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Pedí una aérea. C.J. había cubierto el 248-76 en uno de sus viajes a casa. Conecté los íntimos y pedí las visuales. Tenía el aspecto que yo recordaba: montañas y matorrales, unos pocos matacaminos. La visual indicaba esquisto de grano fino con filosilicatos todo el camino. Pedí el diario anterior. En esa expedición fuimos al sur. En ese lado también había montañas y matorrales.

El esquisto que habíamos encontrado en Boohte carecía de oro, y no había signos de sal ni de anomalías resecas, así que no era un anticlinal. Además, habíamos tenido buenos motivos para saltarnos la zona dos veces: la primera vez estábamos siguiendo la Muralla, buscando una brecha; la segunda intentábamos evitar el 246-73. En ninguna de las dos ocasiones llegué a sospechar que Bult estuviera evitándolo. Aunque así fuera, sería probablemente porque los ponis se atascarían ante lo empinado de las montañas.

Por otro lado, habíamos estado cerca dos veces y en aquellas montañas podía esconderse casi cualquier cosa, incluida una puerta.

Borré mis transacciones, levanté los íntimos y regresé a la casa para hablar con Carson.

Ev estaba apoyado contra la puerta. Parecía tan satisfecho y relajado que me pregunté si C.J. se había desmoronado y le había echado un polvo. Solía hacerlo y luego intentaba que los prestamistas pusieran su nombre a cualquier cosa, pero la mitad de las veces lo olvidaban, y decidió que funcionaba mejor de la otra manera.

En fin, por la manera en que lo miraba durante la cena, todo era posible.

—¿Qué hace aquí? —le pregunté.

—No podía dormir. —Miró hacia la cordillera—. Sigo sin poder convencerme de que estoy de verdad aquí. Es maravilloso.

En eso tenía razón. Las tres lunas de Boohte habían salido y colgaban en fila como una expedición. Su luz daba a la cordillera una tonalidad azul purpúrea. Me apoyé contra el otro lado de la puerta.

—¿Cómo es estar ahí fuera, en territorio inexplorado? —preguntó.

—Es como esas costumbres de apareamiento suyas: en parte instinto, en parte estrategia de supervivencia, demasiadas variables. Pero sobre todo es un montón de polvo y triangulaciones —dije, aunque sabía que no me creería—.Y ponicacas.

—No puedo esperar.

—Entonces será mejor que se vaya a la cama —aconsejé, pero él no se movió.

—¿Sabía que un buen número de especies ejecutan sus rituales de apareamiento a la luz de la luna? Como el latigopoluntad y la rana antarreana.

—Y los adolescentes —dije, y bostecé—. Será mejor que nos vayamos a la cama. Tenemos mucho que hacer por la mañana.

—No creo que pueda dormir —suspiró, todavía con aquella expresión drogada.

Empecé a preguntarme si me habría equivocado al considerarlo tan listo.

—He visto los vids, pero no le hacen justicia —añadió, mirándome—. No tenía ni idea de que todo fuera tan hermoso.

—Tendría que haber usado esa frase con C.J. y su picardías —dijo Carson, quien asomó la cabeza por la puerta. Llevaba puesto el pijama y las botas—. ¿Qué demonios pasa aquí?

. —Le estaba aconsejando a Ev que se acostara para que podamos empezar por la mañana —dije yo, mirando a Carson.

—¿De verdad? —dijo Ev. La expresión aturdida desapareció—. ¿Mañana?

—Al amanecer, así que será mejor que vuelva a la cama. Es la última oportunidad que tendrá de disfrutar de un colchón en dos semanas.

Pero no mostró ninguna intención de marcharse, y yo no podía hablar con Carson con él delante.

—¿Adónde vamos?

—Territorio inexplorado —respondí—. Pero se quedará dormido en el huesosilla y se lo perderá si no se acuesta.

—¡Oh, ahora no podría dormir! —contestó él, contemplando la cordillera—. ¡Estoy demasiado nervioso!

—Será mejor que empaquete sus cosas, entonces —dijo Carson.

—Ya lo tengo todo empaquetado.

Salió C.J. Para cubrir su picardías se había echado encima una bata que no tapaba nada.

