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Pareció dispuesto a seguir haciendo preguntas, así que solicité una topográfica y dije:

—Cuénteme algo más de esas costumbres de apareamiento de las que tanto sabe. ¿Hay alguna especie que regale diccionarios a sus novias?

Él sonrió.

—No, que yo sepa. Pero hacer regalos constituye una parte importante de los rituales de cortejo para la mayoría de las especies, incluyendo el Homo sapiens. Anillos de compromiso, por no mencionar los tradicionales bombones y flores.

—Abrigos de visón. Islas en el Mar de Tobo.

—Hay varias teorías sobre su significado —prosiguió Ev—. En general los zoólogos suponen que los regalos demuestran la habilidad del macho para obtener y defender su territorio. Algunos socioexobiólogos opinan que hacer regalos es una recreación simbólica del acto sexual en sí mismo.

—Romántico —dije.

—Un estudio descubrió que los regalos hacen que las hembras emitan feromonas, lo que a su vez produce en el macho los cambios químicos que conducen a la siguiente fase del cortejo. Está imbuido en el cerebro. Los instintos sexuales anulan el pensamiento racional.

Por eso las hembras se marchan con el primer tipo que les sonríe, pensé, y C.J. había estado actuando como una idiota durante el aterrizaje. En aquel momento llamó por el transmisor.

—Base a Findriddy. Adelante, Fin.

—¿Qué pasa? —dije, quitándome el micro y acercándomelo para que pudiera oírme.

—Tienes una advertencia. «Observación sobre las relaciones entre miembros de la expedición y los habitantes nativos del planeta. Todos los miembros de la expedición mostrarán respeto por las antiguas y nobles culturas indígenas y se abstendrán de emitir juicios de valor terrocéntricos.»

Eso podría haber esperado a que volviéramos de la expedición.

—¿Para qué has llamado, C.J.? —pregunté. Como si no lo supiera.

—¿Está ahí Evelyn? ¿Puedo hablar con él?

—Dentro de un minuto. ¿Tomaste una foto de esa sección noroeste?

Se produjo una larga pausa antes de que llegara su respuesta.

—Se me olvidó.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Estaba pensando en otras cosas. La hélice hacía un ruido extraño.

—Y un cuerno. Lo único que estabas pensando era en como podrías tirarte a Ev.

—No sé por qué te molesta tanto —dijo ella—. Esa zona ya está explorada, ¿no?

—Aquí está Ev —dije. Corté y le mostré a Ev el botón de transmisión; luego miré a Carson.

Él querría saber qué había encontrado yo, pero estaba demasiado lejos para comunicarnos a gritos, y además, no quería que Bult sospechara por qué habíamos escogido esta ruta.

Si no lo había hecho ya.

Hacía tiempo que habíamos dejado atrás la segunda brecha en la Muralla, y no mostraba signo alguno de querer cruzar la Lengua.

—Lo intentaré —le dijo Ev ansiosamente a su micro—. Lo prometo.

Es la hora de una tormenta de polvo, pensé, mirando el cielo. De todas formas, a Carson le gusta tener una el primer día, por si aparece algo donde lo necesitamos, pero en ese momento estaba sumido en una conversación con Bult, probablemente intentando convencerlo de que cruzara la Lengua.

—Yo también te echo de menos, C.J. —dijo Ev.

Nada me impedía apuntar la cámara hacia un punto adecuado y crear una por mi cuenta, pero no se veía ni la más leve neblina en el horizonte. La Muralla se hallaba sólo a medio klom de distancia, y a veces en la superficie se levantan pequeñas brisas, pero no aquel día. El aire estaba tan quieto como un matacamino.

—¡Mire! —exclamó Ev, y pensé que estaba hablando con C.J., pero luego añadió—: Fin, ¿qué es eso? —Señaló a un lanzabadejo que se acercaba volando hacia nosotros.

Tssillirah —expliqué—. Nosotros los llamamos lanzabadejos.

—¿Por qué? —se extrañó él, viendo cómo el pajarillo revoloteaba sobre mi cabeza y se volvía hacia los otros dos ponis.

