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—¿Adónde irás? — preguntó Noim —. En Manneran te encarcelarán. Si das un paso en Glin con tu droga serás desollado vivo. Stirron te echará de Salla. ¿A dónde entonces, Kinnall? ¿Threish? ¿Velis? O tal vez Umbis, ¿eh? ¿Dabis? ¡No! Por los dioses, será Sumara Borthan, ¿verdad? Sí. Entre tus salvajes tendrás todo el exhibicionismo que necesitas, ¿no? ¿No?

Sin levantar la voz respondí:

—Olvidas las Tierras Bajas Abrasadas, Noim. Una cabaña en el desierto…, un sitio donde pensar, un sitio de paz… Es tanto lo que uno tiene que tratar de comprender ahora…

—¿Las Tierras Bajas Abrasadas? Sí, eso está bien, Kinnall. Las Tierras Bajas Abrasadas en pleno verano. Una ardiente purga para tu alma. Ve allá, sí. Vete.

69

Solo, me dirigí hacia el norte flanqueando las Huishtor, y luego hacia el oeste, por el camino que conduce a la Kongoroi y a la Puerta de Salla. Más de una vez pensé en desviar el vehículo y enviarlo dando tumbos fuera de la carretera, poniendo así fin a todo. Más de una vez, cuando la primera luz del día tocaba mis párpados en algún lugar apartado, pensé en Halum y tuve que obligarme a salir de la cama, porque parecía mucho más fácil seguir durmiendo. Día y noche, noche y día, y unos pocos días más, y me había internado en Salla Occidental, con la intención de subir las montañas y atravesar la puerta. Una noche, mientras descansaba en un pueblo situado a medio camino de las tierras altas, descubrí que en Salla se había difundido una orden de arresto contra mí. Kinnall Darival, hijo del septarca, un hombre de treinta años, de tal estatura y tales rasgos, hermano de lord Stirron, era buscado por monstruosos crímenes: exhibicionismo y uso de una peligrosa droga que, contra las órdenes explícitas del septarca, estaba ofreciendo a los incautos. Con esta droga, Darival había empujado a la demencia a su propio hermana vincular, que en su locura había perecido de manera horrible. Por lo tanto, se ordenaba a todos los ciudadanos de Salla capturar al malhechor, por quien se pagaría una cuantiosa recompensa.

Si Stirron sabía por qué había muerto Halum, entonces Noim se lo había contado todo. Estaba perdido. Cuando llegara a la Puerta de Salla me estarían esperando agentes de la comisaría de la Salla Occidental, ya que se sabía a dónde me dirigía. En tal caso, sin embargo, ¿por qué en el aviso no se informaba a la población de que yo iba hacia las Tierras Bajas Abrasadas? Quizá Noim hubiese ocultado algo de lo que sabía para permitirme escapar.

No me quedaba otra alternativa que seguir adelante. Tardaría días en llegar a la costa, y cuando llegara encontraría todos los puertos de Salla dispuestos para recibirme, aunque consiguiese subir a bordo de algún barco, ¿adónde iría? ¿A Glin? ¿A Manneran? Era igualmente inútil pensar en cruzar de algún modo el Huish o el Woyn para llegar a las provincias aledañas: ya estaba proscrito en Manneran, y en Glin encontraría sin duda un helado recibimiento. Tendrían que ser entonces las Tierras Bajas Abrasadas. Allí permanecería algún tiempo, y después tal vez intentaría salir por algún paso de las Threishtor, para iniciar una nueva vida en la costa occidental. Tal vez.

Compré provisiones en el pueblo, en un sitio donde se abastecen los cazadores que entran en las Tierras Bajas: alimentos secos, algunas armas y agua condensada, en cantidad suficiente para que me alcanzara, disolviéndola cuidadosamente, durante varias lunas. Mientras hacía las compras me pareció que los lugareños me miraban de una manera extraña. ¿Me reconocían como el príncipe depravado a quien buscaba el septarca? Nadie se movió para detenerme. Quizá supieran que la Puerta de Salla estaba rodeada, y no quisieron arriesgarse con semejante bruto, cuando había policías de sobra para capturarme en lo alto de la Kongoroi. Cualquiera que fuese el motivo, salí del pueblo sin ser molestado, y emprendí el último tramo de la carretera. Antes había ido por allí solamente en invierno, cuando la nieve estaba alta; aun ahora había parches de sucia blancura en rincones sombreados y, a medida que el camino subía, la nieve se hacía más espesa, hasta que cerca de la doble cima de la Kongoroi su manto lo cubría todo. Calculando cuidadosamente el ascenso, logré llegar al gran paso mucho después de la puesta del sol, con la esperanza de que la oscuridad me protegería si el camino estaba bloqueado. Pero la puerta no estaba custodiada. Con las luces del coche apagadas, recorrí el último trecho — casi convencido de que caería al precipicio — y después del habitual viraje hacia la izquierda, llegué a la Puerta de Salla, donde no vi a nadie. Stirron no había tenido tiempo de cerrar la frontera occidental, o bien no me creía tan loco como para huir por allí. Avancé, atravesé el paso y bajé lentamente por la ruta en zigzag de la vertiente occidental de la Kongoroi, y cuando el alba me alcanzó ya estaba en las Tierras Bajas Abrasadas, ahogándome de calor pero a salvo.

