged después de un largo silencio—, si alguna vez llega a bailar…

—Le temerán —dijo Tenar en un susurro. Entonces la niña volvió a entrar en la casa y empezaron a hablar de la masa que iba fermentando dentro de la caja colocada junto al horno. Siguieron hablando así, serena y largamente, pasando de un tema a otro, una y otra vez, durante toda la mitad de ese breve día, muchas veces, hilando y uniendo sus vidas con palabras, los años y los hechos y las ideas que no habían compartido. Luego se quedaban en silencio nuevamente, trabajando y pensando y soñando, y la niña silenciosa los acompañaba.

Así pasó el invierno, hasta que llegó la época en que las ovejas empezaron a parir y hubo mucho trabajo por un tiempo, mientras los días se iban alargando y se hacían más luminosos. Entonces llegaron las golondrinas desde las islas que había bajo el sol, en el Confín Austral, donde brilla la estrella Gobardon en la constelación del Fin; pero ése era sólo el comienzo del parloteo de las golondrinas.

13. El señor

Como las golondrinas, los barcos empezaron a volar entre las islas con el retorno de la primavera. En las aldeas se murmuraba, repitiendo lo que se decía en Valmouth, que los barcos del rey perseguían a los perseguidores, arruinando a renombrados piratas, confiscando sus barcos y sus fortunas. El mismísimo Señor Heno envió tres de sus mejores y más veloces navios, capitaneados por el brujo y lobo de mar Tarja, que era temido por todos los mercaderes desde Solea a las Andrades; su flota debía tenderle una emboscada a los barcos del rey frente a las costas de Oranéa y destruirlos. Pero fue uno de los navios del rey el que llegó a la Bahía de Valmouth llevando a Tarja encadenado a bordo, con la orden de escoltar al Señor Heno al Puerto de Gont para que lo juzgaran por piratería y asesinato. Heno se encerró en su mansión de piedra, en las colinas que se elevaban detrás de Valmouth, pero no pensó en hacer una fogata, porque estaban en primavera y hacía calor, de modo que cinco o seis de los jóvenes soldados del rey se dejaron caer sobre él entrando por la chimenea, y toda la tropa lo llevó encadenado por las calles de Valmouth y lo condujo ante la justicia.

Al oír eso, Ged dijo con afecto y orgullo: —Hará bien todo aquello que un rey puede hacer.

Habían llevado rápidamente a Diestro y Shag al Puerto de Gont por el camino del norte y, cuando sus heridas hubieron cicatrizado lo suficiente, llevaron a Merluza hasta allí en barco, para ser juzgado por asesinato en los tribunales del rey. El anuncio de que lo habían condenado a galeras fue recibido con gran satisfacción y jactancia en el Valle Central, mientras Tenar, y Therru a su lado, escuchaban en silencio.