No malgasté saliva en contestarle. El lanzabadejo revoloteó sobre la cabeza de Carson y volvió hacia nosotros, sacudiendo sus alas rosadas como si estuviera a punto de desplomarse. Hizo dos pasadas alrededor del sombrero de Ev y regresó hacia Carson.

—Oh —dijo Ev. Se volvió para ver cómo iniciaba de nuevo el circuito, aleteando por su vida—. ¿Cuánto tiempo puede aguantar así?

—Muchísimo. Uno estuvo siguiéndonos durante cincuenta kloms cerca del Lago Turquesa. Carson calculó que voló casi setecientos kloms.

Ev empezó a preguntar cosas a su diario.

—¿Qué significa el nombre que les dan los boohteri? —me preguntó.

—Barro Ancho, y no me pregunte qué significa. Tal vez construyen sus nidos con barro, aunque, en realidad, por aquí no hay barro.

Ni polvo, pensé. Esto me recordó las tormentas de polvo. Si Bult y Carson hubieran estado cabalgando por delante de nosotros, habría sacado el pie del estribo y habría levantado polvo, pero tal como estaban las cosas, Bult me descubriría, y Ev dejaría de hablar de lanzabadejos y preguntaría qué estaba haciendo.

Miré a Carson y saludé, pensando tal vez que eso le daría alguna pista, pero él estaba demasiado ocupado charlando con Bult y no le llamé la atención. El lanzabadejo, en su décima vuelta, rozó su sombrero, pero eso tampoco le llamó la atención.

—¡Oh, mire! —exclamó Ev.

Me di la vuelta. Casi se había incorporado en la silla y señalaba hacia la Muralla. No pude ver qué indicaba, lo cual significaba que tampoco podían hacerlo los escáneres.

—¿Dónde?

—Allí —insistió.

Por fin lo descubrí: un cojín patata tendido tras un matorral de hoja redonda que parecía una ponicaca peluda.

Pensé que el escáner no tendría suficiente resolución para detectarlo, pero dije:

—No veo nada. —Así no perdería tiempo en ajustar el foco de la cámara para alejarlo, por si acaso.

—Allí—repitió Ev—. ¿Es eso…?

Lo interrumpí antes de que pudiera entrar en detalles.

—¡Mierda! —grité—. Conecte el escudo. Es un… —Activé la desconexión.

—¿Qué pasa? —preguntó Ev, buscando su cuchillo—. ¿Es peligroso?

—¿Qué? —dije, fijando la desconexión en doce minutos.

—¡Eso! —Ev señaló en dirección al cojín patata—. Esa cosa marrón de allí.

—Oh, eso. Es un cojín patata. No es peligroso. Herbívoro. Permanece tendido la mayor parte del tiempo, excepto para comer. No lo había visto. —Fijé la alarma de mi reloj en diez minutos.

—Entonces, ¿qué está mirando? —dijo él, contemplando preocupado el horizonte.

—El clima. Cerca de la Muralla se levantan berrinches de polvo, que vuelven loco al transmisor. —Pulsé el botón de emisión del transmisor tres o cuatro veces y luego lo agarré—. C.J., ¿estás ahí? Llamando a Base. Adelante, Base. —Sacudí la cabeza—. No hay nada que hacer. Me lo temía.

—Yo no veo polvo por ninguna parte —objetó Ev.

—Sólo tienen un metro o así de anchura, y son casi invisibles a menos que estén en tu línea de visión. —Aporreé unas cuantas teclas más al azar—. Será mejor que vaya a decírselo a Carson.

Tiré con fuerza de las riendas del poni y acicateé sus flancos.

—Carson —llamé—. Tenemos un problema.

Carson estaba todavía sumido en una profunda conversación con Bult. Le di al poni otro empujón, y el bicho me dirigió una mirada maligna y empezó a retroceder. A este paso, la tormenta de polvo habría acabado antes de que me hubiera movido. Tendría que haberla fijado en veinte minutos.

—C.J., ¿estás ahí? —llamé, sólo para asegurarme de que el transmisor estaba desconectado.