70

Cerca del lugar donde anidan las aves-punzón encontré esta cabaña, más o menos donde la recordaba. No tenía instalación sanitaria, ni siquiera las paredes estaban enteras; sin embargo, bastaría. Bastaría. El espantoso calor que reina aquí sería mi castigo. Me dediqué a los quehaceres domésticos; acomodé mis cosas, desenvolví el papel que había comprado en el pueblo para este registro de mi vida y mis actos, instalé en un rincón el estuche enjoyado con el resto de la droga, amontoné mi ropa encima, barrí la arena roja. Dediqué todo mi primer día de residencia aquí a camuflar el terramóvil, para que no delatara mi presencia cuando llegaran a buscarme: lo llevé a una hondonada poco profunda, de modo que su parte superior apenas sobresaliera del suelo, y junté plantas leñosas para cubrirlo, y eché arena sobre los tallos entrelazados. Cuando terminé, sólo unos ojos penetrantes podrían haber visto el coche. Tomé cuidadosa nota del sitio, para poder encontrarlo yo mismo cuando me dispusiera a partir.

Durante algunos días anduve simplemente por el desierto, pensando. Fui al paraje donde el ave-punzón mató a mi padre, y no temí a los pájaros de afilado pico que rondaban: también a ellos me entregaba. Reexaminé lo que había sucedido en mi tiempo de cambios, preguntándome: «¿Es esto lo que querías, es esto lo que esperabas lograr, te satisface esto?». Reviví cada una de mis muchas comuniones espirituales, desde la que tuve con Schweiz hasta la que tuve con Halum, preguntando: «¿Ha sido bueno? ¿Ha habido errores que podían evitarse? ¿Has ganado o has perdido con lo que has hecho?». Y concluí que había ganado más de lo que había perdido, aunque mis pérdidas habían sido terribles. Lo único que lamentaba era la pobreza de las tácticas, no los defectos de los principios. Si me hubiera quedado con Halum hasta que se le hubieran disipado las incertidumbres, tal vez ella no habría cedido ante la vergüenza que la destruyó. Si yo hubiera sido más abierto con Noim…, si hubiera permanecido en Manneran para enfrentarme a mis enemigos…, si…, si… si…, y, sin embargo, no tenía remordimientos por haber cambiado, sino por haber malogrado mi revolución espiritual. Porque estaba convencido del error del Pacto y de nuestro modo de vida. Tu modo de vida. Que Halum hubiera juzgado necesario matarse después de experimentar el amor humano durante dos horas era la más severa acusación posible contra el Pacto.

Y finalmente — no hace muchos días — empecé a escribir lo que has estado leyendo. Mi fluidez me sorprendió; quizá he llegado casi a la locuacidad, aunque al principio me resultó difícil utilizar la gramática que me impuse. «Yo soy Kinnall Darival y me propongo contarte todo acerca de mí.» Así empecé mis memorias. ¿He sido fiel a ese propósito? ¿He ocultado algo? Día tras día, mi pluma ha arañado el papel, y me he mostrado entero a ti, sin maquillaje alguno. En esta cabaña que más bien parece una sauna, me he desnudado. Entretanto, no he tenido contacto con el mundo exterior, salvo ocasionales indicios, quizá irracionales, de que los agentes de Stirron están rastrillando las Tierras Bajas Abrasadas, buscándome. Creo que hay guardias apostados en las salidas hacia Salla, Glin y Manneran, y probablemente también en los pasos occidentales, así como en la Quebrada de Stroin, por si acaso intento llegar al golfo de Sumar atravesando las Tierras Bajas Húmedas. La suerte me ha acompañado hasta ahora, pero pronto me encontrarán. ¿Les esperaré? ¿O me marcharé, confiando en la buena suerte, con la esperanza de hallar una salida que no esté vigilada? Tengo este grueso manuscrito. Ahora lo valoro más que a mi vida misma. Si tú pudieras leerlo, si pudieras ver cómo he avanzado, tropezando y tambaleando, hacia mi propio conocimiento, si pudieras recibir de él las vibraciones de mi mente… Creo haberlo anotado todo en esta autobiografía, en este registro de mí mismo, en este documento único en la historia de Velada Borthan. Si soy capturado aquí, mi libro será capturado conmigo, y Stirron lo hará quemar. Debo marcharme, entonces. Pero…