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Terry se acurruca contra él, le arrima la nariz respingona al sobaco. El amor que él siente por ella lo sacude como el inicio de una náusea.

– ¿Jack? -suspira ella.

– ¿Qué? -La voz le ha salido más desatenta de lo que pretendía.

– ¿Qué es lo que te pone triste?

– No estoy triste -dice-. Estoy follado. Realmente tienes buena mano. Creía que mi viejo chasis estaba para el desguace, pero tú sabes cómo poner en marcha las bujías. Eres fantástica, Terry.

– Como decía mi padre, déjate de paparruchas. No has contestado a la pregunta. ¿Por qué estás triste?

– Quizá porque pensaba… falta poco para el día del Trabajo. * Será más difícil montárnoslo.

Ha aprendido a expresar lo que le cuesta tener engañada a su esposa sin mencionar a Beth, un nombre que, por alguna razón que a Jack se le escapa, Terry odia oír. Si la verdad saliera a la luz, debería ser Beth la celosa e indignada. Terry intuye lo que está pensando.

– Te da mucho miedo que Beth se entere -dice con rencor-. ¿Y qué si lo sabe? ¿Adónde irá? ¿Quién la querría, en el estado en que está?

– ¿De eso se trata?

– ¿No? Entonces, ¿de qué se trata, jovencito? A ver, dime.

– De no hacerle daño a nadie -indica.

– ¿Te crees que a mí no me hace daño? ¿Crees que no duele que alguien se te tire y te deje al minuto siguiente?

Jack suspira. La lucha sigue, la misma lucha de siempre.

– Lo siento. Me gustaría estar más contigo.

De hecho, marcharse antes de empezar a aburrirse va con él. Las mujeres pueden ser muy aburridas. Se lo toman todo como si fuera personal. Se preocupan demasiado por su preservación, por el aspecto que ofrecen, por teatralizar su propia vida. Con los hombres no hacen falta tantas maniobras, simplemente tienes que golpear. Tratar con una mujer es como el jiu-jitsu, hay que vigilar por dónde viene la zancadilla.

Ella nota el derrotero amenazador que están tomando sus pensamientos e interviene, apaciguadora pero no obstante malhumorada:

– De todos modos lo averiguará.

– ¿Cómo? -Y sin embargo, Terry anda en lo cierto.

– Las mujeres saben estas cosas -le dice con suficiencia, alardeando de género, acurrucándose más hacia él y jugando molestamente con el vello despeinado de su barriga flácida-. Y mira que me digo: «Ámalo menos, por tu bien, chica, y también por el suyo».

Pero mientras Terry habla, siente un desprendimiento interior y vislumbra el alivio que experimentaría si él de verdad dejara de importarle, si esta burda relación suya con un educador viejo, un perdedor melancólico, llegara, en efecto, a su fin. Con cuarenta años se ha separado de bastantes hombres, ¿y cuántos de ellos querría que volviesen? Con cada ruptura, le parece cuando lo piensa, regresaba a su vida de soltera con cierto descaro y energía, como al ponerse de nuevo ante un lienzo en blanco, tenso, imprimado, tras varios días alejada del caballete. El círculo seccionado en que se había convertido Terry, con un arco abierto en la esperanza de que llegara alguna llamada de un hombre, unos golpes en la puerta, una invasión y una transformación desde fuera, se volvía siempre a cerrar. Este Jack Levy, con lo listo e incluso sensible que es a veces, no tiene arreglo. Está aprisionado bajo el peso de su tristeza de judío culpable, y la aplastará también a ella si no lo impide. Terry necesita a alguien de edad más cercana a la suya, y que no tenga esposa. Estos hombres casados siempre lo están más de lo que dicen al principio. Incluso intentan casarse con ella sin soltar antes a la legítima.

– ¿Qué tal le va a Ahmad? -inquiere pseudopaternalmente.

Aún sigue haciendo preguntas sobre Ahmad, pese a que lo que desea ella es dejar de ejercer de madre para pasar a algo que sabe hacer mejor.

– Como últimamente estoy en el turno de noche -explica- y él de reparto, muchos días hasta después de que atardezca, apenas coincidimos. Está más llenito de cara, y también más musculoso, con tanto levantar muebles… Por lo que sé, a ese Charlie a quien aprecia tanto también le gusta acompañarle. Estos libaneses sacan provecho hasta del último centavo. Los negros que contratan no les duran mucho, me ha contado Ahmad. Parece que hace poco lo han promocionado; como mínimo vuelve a casa más tarde y, las pocas veces que lo veo, está preocupado.

– ¿Preocupado? -se sorprende Jack, preocupado él también… aunque por la enorme Beth, claro.