—Nos marchamos al amanecer —anuncié.

—Oh, no podéis marcharos todavía —protestó ella, y metió a Ev dentro.

Carson me siguió a medio camino entre la casa y el establo.

—¿Qué has encontrado?

—Un agujero en el Sector 248-76. Lo hemos pasado por alto dos veces, y Bult nos guiaba las dos veces.

—¿Estratos fósiles?

—No. Metamórficos. Probablemente no es nada, pero Wulfmeier estaba ayer por la tarde en Dazil, y lo comprobé con la Puerta de Salida. No creo que esté allí tampoco.

—¿Qué crees que está haciendo? ¿Excavando?

—Tal vez. O usándolo como cuartel general mientras echa un vistazo.

—¿Dónde has dicho que era?

—Sector 248-76.

—Mierda —masculló en voz baja—. Eso está a dos paso del 246-73. Si es Wulfmeier, acabará encontrándolo. Tienes razón. Tenemos que ir. —Sacudió la cabeza—. Ojalá no tuviéramos que cargar con ese prestamista. ¿Qué estaba haciendo aquí fuera? ¿Descansando entre dos asaltos con C.J.?

__Discutíamos sobre costumbres de apareamiento.

—¡Sexozoólogo! El sexo es uno de los peores peligros de las expediciones.

_Ev puede manejar a C.J. Además, ella no nos acompañara.

—No es C.J. quien me preocupa.

—¿Qué es, entonces? ¿Que intente bautizar uno de los anuentes como Arroyo Crissa? ¿Que construya un nido cincuenta veces más grande que él? ¿Qué?

—No importa. —Se dirigió hacia la zona de la puerta—. Se lo diré a Bult. Carga tú los ponis.

Expedición 184: día 1

Acabamos haciendo que CJ. nos llevara hasta la Lengua. Carson y yo calculamos cuánto tardaríamos en llegar a territorio inexplorado y cuántas multas acumularíamos por el camino y decidimos que era más barato ir en heli, incluso con la multa a los vehículos aéreos. CJ. estaba encantada de tener una última oportunidad con Ev. Lo mantuvo delante con ella durante todo el camino.

—Deja de tontear con Evie y envíalo aquí atrás —le dijo Carson a CJ. cuando la Lengua apareció a la vista—. Tenemos que comprobar sus cosas.

Él volvió a la bodega inmediatamente, con el aspecto de un niño la víspera de Navidad.

—¿Estamos ya en territorio inexplorado? —preguntó, agachándose y asomándose a la escotilla abierta.

—Cartografiamos toda esta parte del río la última vez —respondí—. Las reglas dicen que nada de alcohol, ni tabaco, ni drogas, ni cafeína. ¿Lleva algo de eso?

—No.

Le tendí su micro y él se lo colocó delante de la garganta.

—Nada de tecnología avanzada a excepción del equipo científico, nada de cámaras, ni láseres o armas de fuego.

—Tengo un cuchillo. ¿Puedo llevarlo?

—Sólo si no lo usa para matar algún ejemplar indígena.

—Si siente la urgencia de matar a alguien, mate a Fin —se burló Carson—. Por nosotros no ponen multas.

El heli se acercó a la Lengua y sobrevoló la orilla más cercana.

—Usted es el primero en salir —le dije, empujándole a la puerta—. CJ. sobrevolará la zona. Le tiraremos las cosas.

Él asintió y se preparó para saltar. Bult lo apartó, abrió su paraguas y bajó flotando como Mary Poppins.

—El segundo —grité—. No aterrice sobre la flora, si puede evitarlo.

Él volvió a asentir y miró a Bult, que ya había sacado su cuaderno.

—¡Espera! —dijo CJ. Abandonó el asiento de piloto y se nos acercó—. No podía dejarte sin decirte adiós, Ev —dijo, y le dio un gran abrazo.

—¿Qué demonios estás haciendo, C.J.? —preguntó Carson—. ¿Sabes el valor de la multa por estrellar un heli?

—Está en automático —le replicó ella, y plantó un húmedo beso sobre Ev—. Estaré esperando —dijo apasionadamente—. Buena suerte, espero que encuentres montones de cosas a las que poner nombre.