—¿Es verdad que pueden viajar tan rápido que son capaces de visitar todas las partes de este mundo en un solo día? — les preguntó.
Kinnall le aseguró que era verdad.
—Parece difícil de creer — dijo Digant.
—Te lo probaremos — dijo Thirga.
Y con su mano tocó la de Kinnall, y los dos dioses se elevaron en el aire. Llegaron hasta el pico más alto de las Threishtor y allí recogieron flores de nieve; bajaron a las Tierras Bajas Abrasadas y tomaron un puñado de tierra roja; en las Tierras Bajas Húmedas cogieron hierbas; junto al golfo de Sumar sacaron un poco de licor de un árbol de carne; en las costas del golfo Polar extrajeron una muestra de hielo eterno. Después saltaron sobre la cima del mundo hasta la helada Tibis, e iniciaron un viaje por los lejanos continentes, para poder llevar al suspicaz Digant algo de cada parte del mundo.
En cuanto Kinnall y Thirga partieron en esta empresa, Digant corrió al manantial de los milagros. Allí vaciló brevemente, temiendo que los dioses regresaran de pronto y le fulminaran por su audacia; pero no aparecieron, y Digant hundió la cara en la corriente y bebió en abundancia, pensando: Ahora yo también seré como un dios. Se llenó el vientre con el agua brillante, y se tambaleó y se mareó, y cayó al suelo. ¿Será ésta la sensación de ser dios?, se preguntó. Intentó cambiar de forma y no pudo. Intentó rejuvenecer y no pudo. Fracasó en todo esto porque en principio había sido un hombre, y no un dios, y el manantial no podía convertir a un hombre en dios; sólo podía ayudar a que un dios advirtiera todos sus poderes.
Pero el manantial concedió un don a Digant. Le permitió llegar a las mentes de los demás hombres que se habían establecido en Threish. Mientras yacía en tierra, aturdido por el engaño, oyó un ruido pequeño y cosquilleante en el centro de la mente, y prestó atención y se dio cuenta de que estaba escuchando las mentes de sus amigos. Y halló la manera de amplificar el sonido para poder oír todo con claridad: sí, aquélla era la mente de su mujer, aquella otra la mente de su hermana, y luego la del marido de su hermana. Digant pudo mirar dentro de cualquiera de esas mentes y de cualquier otra, y leer los pensamientos más recónditos. Esto es divinidad, se dijo. Y sondeó las mentes con intensidad, sacando a la luz todos los secretos. Aumentó constantemente el alcance del poder hasta que todas las mentes quedaron conectadas al mismo tiempo con la suya. Extrajo de ellas las intimidades de cada alma hasta que, embriagado con el nuevo poder, hinchado de orgullo por su divinidad, envió a todas esas mentes un mensaje desde la suya, diciendo: «OÍD LA VOZ DE DIGANT. ES DIGANT EL DIOS A QUIEN ADORARÉIS».
Cuando esta terrible voz les irrumpió en las mentes, muchos de los colonizadores de Threish cayeron muertos de la impresión y otros perdieron la cordura, y otros corrieron de un lado a otro enloquecidos de terror, gritando: «¡Digant ha invadido nuestras mentes! ¡Digant ha invadido nuestras mentes!».
Y las ondas de miedo y dolor que salían de ellos eran tan intensas que el mismo Digant sufrió mucho, cayendo presa de una parálisis y un estupor, aunque su mente aturdida seguía bramando «OÍD LA VOZ DE DIGANT. ES DIGANT EL DIOS A QUIEN ADORARÉIS». Cada vez que emitía ese grito, morían más colonizadores y más perdían la razón, y Digant, respondiendo a los tumultos mentales que él había causado, se retorcía y sacudía de dolor, totalmente incapaz de controlar los poderes de su cerebro.
Cuando esto ocurrió, Kinnall y Thirga estaban en Dabis, sacando de un pantano una lombriz tricéfala para mostrársela a Digant. Los alaridos de la mente de Digant dieron la vuelta al mundo, y llegaron incluso hasta Dabis, y al oír estos sonidos Kinnall y Thirga abandonaron lo que estaban haciendo y regresaron de prisa a Threish. Encontraron a Digant al borde de la muerte, con el cerebro casi abrasado, y encontraron a los colonizadores de Threish muertos o locos; y de inmediato comprendieron cómo había ocurrido aquello. Rápidamente pusieron fin a la vida de Digant, para que hubiera silencio en Threish. Luego fueron junto a las víctimas del seudodios, y revivieron a todos los muertos y curaron a todos los heridos.