Hay que reconocerlo: por mucho que, llegado a este punto, Terry echara de menos los halagos de Jack en la cama, también podría alegrarse de habérselo quitado de encima. Quizá necesite a otro artista, aunque sea como el último, Leo: Leo el desaprensivo, encantado de haberse conocido, un tipo que pintaba con manchurrones y estropajo, exprimiendo a Pollock con sesenta años de retraso, pero nada lento a la hora de devolver empujones y bofetadas cuando estaba desinhibido por el alcohol o las metanfetaminas, aunque al menos la hacía reír y no intentaba cargarla con culpas, insinuando que incluso él podría haber sido mejor madre para Ahmad. O también podría salir con un residente, como ese tío nuevo un poco tartamudo que daba sus primeros pasos hacia la neurocirugía; pero no, hay que reconocerlo, ya es demasiado vieja para un residente, y en cualquier caso éstos siempre pasan de las enfermeras que se follan para intentar pescar a la hija del proctólogo. Aun así, el solo pensamiento sobre el mundo de hombres que hay ahí fuera, incluso a su edad, incluso viviendo en el norte de New Jersey, recubre su corazón con una coraza contra este hombre lúgubre, de buenas intenciones empalagosas, que huele a viejo. Decide que todo ha terminado.

– Está más bien reservado -aclara-. A lo mejor ha encontrado a una chica. Eso espero. ¿No va ya un poco rezagado?

– Hoy en día los chavales tienen más cosas de las que preocuparse que nosotros a su edad. Al menos, que cuando yo era joven… no debería hablar como si fuéramos igual de viejos.

– Oh, sigue. No te preocupes.

– No es únicamente el sida y todo eso; cuando todo es tan relativo y todas las fuerzas económicas los atiborran de gratificaciones instantáneas y recibos pendientes de las tarjetas de crédito, tienen cierta hambre de, no sé, el absoluto. No es algo que pertenezca en exclusiva a la derecha cristiana, al fiscal general Ashcroft y los servicios religiosos matutinos con su tropilla de nostálgicos de Washington D.C. También lo puedes ver en Ahmad. Y en los musulmanes negros. La gente quiere volver a lo sencillo: blanco y negro, bueno y malo…; y las cosas no son tan simples.

– Mi hijo no es tan simple.

– Sí lo es, en cierto modo. Como la mayoría de la humanidad. De otro modo, ser humano sería demasiado duro. A diferencia de los otros animales, sabemos demasiado. Ellos, el resto de animales, saben lo justo para hacer su parte y morir. Comer, dormir, follar, tener descendencia y morirse.

– Jack, todo lo que cuentas es deprimente. Por eso estás tan triste.

– Lo único que digo es que los chavales como Ahmad necesitan algo que la sociedad ya no les da. La sociedad ha dejado de suponerles la inocencia. Esos árabes locos tienen razón: hedonismo y nihilismo es lo único que sabemos ofrecer. Escucha las letras de las estrellas del rock y el rap, que además son también chavales, aunque con agentes espabilados. La juventud tiene que tomar más decisiones que antes, porque los adultos no saben decirles qué hacer. No sabemos qué hacer, no tenemos las respuestas que antes teníamos; solamente vamos tirando, intentando no pensar. Nadie quiere tener la responsabilidad, así que los chavales, algunos, la asumen. Incluso lo puedes ver en un vertedero como el Central High, donde el perfil demográfico determina a todos y cada uno de sus alumnos: el anhelo de hacer lo correcto, de ser bueno, de apuntarse a algo, al ejército, a la banda de música, a la pandilla, al coro, a la junta de estudiantes, o incluso a los boy scouts. Lo único que quiere el jefe de los boy scouts, o los sacerdotes, es, por lo que se ve, metérsela a los niños, pero los chavales siguen acudiendo, esperan que los dirijan. Al verles las caras por los pasillos se te parte el corazón; ves tanta esperanza, tantas aspiraciones, tanto querer ser buenos. Esperan dar algo de sí mismos. Esto es Estados Unidos, todos esperamos algo, incluso los inadaptados sociales guardan una buena opinión de sí mismos. ¿Y sabes lo que terminan siendo los más indisciplinados? Acaban siendo policías y maestros de escuela. Quieren complacer a la sociedad, pese a que digan lo contrario. Quieren ser gente de gran valía. Ojalá pudiéramos decirles qué es la valía. -Su discurso, expeditivo, crispado, pronunciado entre dientes, surgido de su pecho peludo, da un bandazo-: Mierda, olvida lo que acabo de decir. Los sacerdotes y los jefes de grupo de los boy scouts no es que sólo quieran abusar de ellos, también quieren que sean buenos. Pero no lo consiguen, los culitos de los niños son demasiado tentadores. Terry, dime, ¿por qué estaré largando así?

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* El día del Trabajo se celebra, en Estados Unidos y Canadá, el primer lunes de septiembre. Coincide con el fin de las vacaciones escolares. (N. del T.)