Por último, cerraron la abertura en la ladera con un sello indestructible, pues quedó claro para ellos que de ese manantial no podían beber los hombres, sino sólo los dioses, y todos los dioses ya habían abrevado en él. Las gentes de Threish cayeron de rodillas ante esos dos, y preguntaron reverentes:
—¿Quiénes son ustedes?
Thirga replicó:
—Somos dioses, y ustedes son sólo hombres.
Y aquél fue el comienzo del fin de la inocencia de los dioses. Y desde entonces quedó prohibido entre los hombres buscar modos de hablarse de mente a mente, debido al daño que Digant había hecho, y en el Pacto quedó escrito que se debe mantener el alma de uno aparte de las almas de los demás, ya que solamente los dioses pueden mezclar sus almas sin destruirse unos a otros, y no somos dioses.
33
Por supuesto, encontré muchas razones para postergar el uso de la droga junto con Schweiz. Primero, el Gran Juez Kalimol partió en una cacería, y dije a Schweiz que las redobladas presiones de mi trabajo en ausencia de aquél me hacían imposible emprender entonces el experimento. Volvió Kalimol; Halum cayó enferma; usé como excusa siguiente mi preocupación por ella. Halum se recobró; Noim nos invitó a Loimel y a mí a pasar unas vacaciones en su casa de campo en Salla Sur. Regresamos a Salla; estalló la guerra entre Salla y Glin, creando complejos problemas marítimos para mí en la Magistratura. Y así pasaban las semanas. Schweiz se impacientó: ¿Pensaba yo tomar la droga alguna vez? No podía responderle. Realmente no lo sabía. Tenía miedo. Pero siempre ardía en mí la tentación que él había sembrado allí. Extender la mano como un dios y entrar en el alma de Halum…
Fui a la Capilla de Piedra, esperé hasta que Jidd pudiera recibirme y me hice drenar. Pero oculté a Jidd toda mención de Schweiz y su droga, temiendo revelar que jugaba con tan peligrosos entretenimientos. Por consiguiente, el drenaje fue un fracaso, ya que no había abierto plenamente mi alma al drenador, y salí de la Capilla de Piedra tenso y entristecido, con el espíritu congestionado. Ahora veía con claridad que inevitablemente debía ceder ante Schweiz; que lo que él ofrecía era una prueba por la cual debía pasar, ya que no era posible eludirla. Él me había descubierto. Bajo mi devoción, yo era un traidor potencial al Pacto. Fui a verle.
—Hoy — le dije —. Ahora.
34
Necesitábamos soledad. La Magistratura del Puerto mantiene una residencia campestre en las colinas, dos horas al noroeste de la ciudad de Manneran, donde se agasaja a dignatarios de visita y se negocian tratados comerciales. Sabiendo que esta residencia no era utilizada en ese momento, la reservé para mí por un lapso de tres días. A mediodía pasé en busca de Schweiz en un coche de la Magistratura y salí rápidamente de la ciudad. Había tres criados de servicio en la residencia: un cocinero, una camarera, un jardinero. Les advertí que tendrían lugar discusiones delicadísimas, de modo que no debían causar interrupciones ni provocar distracciones por ningún motivo. Después, Schweiz y yo nos encerramos en las habitaciones interiores.
—Sería mejor no comer nada esta noche — dijo él —. También recomiendan que el cuerpo esté absolutamente limpio.
La residencia campestre tenía un excelente baño de vapor. Nos frotamos vigorosamente, y al salir nos cubrimos con mantos de seda sueltos y cómodos. Los ojos de Schweiz habían cobrado ese resplandor vidrioso que los cubría en momentos de suma excitación. Yo me sentía asustado e inquieto. y empezaba a pensar que sufriría algún perjuicio terrible por aquella noche. En ese momento me veía como alguien que está a punto de someterse a una intervención quirúrgica de la cual tiene pocas probabilidades de recuperarse. Mi estado de ánimo era de hosca resignación: estaba dispuesto, estaba allí, estaba ansioso por zambullirme y terminar de una vez.